Revista Sociedad

Santiago Alba Rico y Héctor Gálvez: choque intelectual

Publicado el 19 marzo 2013 por Alfredo

En esta entrada os presento a dos fabulosos intelectuales que rozaron sus opiniones en un estupendo debate intelectual y político en la página Rebelión.org. Me ha parecido interesante compartir con vosotros esta maravilla porque tratan temas de los cuales ignoramos gran parte de los contenidos. Me parece apropiado, no sólo por la belleza que siempre se presenta en un debate entre dos grandes pensadores sino también por la riqueza cultural que de ello se extrae. Finalmente, y con muchísima paciencia, os recomiendo leer desde la primera palabra hasta la última. Disfrutad.Santiago Alba Rico y Héctor Gálvez: choque intelectual.España, Siria y el lapsus del Ministro(Héctor Gálvez)Un efecto relativamente positivo de esta crisis y de sus efectos sobre la legitimidad del orden político vigente en España es que las figuras políticas más notables se ven obligadas, o tal vez deseosas, de intervenir más que nunca en los medios. Hace unas semanas, Felipe González hacía por el PSOE lo que el propio partido no estaba siendo capaz de hacer (pensar y reaccionar) y les daba, en una entrevista concedida a El País, una hoja de ruta que, aunque incapaz de embaucar a quienes conservamos un poco de memoria política, por lo menos podría servir para permitir al PSOE entrar en la senda de la recuperación progresiva de la credibilidad perdida. También hemos leído, precisamente hoy, a Rubalcaba en El País, intentando enderezar el rumbo errático de un partido político del que sólo quedaba la marca y que, en las actuales circunstancias, hasta eso ha perdido. Y, por último, hemos podido leer a García-Margallo en La Razón, reflexionando sobre la situación en que se encuentra Siria e informando sucintamente acerca del papel jugado por España en el intento de gestión internacional de esta crisis política que se ramifica por todo Oriente Próximo.
Como mecanismo de rendición de cuentas, la redacción de artículos da sobrada cuenta de la población a la que se quiere llegar; la prensa escrita tiene, sea donde sea, un cierto regusto burgués, liberal en cierta forma, en la medida en que confía en la constitución de la “opinión pública” como producto del debate ilustrado cuando, en los tiempos que corren, la “opinión pública” ya funciona como técnica, como dispositivo de poder que conforma mentalidades a partir del trabajo mecánico sobre los receptores [1]. Medios más modernos como la radio, y sobre todo la televisión y el cine, son en cualquier caso mucho más efectivos y de alcance mayor que la prensa (más aún cuando se trata de artículos de opinión y no de consultar los resultados deportivos u ojear fotografías y titulares impactantes). El “receptor” ideal de esos artículos no es la gran masa; a esa la alcanza el bombardeo televisivo. Esto es para quienes necesitan ser convencidos (o cuyas opiniones necesitan ser formadas) a través de medios más sofisticados.

Pero leerlos tiene sus ventajas. Sobre todo porque nuestros políticos tienen poca experiencia en algo que los líderes políticos latinoamericanos (los que han dado institucionalmente la batalla en procesos de cambio social) dominan porque en ello les va el puesto: dar explicaciones. Fidel o Chávez han adquirido un dominio de la materia con el que Rubalcaba o Margallo sólo pueden soñar porque ellos jamás se han encontrado en la situación de lidiar con una opinión pública que realmente los pone a prueba; sólo conocen dos tipos de situaciones: aquellas en las que la opinión pública es un producto de las instituciones y está siempre a su favor; o aquellas (como la actual) en las que la opinión pública se hace ingobernable y entonces se encuentra la manera de gobernar sin ella. Dada esta falta de experiencia, y por tanto de maestría, los fallos son inevitables, y Margallo ha cometido uno en relación con Siria que, por supuesto, no nos revela nada que no sepamos, pero dice mucho sobre el trasfondo del resto del contenido del artículo.

