Revista Sociedad
Una madre tarda nueve meses en gestar un niño; un enamorado tarda años en explorar el cuerpo de la amada; un poeta tarda décadas en gestar una metáfora; un pueblo tarda siglos en construir una historia; y un dios cualquiera tarda milenios en construir un mundo. Destruir una manzana con los dientes es muy agradable, sobre todo cuando se hace en compañía; pero destruir en solitario la ropa, los electrodomésticos, las casas -cada vez más deprisa, cada vez más deprisa, como demanda el mercado- no produce placer: produce sólo hambre. El hambre es incompatible con la civilización. Es incompatible con la humanidad. Es el naufragio del Hombre. Bueno, ¿y qué? ¿Y qué si el Hombre es una antigualla?¿Y qué si de todos modos seguimos teniendo Historia y Sociedad? Pero si el Hombre caduca, ¿qué hay más allá de él? ¿Qué se anuncia más allá de lo humano? La razón ilustrada había prometido la ciudadanía universal: la igualdad, la libertad, la fraternidad. Pero es el capitalismo, y no la ilustración, el que ha dejado al Hombre a sus espaldas para instalar los cuerpos en una realidad post-humana. Ahora son los propios seres humanos los que corren detrás de la Historia, con la lengua fuera. Y cuando logran alcanzarla, de ellos sólo queda su pellejo o, aún peor, su imagen: por el camino han dejado sus ritos, sus dioses, sus ancestros, sus lazos tribales, sus densidades culturales, incluso su sexo o su edad. En su lugar encuentran la proletarización de los trabajos y los placeres y la amenaza de la destrucción planetaria.