Mucho hemos tenido que esperar para ver por fin el primer trabajo largo de Lola Lorente, autora de dilatada trayectoria en el mundo del fanzine/prozine (por citar sólo algunas de sus colaboraciones:Nosotros Somos Los Muertos, Humo, Dos veces breve o Fanzine Enfermo) que dejaba siempre un agradable poso de elegancia y tristeza, con historias que revelaban siempre una esencia amarga desde la apariencia de ternura. Una constante que se mantiene en Sangre de mi sangre para tomar sentido protagonista: a partir de dos relatos publicados en Fanzine Enfermo, define una obra que asume y resume toda su trayectoria anterior en una novela gráfica donde están presentes todas las claves de su rica personalidad autoral. Como siempre, el reto de pasar del relato corto al largo es para el debutante un salto sin red arriesgado que precisa de arrojo y valentía, pero también de tiempo, de la necesaria reflexión que resuelva las incertidumbres y las inseguridades propias de quien empieza. Y Lola Lorente, se nota, ha tenido ese tiempo para este proyecto largamente esperado por los que hemos seguido su trayectoria. Quizás, por eso, Sangre de mi sangre no sorprende, porque certifica lo que ya esperábamos de esta autora: una obra sugerente e interesante, que explora el juego del niño como metáfora real y ficcionada de la experiencia del adulto. Esa necesaria etapa formativa del niño le permite a la autora crear interesantes simbolismos de oposición entre la madurez imaginada y lo que debería ser la real, deteniéndose en diferentes ritos de paso sociales y en su visión infantil. Desde la complejidad de las relaciones sociales al proceso de revelación de la propia identidad, desde el sexo hasta la muerte, en una perspectiva que la autora ancla en su cuidado grafismo, elegante, voluptuoso, pero que hábilmente deja espacio a una ternura aparente en la representación infantil, una disimulada impostura que esconderá tras ese disfraz preguntas sin respuesta sobre eso que puede denominarse “hacerse mayor”.
Como ya hacía en sus relatos cortos, la autora plasma un universo gráfico muy personal (¡qué grande ha sido la influencia de Blanquet en esta generación de autores y autoras!), que por sí mismo es uno de los protagonistas principales de la obra, en tanto captura en determinados momentos el devenir del relato reconvertido en fuente de simbolismo gráfico de gran potencia evocadora. Una característica que genera muchos niveles de lectura posibles en Sangre de mi sangre, desde la indudable experiencia visual que supone la lectura de la obra – recomiendo detenerse en los juegos compositivos y en el uso alegórico de la ilustración- a la obligada reflexión que provoca el contraste entre la realidad adulta y la visión supuestamente cándida de la infancia (muy acertada la elección de la fiesta de disfraces popular como escenario de la historia, generando la confrontación entre el juego de un adulto que busca esconder su personalidad y el de un niño que juega para encontrarla), en esa reinterpretación en términos cercanos que hace el niño que resulta ser, muchas veces, tremendamente más rica que la del adulto.
Es posible que se le pueda achacar a la obra de Lola Lorente cierta falta de originalidad en la propuesta argumental básica (el impacto de la muerte visto desde la infancia es una constante en la cultura), cierto, pero la riqueza de su aproximación gráfica, esa visión tan personal e íntima hace la lectura de Sangre de mi sangre una experiencia muy recomendable.