Antes de pasar a ello, sin embargo, conviene decir unas palabras sobre la cobertura que los medios hacen del conflicto sirio y sobre su percepción en el seno de la izquierda española (asumiendo que de ambos asuntos podemos decir muy poco, casi nada, y sólo por aproximación). El retrato del conflicto político sirio se ha presentado desde el principio como una cuestión puramente moral; se ha retratado al “clan Assad” como un grupo humano abyecto y cruel, situado en esa delgada línea que separa a “la Humanidad” del “Eje del Mal”. Las izquierdas españolas (como las árabes) [2] han tenido problemas para construir una posición homogénea, sobre todo por la vulnerabilidad ideológica de éstas ante el argumento moral: es difícil comprender, asumir, que el enemigo no tiene que ser malo para ser el enemigo; por lo tanto, es todavía más difícil construir una posición política que defina al enemigo desde el punto de vista del poder y no desde el punto de vista de la moral; y por eso es aún más difícil hacer ver que allí donde el enemigo se perfila sólo a través de argumentos morales (aunque existan los políticos) hemos de tomar posiciones con pies de plomo. La consecuencia de esto es que se ha generado una situación perversa en la que a ciertas izquierdas se las pretende obligar, como le ha pasado a la izquierda abertzale con ETA, a tener que someterse a un examen de moralidad que incluya, como correlato al “rechazo de la violencia”, el “rechazo al régimen de Assad”. Es una cuestión de dignidad política el no entrar en un juego que es por una parte inútil y por otra dañino: inútil si se trata de declarar explícitamente algo que va de suyo; dañino si evita que hagamos esa distinción crucial entre lo político y lo moral. Por suerte, la manifestación explícita de las diferentes tendencias y opiniones, así como la bendita existencia de un cierto sentido común, han hecho posible que el posicionamiento político explícito de la izquierda social haya sido cauto, extremadamente precavido. A pesar de todo, cuando nos remitimos a los hechos (a si hay movilizaciones o no las hay, a si son masivas o no lo son) parece evidente que no hay esfuerzo comunicativo que consiga “aclarar” el conflicto sirio (tampoco fue posible con el libio) hasta el punto de que sea posible una manifestación masiva y constante de malestar popular como sucede en el caso palestino, tantas veces traído a colación en un intento por comparar dos causas “moralmente justas” pero muy distintas desde el punto de vista del poder. Si el río suena, es que agua lleva.

De todos modos, la situación es suficientemente conflictiva como para que no baste con el posicionamiento sincero, de argumentos sólidos, pero (creemos) políticamente equivocado de una parte de la izquierda. Asociaciones y grupos de defensa del pueblo sirio han surgido como setas (apenas hay formaciones de largo recorrido y es curioso que sea así, visto el historial del gobierno de Assad que estos mismos grupos resumen cada vez); escriben manifiestos, conceden entrevistas y escriben artículos [3]. También opinadores de medios que se podrían considerar respetables escriben artículos que parten, pura y llanamente, de negar la realidad más evidente en lo que se refiere al tratamiento informativo del conflicto sirio [4]. Y aun así hay algo que se resiste, que no se doblega, en la mente colectiva de la re-politizada sociedad española.

Pero vamos, por fin, con Margallo. El Ministro, además de lamentarse de lo improbable que es que el Consejo de Seguridad consiga tomar una decisión vinculante que pueda ir, esos son los deseos del Ministro, desde la creación de corredores humanitarios y zonas de refugio hasta el establecimiento de una zona de exclusión aérea, nos regala un lapsus maravilloso. Hacia el final del artículo el Ministro quiere subrayar algo que ha dicho anteriormente, a saber, la necesidad de que los opositores sirios se pongan de acuerdo para constituir un grupo político de objetivos comunes que abogue por una transición “a la española” (inclusiva, dice), dejando fuera, claro, a los grupos que no renuncien explícitamente a la violencia (esos que se encarguen ahora del “trabajo sucio”, por supuesto). El propósito, es, evidentemente, que a pesar de la sangre derramada sea posible un cambio de régimen y una reorganización político-territorial progresiva, controlada, que en Iraq y en Afganistán se va desarrollando a trompicones y con la molesta mediación de tropas de ocupación, que es siempre un riesgo molesto que correr.

Está, repetimos, enfatizando que esa transición política ha de ser el objetivo último de los opositores sirios, cuando se le escapa un fallo: “En estos momentos, todas las opciones están abiertas. España apoyará las que en el marco de la legalidad internacional mejor sirvan para acabar con la violencia armada y poner en marcha un proceso político intrusivo que satisfaga las aspiraciones del pueblo sirio”. Sí, sí, han leído bien: “intrusivo”. Y con ese lapsus, el Ministro nos lo dice todo.

