Francisco Romero Rodríguez
Semanario El Noroeste Digital¹
Tiene Caravaca de la Cruz un regalo del cual, quizás, no seamos todo lo conscientes que deberíamos ser: contar con dos fundaciones directas de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, algo de lo que solo pueden presumir Segovia y nuestra ciudad exclusivamente. Hace ya treinta años un matrimonio alemán me decía que, después del Lignum Crucis, era sin duda lo más relevante de nuestro patrimonio. Y ambas cosas, Mística y Cruz de Caravaca, se unen no solo teológicamente, sino también históricamente, pues todas las órdenes religiosas fundaron aquí primordialmente por ser la villa de la muy celebrada reliquia. Ambos santos tuvieron gran devoción a Ella, como demuestra la réplica que poseyó hasta su muerte la santa abulense. Estos dos doctores de la Iglesia, genios de la literatura universal, también ayudan a abrir las puertas a confines desconocidos y remotos, pues traspasan las fronteras de las religiones y su pensamiento y obra son alabados por judíos, musulmanes, protestantes, budistas y también no creyentes. Cada vez más se va reivindicando Caravaca de la Cruz como un importante enclave en este contexto, como “ciudad de la Mística”, algo que, dado su legado histórico, está todavía por reconocer en el resto de Murcia y España.
Los caravaqueños tenemos todavía una deuda pendiente con esta santa. Un tributo bonito sería manifestar por el arte nuestro gran vínculo con esta mujer, creado a través de su fundación directa: el convento de San José. Es aquí donde entra Carrilero, ilustre hijo predilecto de nuestra ciudad, artista reconocido como una de las figuras más relevantes de la escultura en la segunda mitad del siglo XX español. Ya hace 50 años realizó un precioso modelo y hoy, a sus 94 años, vuelve a recrear con sus manos y enorme ilusión una imagen de esta prodigiosa santa. Lo hace desde una perspectiva muy particular, pues muchas veces se representa a Santa Teresa de Jesús sentada y escribiendo, incluso con birrete, como doctora que es de la Iglesia, otras veces, aunque menos, como andariega y bastón en mano, pero en el modelo que nos trae Carrilero subyuga su perfil con las manos extendidas al cielo y, como símbolo principal, una palomas que se confunden entre sus dedos, basándose en las alusiones que hacía nuestra doctora a sus nuevos conventos y monjas con los términos de “palomarcitos” y “palomas”. Las palomas que plasma el artista parecen estar en continuo movimiento de aleteo, para posarse y, rápidamente, alzar el vuelo, “mas … es vuelo deleitoso, vuelo sin ruido”, escribía ella.
Carrilero trasciende los límites de un mayor o menor parecido figurativo, busca ante todo la expresión, la emoción y la alegría de ese espíritu de fundadora, de un espíritu que, cuantas más dificultades encontraba, más se elevaba al cielo para propagar su reforma. No es para él cuestión de parecidos realistas, de lo que aquí se trata, es de sentimientos, de impresiones que nos hagan elevarnos hacia otras formas de leer la realidad, tengamos más o menos creencias.Creo que esta obra es un magnífico complemento a la gran escultura de San Juan de la Cruz realizada por de Rafael Pi, en mi opinión, su mejor obra. Ambas esculturas serán dos caras de la misma moneda, dos lenguajes artísticos diferentes, pero unidos por el profundo reconocimiento de ambos artistas a esa genialidad espiritual y literaria nacida en España. Sin duda, las vías místicas siempre trascienden, unen, saltan las fronteras del Arte para poder unir sus diferentes lenguajes.
Ojalá surjan más iniciativas de esta clase, pues Caravaca de la Cruz, no puede olvidar la gran aportación de ambos santos, su empeño en incluir a esta ciudad en sus primeras fundaciones directas, en hacerla partícipe desde los inicios de este gran movimiento religioso que tanto ha definido nuestra historia.
¹ Agradecemos cordialmente a Jaime Parra, director del Semanario El Noroeste Digital, su autorización para reproducir este artículo en nuestro blog.