Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
Escuchando a ciertas personas o leyendo a algún indocumentado, se podría concluir que Teresa de Jesús fue perseguida como sospechosa de herejía y, según los intérpretes más extremistas, condenada por el tribunal de la Inquisición. Me parece un tema goloso para la intriga policíaca, ya resuelto en el tribunal de la historia en beneficio de su persona y sus escritos; pero conviene que sus conclusiones lleguen al conocimiento del pueblo que es lo que pretendo en este breve escrito.
Para sopesar las relaciones de Teresa de Jesús con la Inquisición española, conviene saber que fue un tribunal de justicia creado en tiempo de los Reyes Católicos para buscar, juzgar y castigar a los herejes de la religión católica o trasgresores de su moral (judaizantes, blasfemos, pecadores públicos, etc.). Dicho sea en general, porque con el tiempo intervino en otras causas que perturbaban el orden social no solo por razones religiosas o morales. Abro un paréntesis para advertir a los lectores que no podemos juzgar las instituciones del pasado, sobre todo las que limitan las libertades de los ciudadanos, con criterios que se han impuesto en las democracias modernas.
La relación de Teresa con la institución y sus ministros —si nos atenemos a sus confesiones— fue tardío, posiblemente en el tiempo en el que tuvo experiencias místicas en torno a los años 1555-1560. Con toda certeza, podemos afirmar que existe un punto de referencia implícita al Tribunal cuando en el año 1559 publicó el Índice de los libros que se prohíben, al que hace alusión la madre Teresa, muy atenta al devenir de la historia: “Cuando se quitaron muchos libros de romance —escribe— que no se leyesen…” (Vida, 26, 6). Teresa lamenta el hecho con dolor porque era lectora de algunos autores “espirituales” condenados y oyó en su interior la voz de Cristo: “Yo te daré Libro vivo” (Vida, 26, 6). Cuando poco tiempo después redacte el Camino de Perfección, aludirá al hecho con una crítica abierta que percibieron los censores del escrito y anotaron al margen en el autógrafo: “Parece que reprehende a los inquisidores que prohíben libros de oración”, o notas parecidas, y era verdad. (cf. CaminoE, 36, 4; CaminoV, 21, 3, etc.).
Recuerda una noticia trágica sobre el castigo aplicado a unos herejes recalcitrantes: la pena capital, condenados a morir en la hoguera y por cuya salvación ofreció la vida una monja de Valladolid (Fundaciones, 12, 3). Alude también a la Inquisición como vigilante de la ortodoxia de los católicos cuando preparaba los trámites del convento de San José, 1561-1562, en la ciudad de Ávila. Siendo una monja con fenómenos místicos, visiones y revelaciones de Cristo, los amigos le susurraron al oído que podían intervenir los inquisidores para dilucidar la verdad. La respuesta de Teresa es una perla a conservar en los libros de historia:
“Iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír (¡!) […]. Y dije que de eso no temiesen, que harto mal sería para mi alma si en ella hubiese cosa que fuese de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a buscar; y que si era levantado [calumnia], que el Señor me libraría y quedaría con ganancia” (Vida 33, 5).
Existe un texto de la madre Teresa en la primera redacción del Camino de perfección, escrito reservado para la comunidad de San José, en la que defiende a las mujeres “espirituales” tenidas por sospechosas de herejías por los “jueces” varones, entre los cuales sospechamos que incluía a los oficiales de la Inquisición. Fue tachado y emborronado en el autógrafo por algún censor escrupuloso y temeroso, pero ha sido leído totalmente en nuestro tiempo. “Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad […]. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa” (CaminoE, 4, 1).
Si Teresa escribe contra las opiniones de los jueces inquisitoriales, es porque tuvo un trato personal con sus más altas jerarquías que aprobaron su espíritu. Además, estaba segura de confesar la verdad de la Iglesia católica y estaba dispuesta a corregir sus posibles errores. Recuerdo que tuvo un trato amable con don Francisco de Soto y Salazar, inquisidor en Córdoba, Sevilla y Toledo, a quien acudió para clarificar su espíritu y él le aconsejó que escribiese todo al oráculo del tiempo: Juan de Ávila; a ese consejo debemos la definitiva redacción de la Vida.
Además, denunciado el libro de la Vida a la Inquisición por la princesa de Éboli en 1574, fue leído por el gran Inquisidor el cardenal de Toledo don Gaspar de Quiroga, amigo de su amiga doña Luisa de la Cerda a quien comenta “que no había allí cosa que ellos tuviesen que hacer en ella, que antes había bien que mal” (Carta de Toledo a Salamanca, 26-27-II-1577, n. 14).
Le quedaba por pasar un último susto con el tribunal de la Inquisición de Sevilla. Las monjas de la comunidad fueron acusadas de acciones deshonestas por algunas monjas desvocacionadas y trastornadas, diciendo que se practicaban actos inmorales de la secta de los “alumbrados”; intervino la Inquisición sin consecuencias negativas para la comunidad. Creo que se puede decir que hubo “mucho ruido y pocas nueces” en los años 1575-1576 y no vale la pena emplear tiempo y papel en el asunto.
Lo mejor del percance fue que el tribunal pidió a la madre Teresa que defendiese su causa y lo hizo con un escrito que entregó a dos miembros del mismo, los jesuitas Rodrigo Álvarez y Jorge Álvarez. Son las conocidas como dos “Relaciones” o Cuentas de conciencia que se publican en las Obras completas de la Santa. (En la EDE, nn. 53-54). En la primera, cuenta sus experiencias de algunos “fenómenos” místicos que experimenta, como “visiones” y “locuciones”, que no se ven ni oyen con los sentidos exteriores ni interiores, pero son comprendidos por la paciente; además, cuenta los confesores que ha tenido y que han aprobado su espíritu, tanto los “espirituales” jesuitas como los “intelectuales” dominicos. Y en una segunda entrega, escribe sobre los “grados” de oración que ha experimentado. En realidad, dos piezas de antología, síntesis de experiencias religiosas y de ciencia sobre el camino de la oración.
Espero que los lectores puedan concluir de lo escrito y leído que Teresa de Jesús fue juzgada pero nunca “perseguida” ni “condenada” por la Inquisición, ni fue sospechosa de herejía ni falsaria; sino que fue amiga y estimada por altos dirigentes del tribunal, aprobada y admirada por santos y sabios teólogos de su tiempo. Si algunos críticos tuvieron dudas de su doctrina fueron una mínima minoría que han quedado en la penumbra de la historia y su doctrina fue confirmada con la beatificación (1614) y la canonización (1622).