A partir de ahí, es posible reinterpretar todo lo que nos ha contado. Que España ha sido un miembro activo del Grupo de Amigos del Pueblo Sirio. Que España patrocinó junto con otros países la iniciativa de resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (una resolución que, como dice Margallo, no es nada imparcial sino que carga evidentemente contra el régimen de Damasco). Que España, al haber hecho bien los deberes, forma parte del “Core Group” que reúne a los miembros más activos del Grupo de Amigos del Pueblo Sirio. Que España ha donado 400'000 euros “principalmente” a Cruz Roja para asistir a la población que sufre las condiciones de la guerra en el centro del país. Todo eso, hasta lo más incuestionablemente humanitario y razonable, tiene como propósito la apertura de un “intrusivo proceso de transición” en Siria.

¿Qué más queremos que nos diga el Ministro?


Notas:

[1] Los medios alternativos no funcionan, por desgracia, de forma muy distinta. Allí donde surge un tema “importante”, y la “importancia” puede venir determinada por su relevancia previa en los medios convencionales (como el caso de las Pussy Riot) o por la necesidad de dar una perspectiva silenciada de la cuestión (como pueden ser las movilizaciones del 15M), la función de los medios contrainformativos termina siendo la de transmitir a sus lectores (muchos o pocos, convencidos o dispuestos a dejarse convencer) el mensaje, igual de machacón en esencia, normalmente mejor argumentado, que quieren lanzar quienes no pueden acceder a los medios hegemónicos. Así, cuando no es posible conformar una opinión suficientemente homogénea (como en el caso de Siria), el esfuerzo de repetición se bifurca y se hace menos efectivo (si cabe) frente a la maquinaria pesada de los grandes medios.

[2] Véase, por ejemplo, este artículo sobre los argumentos de la izquierda árabe que se resiste a dejarse llevar por la furia anti-Assad.

[3] Un caso paradigmático de esto es el artículo de Ussama Jandali publicado en Rebelión hacia finales de Julio. No solamente es que el texto permite al autor hacer un despliegue argumental ridículo (como el de pretender, yendo en contra del más simplista de los planteamientos estratégicos, que si de verdad hubiese planes de intervención en Siria, ésta se habría producido inmediatamente después del derribo del caza turco), sino que además no existe, no se encuentra fácilmente al menos, una página oficial de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio, que se supone que preside. Las únicas referencias inmediatas son entrevistas e intervenciones concedidas en prensa a diestro y siniestro, La Razón inclusive; algo que dice mucho del criterio político de alguien que luego no sólo interpela a la izquierda española sino que además pretende dar la solución definitiva a uno de los debates políticos más intensos de los últimos años.

[4] Como el infame “Seamos sirios”, donde el autor es capaz de afirmar, como si tuviera la mínima posibilidad de ser cierto (se cura en salud, al menos, diciendo que se trata de la opinión de “un amigo sirio”), que los medios occidentales “apenas cuentan nada (sic) sobre la ola de sangre que asola el país, el régimen genocida que tortura a los opositores hasta la muerte y masacra por centenares a mujeres y a niños”. Si en vez de Siria fuera el Cáucaso, el autor habría añadido, para transmitir una idea todavía más nítida y emotiva de la maldad del clan Assad, que las embarazadas son arrojadas a los perros, una crueldad que figura en prácticamente todo relato o denuncia de las múltiples, variadas y terribles limpiezas étnicas que han tenido lugar en la región, desde Chechenia hasta Georgia. 


Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155527
Etica y política: breve comentario a un artículo de Héctor Gálvez(Santiago Alba Rico)Héctor Galvez es un compañero extraordinariamente inteligente y preparado y, por lo tanto, estas pocas líneas críticas no cuestionan sino que, al contrario, homenajean con desasosiego su vivísima capacidad intelectual y su vasta cultura política. En cuanto a las objeciones mismas, me las permito con la seguridad de que el compañero Gálvez las recibirá sin ofenderse, como certerísimos elogios, inclinado más bien a reivindicarlas con orgullo y satisfacción.
Mi primera objeción al artículo que Rebelión publicó ayer en su portada tiene que ver con el formato mismo. Gálvez trae por los pelos la frase banal de un ministro reaccionario -que no da mucho de sí- para frotarla contra, y contagiar con ella, otras realidades que sólo son colindantes porque el propio Gálvez las ha metido previamente en la misma habitación. Al final de una divagación en apariencia errática, pero cargada de intención, la cita del lapsus de Margallo induce en el lector la ilusión de una continuidad o identidad entre el intervencionismo occidental, la propaganda de los medios hegemónicos y la posición de ese sector de la izquierda árabe y europea que se opone al régimen de Bashar Al-Assad. Los buenos izquierdistas que se estremecen ante la maldad del dictador sirio -se sugiere- tienen la misma posición o cumplen el mismo papel que los imperialistas que se entrometen sin escrúpulos en la región. Eso se llama manipulación. Es lo que hace nuestra prensa -tan justamente criticada por Gálvez- cuando inscribe en la misma órbita semiótica -por ejemplo- terrorismo, autodeterminación y ecologismo o cuando habla de la criminalidad en Caracas como si fuese una decisión premeditada del presidente Chávez. Pero hay una diferencia: en el caso de Gálvez, como veremos, se trata de una honradísima manipulación.
La segunda objeción tiene que ver con la veracidad de sus afirmaciones. Gálvez critica el “moralismo” de la izquierda árabe y europea que se opone al régimen sirio como si esa izquierda -de la que formo parte- hubiese forjado sus posiciones a partir de una instintiva repugnancia moral o religiosa, escandalizados por la radical maldad personal de un personaje. Pero esto es sencillamente una falsedad. Es sabido que hay torturadores que compran flores a su mujer, cumplen con sus obligaciones religiosas y darían la vida por sus hijos -e incluso se dejarían matar antes que insultar a un anciano-; sabemos que hay gente “buena” que aplica picana eléctrica a los prisioneros y les arranca las uñas pensando con un lagrimón en el mendigo de su barrio. Es sabido que hay asesinos capaces de ejecutar fríamente a un prisionero político y escribir luego bellísimas poesías místicas o emocionarse con una misa de Bach. Es sabido que los mafiosos pueden ser los mejores amigos de sus amigos, los hijos más respetuosos y los vecinos más generosos. Pues bien, a nadie en la oposición de izquierdas le preocupa la maldad personal de Assad; combaten su régimen político, no su privada estatura moral, y lo combaten porque -según tratan de demostrar con datos- ese régimen tortura, asesina, amordaza y empobrece a su pueblo desde hace 40 años. Gálvez, por tanto, incurre primero en una manipulación y luego en una falsedad. Pero no hay que tenérselo en cuenta: esta falsedad, como veremos, es una honestísima falsedad.
Porque resulta que esta manipulación y esta falsedad son estrictamente coherentes -y se justifican a sí mismas- en el marco de la declaración de principios que vertebra toda la extensión del artículo. Gálvez ridiculiza a los moralistas -existentes o no- para reivindicar con autoridad de acero la autonomía de la política, entendida a partir de una lectura esquemática y un poco banal, pero básicamente exacta, de la obra del genial jurista pro-nazi Carl Schmitt. Gálvez, en efecto, se burla de los que introducirían confusamente la “maldad”, categoría moral, en el concepto de “enemigo”, que es y debe ser estrictamente político. Yo no digo que Gálvez apoye la dictadura siria. Es verdad que, en lugar o además de criticar a esa izquierda inexistente que se escandalizaría moralmente por los crímenes privados del enemigo, podría criticar por los mismos motivos a esa otra izquierda realmente existente que necesita inventarse la realidad (la de un héroe anti-imperialista calumniado y criminalizado) para reivindicar a