Desconozco si el Zapatero prodigioso, en su calidad de Presidente del Gobierno de España, elevará una protesta, pero creo que –de elevarla- sólo será en la intimidad. Lo cierto es que, en su nueva santa cruzada emprendida durante su reciente viaje a Santiago y Barcelona, el siniestro Ratzinger ha abierto la veda de las libertades, propiciadas únicamente por el laicismo y sistemáticamente pisoteadas por todas las religiones.
Ahora, el siniestro Ratzinger vuelve a disparar a las libertades contra el paredón de papel de un libro recién aparecido (como la virgen santísima), “La luz del mundo. El papa, la iglesia y las señales del tiempo”, de Peter Seewald. Por cierto, papa se escribe con minúscula, como rey, por ser nombre común. Otrosí, traducir “señales del tiempo” es desconocer el clásico y teológico concepto de “signos de los tiempos”, mucho más consonante, resonante y eufónico.
Tal como dijera –el siniestro Ratzinger- en el desgraciado avión que le transportó a nuestro país, en el paredón del libro nos fusila diciendo que somos “un país de contrastes dramáticos”, cuando precisamente el contraste es nuestra riqueza. Pero eso un nazófilo siniestro, adalid y siervo del pensamiento único, jamás podrá comprenderlo.
Continúa fusilándonos el siniestro nazófilo Ratzinger contra el paredón de papel: “el contraste entre la República de la década de 1930 y Franco o en la dramática lucha actual entre la secularidad radical y la fe decidida”. Y se queda tan ancho… “Secularidad radical” debe ser esto que tenemos, ¿No? ¿Se refiere el siniestro nazófilo Ratzinger a los funerales confesionales por las pluriformes víctimas? ¿Se refiere a nuestros políticos en misa a todas horas y presidiendo procesiones?
Qué entenderá esta prenda por secularidad y fe.
El tiro de gracia nos lo da cuando el autor del libro le dice “usted parece amar muy especialmente a España”, a lo que el siniestro lamelibranquio Ratzinger contesta “por supuesto”.
¡Hombre, como para no “amarla”! Chollos como el que la iglesia católica disfruta en España no los hay en ningún lugar del mundo conocido. Pero esta bestia insaciable quiere más, mucho más: dejarnos secos, sin vida, grises y, después, volar a asolar otros mundos.
¡Que la fuerza nos acompañe! ¡Ojú!
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