Las feministas radicales de guardia volverán a manifestarse este año contra los machos que tras correr delante de los toros en los Sanfermines de Pamplona vuelven beodos a la plaza de la Estafeta a exhibirse tocándole las glándulas a chicas neumáticas que invitan a ese juego.
Las feministas radicales califican de agresión sexual este esparcimiento, cuando las muchachas gozan al levantar y acalorar los instintos primarios de los jóvenes que, ofrecido el culto al semental bovino, quieren ser el satánico macho cabrío que fecunda hembras.
Estas protestas hermanan el tradicional puritanismo religioso con el feminismo activo y agresivo: para la moral religiosa son actos pecaminosos, motivo de rezos para que se perdonen, y para el feminismo laico son expresiones humillantes de machismo, cuando las supuestas humilladas se sienten diosas lúbricas para las que los manoseos mamarios son culto y adoración.
Los religiosos rezan por todos los pecadores, ellas y ellos, pero las feministas exigen que se persiga a los hombres que participan en el retozo porque, afirman, se aprovechan de que las jóvenes desean exhibir sus glándulas.
Aunque hay muchachas vestidas en medio del tumulto acosadas sin desearlo por quienes deben ser denunciados y detenidos, estas representan un porcentaje mínimo frente a las incitadoras al juego libre de las cotumelias.
Son comprensibles las acusaciones de quienes siempre pidieron censurar las conductas sexuales desvergonzadas y que rechazan la animalidad sanferminera alabada por Hemingway.
Pero es inaceptable que quien exige libertad para su cuerpo, para el aborto, para el amor público y libre, quiera impedírselo por “dignidad de género” a las estrellas voluntarias de las bacanales romanas, cuya resurrección pamplonesa requiere otro Hemingway.
Las gazmoñas feministas deberían sumarse a estos tumultos liberadores de instintos primarios: mantendrían su virtuosa dignidad porque los sementales rechazan por poco adorables a las activistas de la censura progresí.
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SALAS