un amigo. No digo, no, que Gálvez apoye la dictadura siria. Pero digo que de su concepto de autonomía de lo político -y del “enemigo” como principio rector de las relaciones políticas- se desprende la potencial legitimidad de los criminales procedimientos atribuidos a Assad. En el “negacionismo” de esa izquierda que apoya concretamente a Assad hay todavía una voluntad ética conmovedora y, si se quiere, respetable: se niegan a aceptar los crímenes del régimen sirio porque no soportarían la idea de apoyar un régimen criminal. Pero en la fórmula olímpica de Gálvez, en cambio, la idea misma de crimen se volatiliza; el crimen no es más que un instrumento entre otros -negociaciones, por ejemplo, o fusiles y cañones- para resolver “conflictos políticos”. Si mi enemigo lo es con independencia de su “bondad”, mi amigo podría serlo con independencia de su “maldad”. De hecho, esa “maldad”, desprovista de toda dimensión ética, podría resultar funcional en nuestra lucha contra el enemigo. Un determinado régimen no es nuestro enemigo porque torture, mienta, mate, humille, empobrezca, amordace y explote a su pueblo sino que la tortura, la mentira, el asesinato y el empobrecimiento inducido podrían ser, llegado el caso, instrumentos políticos legítimos para alcanzar la victoria sobre el enemigo. Se entiende ahora por qué la manipulación del artículo de Gálvez es una honestísima manipulación política y por qué la falsedad del artículo de Gálvez es una honradísima falsedad política. Reivindicar lo político significa pulverizar al enemigo por todos los medios. Y de eso Gálvez sólo puede sentirse políticamente orgulloso, sin la menor concesión a las blandenguerías burguesas de la ética y la moral.
Pero entonces, ¿cuál es nuestra lucha? ¿Y quién y por qué es nuestro enemigo? Porque el problema de definir la política en torno al concepto de “enemigo” es que, lógica abajo, acabamos quedándonos sin un criterio para distinguirlo de nuestro “amigo” o para definirlo siquiera en términos de programa y de estrategia. Nadie pediría a la geología que inscribiese sus tareas en un “horizonte irrenunciablemente ético”; no hay ningún proyecto de liberación de las piedras calcáreas ni una dictadura de los feldespatos. Pero si consideráramos la política, al contrario, una especie de geología de la guerra, ¿en qué medida podríamos seguir hablando de emancipación de los pueblos? ¿Cómo reconocer siquiera su sujeción, su sufrimiento, la injusticia que padecen, su derecho a adueñarse de su propio destino o sencillamente su existencia? ¿Habría algo más que relaciones de fuerza entre sustancias isómeras? Frente a Siria la izquierda tiene dos imperativos improrrogables: el primero averiguar con rigor y valentía si el régimen de Assad es tan criminal como se dice. El segundo, más importante y general, es el de afrontar un debate que arrastramos sin solución desde hace cien años y que podríamos formular de esta manera: un proyecto comunista, anti-imperialista, emancipatorio, ¿debe considerar inalienable la lucha contra la tiranía, la tortura, los asesinatos extrajudiciales, la mentira y la corrupción económica o debe considerar más bien la tiranía, la tortura, el asesinato, la mentira y la corrupción instrumentos aceptables o incluso legítimos, en medio de la batalla, en defensa de los intereses de un credo, un partido o una clase?
Sin un criterio “ético” para definir al enemigo (quizás inalcanzable, emborronado o incluso traicionado), no nos quedan -como aceptó con trágica coherencia Carl Schmitt- sino criterios arbitrarios y/o ontológicos: el enemigo de nuestra raza, el enemigo de nuestra nación, el enemigo del pueblo. Miles -cientos de miles- de comunistas han caído en los últimos cien años luchando contra esta lógica “política”. Y desgraciadamente no todos ellos han caído a manos del “enemigo”.
Fuente: http://rebelion.org/noticia.php?id=155689
Lo político, lo moral y un Macguffin(Héctor Gálvez)Tener a Santiago Alba Rico, como me ha sucedido en este caso, de interlocutor [1] es siempre una experiencia sumamente interesante. Más todavía cuando uno sabe (intuye al menos) que Santiago Alba no tiene por lo general la más mínima intención de responder a quienes están en desacuerdo con él y hacen explícitas sus opiniones en relación con el conflicto sirio o, anteriormente, con el libio. Siendo así, por tanto, es halagador que Santiago Alba escriba una réplica; todavía más si, como en este caso, esa réplica está llena de elogios.

