Parece ser que fueron encontrados en el norte de Haití los restos, saqueados, lógicamente, de la Santa María, la carabela que condujo a Colon al mal llamado Nuevo Mundo, y que serán investigados en breves fechas.
La Santa María encalló en Diciembre de 1.492, poco después de la llegada de Cristóbal Colón a América, y parte de su madera fue utilizado en construir un fortín en la zona, pese a detectarse actualmente los restos submarinos que van a ser estudiados. Desde entonces hasta ahora, han pasado poco más de quinientos años, tiempo relativamente escaso si miramos hacia la historia del hombre en la tierra, y más aún si volvemos la memoria hacia el pecio del Titanic, condenado a desaparecer en el curso de los siglos por efecto de las bacterias que lo colonizaron. Sorprende la diferencia de 1.492 a 1.912, cien años menos de los que señalábamos antes y que son los que separan ambos restos; estrmece ver el progreso de la humanidad en tan poco tiempo, aunque las carabelas, auténticos cascarones en el mar, alcanzasen su objetivo mejor que el buque más grande y lujoso de la época que dejó su orgullo de metal en las aguas heladas del Atlántico Norte hace algo más de un siglo. Colón y pocos temerarios marineros tropezaron con un continente entonces desconocido casi como el Titanic con un iceberg que supuso su prematuro fin. Volar desde Barajas a Nueva York tiene hoy bastante menos mérito que arriesgarse durante semanas a buscar el viento favorable en una embarcación sin medios técnicos ni equipamiento para una vida mínimamente digna a bordo, a tenor de los canones actuales. Siento debilidad por los pecios, esa suerte de resto para estudio forense de un hundimiento antiguo. Suerte a quienes lo hagan con los de la Santa María, porque fue un buque que marcó un hito en la historia de la humanidad.