Revista Cultura y Ocio

Santander en 1878

Por Dapalo
Santander 1878

Litografía francesa publicada en Marina Civil (Núm. 54). Puerto de Santander hacia 1860, entonces puerto de Castilla y León. Muestra al Santander del comercio harinero con América.

El puerto de Santander era el más importante del Cantábrico. Su entrada era practicable con todos los vientos, aunque los veleros tenían peligro cuando los vientos del noroeste eran huracanados con mares gruesas, en ocasión en que la mar estuviese bajando.

Santander apenas contaba con 40.000 habitantes muy ligados al puerto y a su comercio con ultramar. Era una ciudad muy animada, próspera y comercial. Tenía un tranvía de vapor que llegaba hasta la segunda playa del Sardinero, donde los baños de ola competían con los mejores establecimientos balnearios de la época. Había plaza de toros, teatro, baile campestre, cafés, casas de baños de aguas dulce y salada, Instituto, escuelas públicas y privadas, navieras, bancas, agencias mineras, industrias, establecimientos de carros y carretas de transporte, carbonerías, fábricas de jabones...

El ejercicio de la pesca y navegación era totalmente libre. Cualquiera podía competir con los trabajadores de la mar con solo anotarse en la Cofradía. Los pescadores ya no iban a la pesca de la ballena y el bacalao, restringiendo sus capturas a las costeras del bonito, la sardina, el besugo y la anchoa. Solían alejarse de sus puertos entre 50 y 100 millas. Sus embarcaciones eran de madera, sin cubierta. Las que pescaban merluza, bonito y besugo eran las mayores. Las barquías y las traineras, las menores. En las primeras cabían hasta catorce hombres y un patrón y tenían tracción doble, manual y a vela. Su arboladura contaba con un solo palo y una gran vela, que, en apuros, solía cambiarse por otra más pequeña, llamada la unción. También se podía arbolar un tallavientos, que era un pequeño mástil con vela cuadrada.

En general, el marinero era hombre piadoso, que oía misa solemne los domingos y fiestas de guardar. Rezaba el credo al cruzar la barra y exclamaba ¡ Alabado sea Dios! al hacer su primera captura. Su atuendo habitual era la blusa, más corta que la de los trabajadores de otros oficios. Su gran lujo, un traje de pana o una chaqueta de mahón. Calzaba alpargatas en tiempo seco y almadreñas si esperaba que lloviera. La mujer vendía el pescado y reparaba las redes. Las bodas eran en tiempo de vendimia. Al novio le regalaban una barquía con todos los trebejos del oficio. Las mujeres vestían buena parte de su vida hábitos de la Virgen del Carmen o de San Antonio, en cumplimiento de promesas en las que el Cantábrico y sus temporales tenían mucho que ver. La mayor parte de las familias pescadoras cubrían malamente sus necesidades vitales cuando había pesca, sin ningún tipo de ayuda institucional que protegiera sus infortunios.


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