Sueño con que Santander deje de ser un territorio ‘insular’ dentro de Colombia. Son décadas siendo una isla, frágilmente comunicada con el resto del país a pesar de su condición de corredor internacional y de ser la cuarta economía de la Nación.
La tragedia de Piedecuesta nos lo hizo aún más evidente. La fragilidad de cáscara de huevo de la infraestructura vial ya no da espera. Santander requiere inversión ajustada a su relevancia.
Gracias a la gestión de la Cámara de Comercio de Bucaramanga, esta ciudad podrá en abril estar más ‘cerca’ de Fort Lauderdale, que lo que está hoy de Barichara; San Gil hoy está más ‘cerca’ de Bogotá que de Bucaramanga. Urge el terminal de pasajeros en San Gil para conectar por vía aérea a cerca de 15 municipios con el resto de Colombia.
El cierre de la carretera sume al sur de Santander en una crisis de desabastecimiento y encarecimiento del costo de vida. Se desequilibró la balanza comercial porque ahora a los comerciantes no les quedan más opciones que comprar sus suministros en Boyacá o en Bogotá. Ahí también pierde Santander.
Pero el problema no es solo coyuntural, sino estructural. Mientras Antioquia tiene un sistema de malla en el que muchos municipios tienen más opciones para moverse, en Santander casi todas las vías secundarias son terribles. Por ejemplo, de Socorro a Capitanejo hay 67 kilómetros en línea, pero para ir hay que salir del departamento y por muy malas vías completar una ruta de 350 kilómetros luego de siete horas (la ruta por Málaga es igual o peor).
Sin el oportuno desarrollo de vías secundarias es imposible hablar de desarrollo regional con los pequeños productores campesinos sin poder sacar sus mercancías a los mercados principales, y ni hablar del desarrollo de industrias como el turismo. La Economía Naranja necesita por dónde sacar sus jugos…
Muchos de los 87 municipios de Santander son islas, alejadas casi totalmente de las oportunidades de desarrollo y la competitividad se ve amenazada. Sí hay que depender más del cerebro que de los bíceps, pero en paralelo hay que poder mover lo físico. Bienvenidos al siglo 19.
Nota: Esta columna fue publicada originalmente en Vanguardia el día 5 de marzo de 2020