los niños pequeños y sus hábitos nos muestran buena parte de los patrones comunes de nuestra inconsciencia colectiva. Quién no ha visto niños que reclaman el derecho de propiedad de sus juguetes, la palabra “mío” es un recurso muy habitual en los críos, esos que carecen de experiencias que moldeen sus accciones. Las acciones de los más pequeños es la muestra más cercana a los principios de nuestra irracionalidad. Reclamar el derecho a lo propio es una de las bases sobre la que se sostenta la evolución del ser humano, gracias a ella hemos atesorado los bienes que necesitábamos para vivir.
Vivir es un asunto complicado porque está lleno de encruzijadas, cruces de camino que exigen tomar decisiones. Nuestras decisiones están totalmente sesgadas por las características de la irracionalidad, es ésta la que influye de una manera invisible a la hora de tomar un camino u otro, y en este caso, es nuestro deseo por atesorar quien fija la dirección. Nuestra irracionalidad actúa como un mago que engaña a nuestros sentidos para mostrarnos lo que quiere que veamos, eso sí, haciéndonos creer que es nuestra racionalidad la que lleva el timón del barco.
Ese sentimiento de propiedad que nos invade desde pequeños pasa a formar parte de nuestro mecanismo más primario de toma de decisiones.
“Santa rita, rita, lo que se da no se quita”, ese es un dicho muy popular que expresa todo lo comentado anteriormente, una simple rima que define al ser humano a la perfección. Como vivir, es atesorar para vivir mejor, hemos llegado a puntos de saturación que nos deberían hacer pensar dónde está el límite de las cosas.
Nuestros sentimientos de propiedad nos han llevado a estándares insostenibles, hemos dado forma a una base de necesidades que consume demasiados bienes materiales. La manera de mantener este sistema se sustenta en el dinero, y esa se ha convertido en nuestra persecución diaria, ganar dinero para mantener la base de un bienestar ficticio. La esclavitud moderna es ahora fruto de un deseo incontrolable por tener. ¿Tener qué?, esa quizás sea una buena pregunta: ¿tener qué?.
El caso es que todo esto nos está haciendo mucho daño, está desarrollando unas raíces demasiado profundas, amenaza a nuestra imaginación, desincentiva el riesgo por hacer cosas nuevas, fometa el “status quo”, atrofia nuestra atención, cambia nuestros sistemas de prioridades, altera nuestro juicio, desatiende a nuestras pasiones y desenmascara a nuestra peor versión.
Nuestra necesidad por mantener el actual nivel de vida, fija nuestra atención en el pasado y desatiende el futuro. El futuro es sólo una hipótesis, mientras que nuestra experiencia pasada es algo tangible contra lo que podemos comparar. Como seres que aprenden de acuerdo con la comparación, nuestro gusto por el pasado y por la tradición nos amordaza para acomoter cambios fundamentales. Si alguien es capaz de soportar lo insoportable por el mero echo de ganar dinero, ¿qué le va a suceder cuando esta situación termine?. Hasta ahora las situciones eran estables, hoy las situaciones cambian cada minuto, y mirar hacia atrás ya no es un buen punto de refrencia. Mirar hacia adelante ayuda a crear situaciones nuevas, pero para ello se debe ser consciente de que nuestro deseo por tener nos puede frenar. Si conseguimos una base ligera sobre la que movernos, cualquier camino es más sencillo que aquel por el que transitamos con una mochila de 100 kg.
Cuando nuestra irracionalidad secuestra nuestro bienestar, es recomendable fijar nuestra atención en los efectos secundarios de sus fechorías. Piensa en el “Santa rita, rita, lo que se da no se quita”, piensa de qué podrías prescindir; no prescindas de ello, pero debes ser consciente de que su presencia no puede condicionar la base de tu bienestar.
¿Y si tenemos más que suficiente?, pero, ¿cuánto es suficiente?.
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