Ahora bien, y una vez reconocida la excepcionalidad y el privilegio que suponen esa réplica, la verdad es que no entiendo por qué una “honradísima manipulación” (sic) o una “honestísima falsedad” (sic) o una “lectura esquemática y un poco banal” (sic) de Carl Schmitt podrían merecer tal respuesta. Puede que sea sólo una cuestión de deferencia, o de haberse sentido implícitamente aludido. O puede que en realidad la tensión dialéctica de la discusión le lleve a uno a emplear “honradísimas estratagemas” que le permiten “llevar razón” ante los testigos aunque no necesariamente “se tenga” [2]. Es decir: puede ser que mi texto no manipule, no incurra en falsedades y no plantee una lectura esquemática y banal, pero que resulte muy útil defender esas tres cosas. 

En primer lugar, la traída a colación del artículo del Ministro español de Asuntos Exteriores no es tan forzada como Santiago Alba sugiere. Yo diría, empleando la expresión que popularizó Hitchcock, que es un simple Macguffin que me da la excusa para escribir un artículo que podría haber titulado “Algunas cosas que quise leer sobre Siria y que nadie puso por escrito”. Es más, ni siquiera es exactamente un artículo sobre Siria, sino sobre el tratamiento que de la cuestión Siria se hace en los medios en España. De manera que no froto nada con nada, sino que la contigüidad de los artículos Seamos sirios (escrito originalmente para Público y reproducido después en Rebelión ) y Siria, la razón de una sinrazón (publicado, valga la redundancia, en La Razón ) [3] es tanta como la de dos vecinos que tienen posicionamientos políticos diametralmente opuestos, pero que viven en el mismo edificio, compran en la misma panadería y visitan a su médico en el mismo ambulatorio. Y ahora, por motivos que yo trataba de apuntar en el artículo anterior, leen prácticamente lo mismo acerca de Siria. ¿Cuáles son esos puntos en común? (1) Que el de Assad es un gobierno malo muy malo; (2) que los rebeldes son buenos muy buenos y, además, son la expresión pura y libre del “pueblo sirio”; (3) que ese mismo “pueblo sirio” (tal vez no tan idéntico a los rebeldes como se pretendía en el punto anterior) esta sufriendo mucho mucho y “hay que hacer algo”; (4) que ese “algo” que hay que hacer es inviable porque Rusia y China protegen sus intereses estratégicos, así que malditas sean la estrategia y los procedimientos de toma de decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU.

Fíjense los lectores hasta donde llega el parecido. ¿Y la diferencia? Pues al final radica en el hecho de si el artículo reconoce o no la existencia de intereses estratégicos por parte de la OTAN y sus aliados [4] ; y, por otra parte, de si, a pesar de que “hay que hacer algo”, a pesar de que “los sirios están solos” [5] y eso no se puede tolerar, el autor termina llegando a la conclusión de que “ mejor no meneallo ” porque el remedio puede ser peor que la enfermedad.

En segundo lugar, y aquí nos metemos ya en cuestiones un poco más peliagudas, dice Santiago Alba que lo que digo es simplemente falso, porque no hay un posicionamiento moral ante Assad. No lo hay, según mi interlocutor, porque nadie está criticando a “los torturadores” por sus comportamientos privados, de manera que a la izquierda a la que he imputado una posición moral en realidad le da igual si “los torturadores” quieren mucho a sus hijos o son personas muy religiosas [6] . Teniendo en cuenta que Santiago Alba ha identificado perfectamente mi referencia implícita a Carl Schmitt, tornar la tensión entre lo político y lo moral en una tensión entre lo público y lo privado es una forma un poco burda de resolver el problema planteado.

Y de hecho automáticamente plantea la cuestión en sus justos términos. El problema es el del crimen. La mezcla de lo político y lo moral no implica definir al adversario de acuerdo con sus miserias privadas, sino, al contrario, juzgar con criterios morales los comportamientos políticos; decir que el enemigo no necesita ser malo para ser el enemigo es lo mismo que decir que el enemigo no necesita ser injusto para ser el enemigo, es lo mismo, en suma, que decir que el enemigo no necesita ser un criminal.

Y aquí la mezcla de lo político y de lo moral que yo señalaba se hace absolutamente explícita porque Santiago Alba plantea el problema con una claridad meridiana. Lo que no entiende, lo que no se explica, lo que me reprocha, es que no vea a Assad como un criminal. A lo que nos invita es a que averigüemos “con rigor y valentía si el régimen de Assad es tan criminal como se dice”, pero precisamente de lo que se trata es de lo contrario, de que averigüemos si el régimen de Assad es tan enemigo como parece (o, mejor dicho, si los rebeldes sirios son tan amigos como creemos) una vez que dejamos al margen el enjuiciamiento criminal.

Y aquí es donde la “lectura banal de Schmitt” deja de serlo. Algo que he repetido varias veces en mi texto anterior es que contemplar algo estrictamente desde el punto de vista de lo político significa contemplarlo desde el punto de vista del poder. Santiago Alba sabe igual que yo que en ese punto ya no es Schmitt quien habla, no al menos el Schmitt de El concepto de lo político. Decir “amigo y enemigo” no es exactamente lo mismo que decir “el poder” (que es una cuestión que atraviesa no sólo la relación entre ambos términos sino también la constitución interna de cada uno de ellos). Y aquí, despejo las posibles dudas, mi referencia es Weber y no su célebre discípulo.

