Arabia Saudita decidió en la última semana no renovar los acuerdos con Estados Unidos respecto a la comercialización de su petróleo. Dicho convenio, firmado el 9 de junio de 1974 en respuesta a la crisis del petróleo de 1973, exigía a Riad la venta de su petróleo en dólares. De esta manera, el reinado de Salmán bin Abdulaziz (foto) anuncia el fin de la exclusividad de la divisa estadounidense contribuyendo –de forma combinada– al proceso de desintegración monetaria y a la desdolarización global.
Estados Unidos ha utilizado su billete verde, fundamentalmente, como un instrumento geopolítico orientado a establecer mecanismos de dominación global en relación a las instituciones financieras, su endeudamiento, el manejo del mercado de capitales y los flujos de inversión para beneficiar a la Triada de Poder Real, las Trasnacionales, Wall Street y el Complejo Militar Industrial. Esa capacidad manipulatoria le ha permitido imponer sanciones unilaterales, exigir a terceros países que las complementen, dañar a economías potencialmente competitivas, amenazar a actores políticos soberanistas, extorsionar a gobiernos, e incluso cooptar corporaciones mediáticas y comprar (pseudo) periodistas.
La paradoja del control monetario global empieza a resquebrajarse a partir de la proliferación de sanciones promovidas por el Departamento del Estado: varios países –sobre todo la República Popular China y Rusia– exhiben una desconfianza creciente respecto a una moneda que pierde en forma progresiva su capacidad de arbitraje para convertirse prioritariamente en un arma de guerra orientada a fragmentar los mercados y el comercio global. ¿Pueden los diferentes actores gubernamentales continuar confiando en una moneda que abandona –por decisión propia– su potestad de garantizar equivalencias y su potencial de propagación transfronteriza?
Esta es la causa fundamental por la que muchos países empiezan, de forma paulatina, a desprenderse de los Bonos del Tesoro estadounidense por desconfianza respecto a la capacidad de arbitraje de su moneda. El oro y la diversificación de monedas –utilizables en las transacciones internacionales– aparecen como nueva alternativas ciertas de reconfiguración global. En la última década se han impuesto centenares de sanciones desde que la Península de Crimea ha decidido sumarse a la Federación en 2014. La OTAN –es decir el G7 y los 32 integrantes de la Unión Europea (UE)– ha bloqueado de forma sistemática las exportaciones de Moscú, transferido toneladas de aparatología bélica a Ucrania, congelado alrededor de 300 mil millones de dólares de activos rusos depositados en diferentes Bancos Centrales y concedido los respectivos intereses de esos enormes activos a Volodimir Zelenski.
Luego de una década de sanciones, el PBI de la Federación Rusa se incrementó un 3.6 por ciento en 2023 y en el primer trimestre de 2024 los indicadores exhiben un crecimiento de más de 5,4 puntos porcentuales. El bloque de los BRICS+ –conformado por Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán– sumado a Turquía y a varios de los países de Asia Central ha permitido a Moscú sortear las sanciones programadas por la OTAN y las instituciones internacionales que la sustentan. En ese marco, el rublo alcanzó una participación récord en el comercio exterior con los países europeos (un aumento en abril de 2024 del 58 por ciento).
Los incrementos fueron más abultados en Oceanía, donde las aportaciones en rublos se incrementaron 13 puntos porcentuales. Esa misma curva se observó en relación a África y en los países de Asia Central. La proliferación de sanciones y el tejido institucional, burocrático y financiero que se establece para garantizar su alcance y consecución genera desconfianza y una progresiva fuga de los activos en dólares. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) –a quien nadie podría acusar de ser favorecer la desdolarización–, las reservas en esa moneda por parte de los Bancos Centrales se hundieron a su máximo histórico desde que se lleva a cabo el registro. En 2023 obtuvo su nivel más bajo, alcanzando un 58,41 por ciento.
En 2001, un poco más de dos décadas atrás, ese indicador alcanzaba los 73 puntos porcentuales. Este proceso de deterioro se complementa con (a) el estratosférico incremento de la deuda pública estadounidense, que ya se acerca al 127 por ciento de su Producto Interno Bruto, (b) la pérdida de valor de los bonos existentes para sus tenedores, producto de la suba de los intereses, (c) la depreciación de balance de la FED que ha pasado de mantener unos activos de 9 billones de dólares en 2022 a 7,5 billones de dólares en 2024, y (d) la reducción de los activos en bonos estadounidenses, principalmente por parte de China, que entre 2018 y 2024 se ha desprendido del 36 por ciento.
Las ventajas obtenidas por Occidente para continuar las exacciones al resto del mundo parecen estar menos sólidas de lo que se pretende evidenciar.
Fuente: AFP