En un vibrante discurso pronunciado en el Parlamento el 30 de noviembre de 1934, José Antonio Primo de Rivera defendía el “hecho diferencial” de Catalunya: “Yo no conozco manera más candorosa, y aun más estúpida, de ocultar la cabeza bajo el ala que la de sostener, como hay quienes sostienen, que ni Cataluña tiene lengua propia, ni tiene costumbres propias, ni tiene historia propia, ni tiene nada”. Esa “diferencia”, añade el diputado falangista, no puede constituir un problema, pero tampoco una justificación para la independencia. ¿Conceder la autonomía? Por supuesto, a condición de que previamente se verifique el anclaje de esa “variedad cultural” en un “idea” superior: “España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal. (...) Con sólo esto, veréis que en la posición que estoy sosteniendo no hay nada que choque de una manera profunda con la idea de una pluralidad legislativa. España es así, ha sido varia, y su variedad no se opuso nunca a su grandeza; pero lo que tenemos que examinar en cada caso, cuando avancemos hacia esta variedad legislativa, es si está bien sentada la base inconfundible de lo que forma la nacionalidad española; es decir, si está bien asentada la conciencia de la unidad de destino”. ¿Lo está en Catalunya? José Antonio comprueba con escándalo que, tras dos años de autogobierno, lejos de consolidarse el federalismo místico español, Catalunya se ha “deshispanizado” sin parar, poniendo en peligro el proyecto sin el cual, aunque mantenga su lengua y su cultura, la propia Catalunya carece de sentido. Conclusión: hay que derogar el estatuto de autonomía para “hispanizar” Catalunya antes de permitirle de nuevo alguna forma de autogobierno.
Hoy no se habla de “hispanizar” sino de “españolizar”, pero el argumento sigue siendo el mismo. Las declaraciones de Wert, y el eco de sus compañeros de gobierno y de partido, son algo así como el reflujo gástrico de una España intestinal, irracional, imperial, que vuelve a la boca, como ocurre desde hace 500 años, para impedir que “España” sea un contrato social y no el desatino nacionalista de las clases dominantes. No nos engañemos. El recrudecimiento de la “cuestión nacional” no se produce por casualidad en el contexto de una desintegración del Estado central como garante relativo de algunos derechos “universales”. El “choque nacionalista”, cuyas raíces se encuentran en la idea joseantoniana de España, enfrenta en realidad a dos proyectos siameses que se intercambian golpes de puño mientras permanecen cosidos por la cintura. Rajoy y Mas quieren -respectivamente- “españolizar” y “catalanizar” la catástrofe; tratan de esconder bajo las banderas de España y de Catalunya el polvo de la ruina económica y social que han provocado. Los dos comparten populismo y demagogia. Rajoy tiene una ventaja: el ejército. Mas tiene una mayor: el derecho democrático a la autodeterminación.
Comprendo muy bien la preocupación de la izquierda catalana frente a una manipulación nacionalista que nada tiene que ver con la autodeterminación de Catalunya y menos aún con la emancipación social de los catalanes. Pero la izquierda española debe extremar los cuidados, como sugería Lenin, para evitar que se la identifique con los intereses nacionalistas de la “nación dominante”. Frente a la “españolización de Catalunya” preconizada desde la derecha españolista, nosotros debemos dar prioridad a la “democratización de España”. Y esa democratización implica su “desespañolización”. Al contrario de lo que podrían pensar algunos, las lenguas, las costumbres, las culturas, las religiones, amenazadas por el capitalismo, son mucho más resistentes que los derechos y los principios. El “indigenismo” va a sobrevivir sin duda a la suspensión del Estado del Bienestar y del Estado de Derecho en toda Europa. Pero defender los derechos y los principios implica la paradoja de promover la “desespañolización” de España y la “catalanización” de Catalunya. Los defensores de un federalismo republicano democrático -frente al federalismo místico joseantoniano- debemos insistir ante todo en el derecho de autodeterminación de los pueblos, lo que significa aceptar, en incluso celebrar, la eventual independencia de Catalunya o del País Vasco. La relación de fuerzas no es favorable a la izquierda en ninguna parte y, dentro o fuera de la UE, ni Catalunya ni el País Vasco (a pesar de Bildu) serán más de izquierdas ni más democráticos que España. Tampoco menos. Pero podremos quizás unir mejor nuestras filas -sobre principios comunes y no indigenismos opuestos- para la batalla más profunda que se avecina.
Fuente. http://www.atlanticaxxii.com/