Hablar de poder, de política, es hablar de violencia. Y la violencia tiene evidentemente muchos grados y expresiones, todas ellas moralmente inaceptables, y precisamente por eso es mejor dejar esa consideración al margen cuando uno afronta el problema puramente político. Si no lo hacemos, el primer problema que emerge es que nos vemos obligados a establecer una “escala de moralidad”: hay que definir si matar a un inocente es mejor o peor que matar a un adversario; y, a su vez, matar a un adversario puede ser mejor o peor que torturar a un adversario; y, a su vez, torturar a un adversario puede ser mejor o peor que torturar a un inocente; y al mismo tiempo torturar a un adversario innecesariamente puede ser mejor o peor que torturar a un adversario cuando la información que se quiere obtener es crucial. Y lo dejamos aquí, que no hace falta regodearse en la cuestión.

El segundo problema que surge es de índole mucho más práctica. La confusión de la moral y la política, la idea de que el enemigo lo es porque es un criminal, crea la ficción de que uno mismo elige al enemigo al definir el crimen, pero en la práctica sucede exactamente lo contrario: el enemigo siempre termina siendo quien te elige como adversario, y por tanto quien tiende a llevar la iniciativa. Precisamente por eso, existe una tensión, fundamental para Clausewitz, entre el potencial de destrucción máximo alcanzable y el potencial de destrucción realmente utilizado; el problema es que el segundo tiende hacia el primero, y esa propensión aumenta si nuestro enemigo no es sólo enemigo sino además malo, injusto, criminal. Eso significa que, si uno tiene la determinación de “ganar a cualquier precio”, los medios de combate, el grado de violencia, lo determinará el bando con menos reservas morales; si, al revés, decidimos que hay límites que no estamos dispuestos a cruzar (y eso sería moralmente deseable), debemos ser conscientes de que la realidad efectiva del combate nos va a poner en más de un aprieto, y además debemos saber que, cuanto mayor sea nuestra firmeza moral, y cuanto menor sea la del adversario, tanto más nos expondremos a la derrota.

Si volvemos a Siria, el problema es que la criminalidad del Gobierno se refleja, por la razón que acabamos de señalar y por otras, en la criminalidad de los rebeldes. Y, como hemos señalado, en esas circunstancias lo único que nos queda es la infinita discusión sobre los “grados de moralidad”. Por todo eso es por lo que el imperativo de la izquierda, el desafío al que se enfrenta, no es el de contemplar a los rebeldes y a Assad desde el punto de vista de lo moral , el de medir su criminalidad, sino desde el punto de vista de lo político, dejando su criminalidad al margen [7] .

Y el problema, el auténtico problema, es que incluso aunque Assad puede ser identificado como “enemigo” desde el punto de vista del poder, los rebeldes sirios difícilmente serán los “amigos” en este complicado escenario donde se combinan las cuestiones geoestratégicas con la profunda fragmentación de la oposición siria. Sólo la introducción de la distorsión moral permite, siempre y cuando nadie se atreva a cuestionarla [8], clarificar a través de la suprema simplificación una situación infinitamente compleja.

Llama la atención por eso mismo el párrafo con el que Santiago Alba mismo cierra el texto: “Sin un criterio “ético” para definir al enemigo […], no nos quedan […] sino criterios arbitrarios y/o ontológicos: el enemigo de nuestra raza, el enemigo de nuestra nación, el enemigo del pueblo ” (la cursiva es nuestra). Quienes han leído los artículos publicados por Santiago Alba durante el último año se quedarán irremediablemente atónitos. Y es que si hay una frase que resuma, sintetice, la posición del autor, es que ante el alzamiento del pueblo sirio las cuestiones geopolíticas han de pasar a un segundo plano. Es decir, si hay algo que yo he criticado y que él ha defendido, ambos con la más absoluta claridad, es el considerar que Assad es, ha sido y será mientras viva, “el enemigo del pueblo sirio”. Ante este repentino giro, en el que Santiago Alba dice Diego por digo , me gustaría saber de quién es Assad el enemigo ahora, porque si no es enemigo del pueblo sino de los rebeldes, y si entre los rebeldes hay de todo y casi nada políticamente afín (como él mismo sabe), ¿qué narices hacemos discutiendo? ¿O será acaso que Assad ya no es enemigo del pueblo sino que, con el paso del tiempo, se ha tornado en enemigo de la Humanidad toda?

