Revista Cultura y Ocio

Santa Teresita y la familia

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Santa Teresita y la familiaMaría del Puerto Alonso,
ocd Puçol

Para hablar de la familia de santa Teresita haría falta un libro, como bien comprendió Stephane Joseph Piat. Y así lo hizo con el libro Historia de una familia, obra que recomendamos y que cuenta fundamentalmente el matrimonio, vida y muerte de los padres de santa Teresita, muchas décadas antes de ser canonizados.

Porque Teresita, la santa sin éxtasis ni milagros, tuvo de extraordinario el ambiente de santidad en la que fue educada. Si es que se puede calificar de extraordinaria la llamada a la santidad de todo cristiano. Tanto ella como sus hermanas eran conscientes de este privilegio en una época en la que la santidad en la vida matrimonial casi ni se contemplaba, y en unas circunstancias (como la demencia que sufrió su padre) que hubiesen hecho desistir de tal idea a cualquiera.

Trataremos de hacer apenas un bosquejo de lo que fue su familia y de lo que significó para ella.

Tanto su padre: Luis Martin, como su madre: Celia Guerin, trataron de entrar en la vida religiosa, pero ambos fueron rechazados. Luis por su desconocimiento del latín y Celia porque la superiora que debía recibirla le dijo que ella tenía vocación de madre y no de religiosa, lo que entristeció a Celia, cuya hermana era monja.

Cuando se casaron, ambos quisieron vivir como hermanos, consagrando su virginidad a Dios. Un confesor, meses después, les ayudó a desistir de la idea argumentando que así no podrían tener descendencia. Pronto empezaron a llegar los hijos, que fueron consuelo del matrimonio: María (1860), Paulina (1861), Leonia (1863), Elena (1864, muere en 1870), José Luis (1866, muere en 1867), José Juan Bautista (1867, muere en 1868), Celina (1869), Melania Teresa (1870, muere con dos meses) y nuestra Teresa (1873).

De nueve hijos, solo les sobreviven 5 niñas, con lo que se frustra su deseo de tener un hijo sacerdote y misionero. ¡Si hubiesen podido ver el futuro, habrían sabido con sorpresa y regocijo que la pequeña sería patrona de los misioneros!

Celia falleció de cáncer de mama en 1877. A pesar de lo pequeña que era Teresita, esta guardaba recuerdos de su buena madre. Empresaria en el trabajo del punto de Alençon, era una mujer piadosa, intrépida y amante de la verdad y la justicia (por lo que tuvo algún disgusto).

Su padre renunció a su propia felicidad trasladándose a Lisieux con sus cinco hijas, para que tuvieran la proximidad de la familia Guérin (el hermano de Celia, con su esposa y dos hijas). Hombre recto y metódico, había dejado su trabajo de relojero para trabajar para su esposa en la administración. Según sus hijas, a la muerte de su esposa, su amor se hizo maternal. Hombre respetuoso, aceptó con dolor y gozo la vocación a la vida religiosa de cada hija y, cuando no le quedaba nada que ofrecer, se ofreció a sí mismo a Dios. Poco después de la entrada de Teresa en el Carmelo, un problema seguramente de riego sanguíneo, afectó a su salud dañándole el cerebro, y produciéndole alucinaciones, ausencias y pérdidas de memoria. Por su seguridad y la de las dos hijas que quedaban con él, se decidió internarlo en un psiquiátrico, donde dejó admirados a los trabajadores por su humildad, su obediencia y su fe hasta que regresó con sus hijas cuando no pudo ya caminar.

Para Teresita, la pérdida de su madre fue traumática. Y, más tarde, el ingreso en el Carmelo de la hermana que ella había escogido como madre (Paulina) le causó tal crisis que pasó por una extraña enfermedad de la que curó al ver sonreír a la imagen de la Virgen María que acompañaba siempre a la familia. Cuando, siendo ya carmelita, su padre va perdiendo facultades mentales, pasa con dolor y fe la nueva circunstancia familiar.

En el Carmelo de Lisieux se llegaron a encontrar de modo extraordinario, cuatro de las cinco hermanas (todas menos Leonia, que terminaría siendo visitandina) y una prima. Esto, en una comunidad pequeña (como suelen ser las nuestras, con un límite de 21 hermanas), trajo sus incomprensiones y dificultades. Pero la pequeña lo tenía claro: amaba el Carmelo por “el espíritu de familia” que tenía, pero el que sus hermanas convivieran con ella no era un obstáculo, sino un aliciente: “¿Cómo se puede decir que es más perfecto alejarse de los suyos…? ¿Se les ha reprochado alguna vez a los hermanos que combatan en el mismo campo de batalla? ¿Se les ha reprochado el volar juntos a recoger la palma del martirio…? Al contrario, se ha pensado, y con razón, que se animaban mutuamente, pero también que el martirio de cada uno de ellos se convertía en el martirio de todos los demás. Lo mismo ocurre en la vida religiosa, a la que los teólogos llaman martirio. El corazón, al entregarse a Dios, no pierde su cariño natural; al contrario, ese cariño crece al hacerse más puro y más divino. Madre querida, con este cariño la amo yo a usted y amo a mis hermanas. Soy feliz de combatir en familia por la gloria del Rey de los Cielos. Pero estoy dispuesta también a volar a otro campo de batalla, si el divino General me expresa su deseo de que lo haga. No haría falta una orden, bastaría una mirada, una simple señal”. Como se ve, ella estaba dispuesta a separarse de sus hermanas y, de hecho, su enfermedad le impidió ofrecerse a ir a fundar a un país extranjero como era su deseo.

No solo forma parte de una nueva familia al entrar al Carmelo, sino que los últimos años, se le confía la capellanía de dos sacerdotes misioneros, que ella adopta como hermanos, pensando que, por fin, así se cumplían los deseos de sus padres de tener hijos sacerdotes misioneros.

Hemos de agradecer a las hermanas de Teresita el tener casi todos sus escritos. Aunque intuyeron que su hermana era un ángel, no sospechaban que era una de las mayores santas de los tiempos modernos. Teresita es un ejemplo del fruto que puede dar una familia santa.

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