A raíz del último artículo que Santiago Alba escribió acerca de las consecuencias políticas de la Primavera Árabe [9], surgió en mí una sensación que ha crecido y tomado forma desde entonces. En ese artículo, el autor insiste en que durante el último año han tenido lugar unos movimientos sísmico-políticos que han puesto patas arriba el mundo tal y como lo conocíamos; eso ha provocado, claro, una enorme confusión, y por ese motivo habría individuos que, por unas razones o por otras, tendrían la capacidad y la obligación de poner un poco de orden entre tanta confusión; Santiago Alba mismo sería, porque sabe árabe, porque vive en Túnez, porque es un reconocido intelectual y un fiero militante, uno de esos individuos. Durante un tiempo compartí esa opinión, pero mi desacuerdo ha crecido progresivamente. Como planteaba en el artículo anterior, la observación puramente empírica de la conducta de la izquierda española es señal inequívoca de que, sin necesidad de grandes reflexiones como la presente, y sin necesidad de estar de acuerdo con el contenido de éstas, si hay algo que se comprende con claridad es, paradójicamente, la extremada complicación del conflicto sirio.

Si volvemos a la metáfora geológica, Santiago Alba diría que tanto el desastre colosal que aconteció en Haití como la interrupción transitoria de la actividad cotidiana que tiene lugar en Japón con cierta frecuencia son producto de sendos terremotos de parecida intensidad. Nosotros diríamos, y perdón por la perogrullada, que el problema no es el seísmo, sino las condiciones económicas y sociales en que se encuentran cada uno de esos dos países cuando se enfrentan a un mismo fenómeno. Es decir: el conflicto que tiene lugar en el seno de la izquierda española en relación con Siria y Libia no es consecuencia directa del súbito despertar político de los pueblos árabes sino, sobre todo, de la diferencia previamente existente entre dos posiciones que son, en cierta forma, las que aquí entran en conflicto:

Nuestra propia posición, en la medida en que intenta desprenderse de las distorsiones morales, es profundamente problemática: se enfrenta a diario a las paradojas, los sinsentidos, las contradicciones, las tensiones, que necesariamente ha de implicar cualquier intervención política porque nada hay más sujeto a lo imprevisible que el contacto con los otros, y más cuando es un contacto basado en grados de enfrentamiento; es una posición que no puede defender con facilidad la existencia de criterios generales que guíen la acción política porque la realidad siempre pone a prueba nuestras normas y nos invita a declarar excepciones. Por otra, hay una izquierda que se asienta en el suelo firme de la convicción moral; llevada hasta sus últimas consecuencias es aún más contradictoria que la precedente, pero si no se dan situaciones especialmente conflictivas es una postura extremadamente cómoda en la medida en que, a partir de la universalidad de unas pautas morales que se consideran compartidas por el conjunto de la humanidad no en virtud de la ideología sino en virtud de la razón , el militante de izquierdas construye la ficción de que existe un suelo firme sobre el que moverse, lejos de los problemas, las paradojas, los sinsentidos que la política entraña. Esta segunda postura tiene tendencia a imponerse porque es mucho más fácil recurrir al discurso afectivo que esforzarse por mantenerlo fuera; en virtud de ello, el individuo que opta por lo primero será justo, bueno, solidario... y el que opte por lo segundo será “un cabrón sin sentimientos”.

Dicho de otra manera, que además probablemente expresa de forma más ajustada el conflicto tal y como ha aparecido en la izquierda árabe misma, existe una tensión política entre la izquierda que ha asumido como irrenunciables los fundamentos político-ideológicos del liberalismo y la izquierda que los critica sin concesiones porque intuye que también ellos configuran la subjetividad capitalista. Para los primeros, la instauración de regímenes políticos cuasi-liberales en los países donde ahora hay gobiernos autoritarios de carácter corporativista es ya un paso adelante; para los segundos, supone caer en la trampa del liberalismo y desplazar a un segundo plano los problemas políticos sustantivos que permiten hacer frente a la dominación capitalista.

De lo que se trata, por tanto, en suma, es de tomar consciencia de que la acción política presupone e implica, como diría Weber, un pacto con el diablo, y de actuar en consecuencia a partir de ahí. Lo que es sumamente perjudicial es afrontar el contexto crítico en que estamos inmersos pretendiendo que basta con jugar a ser Fausto. Si no estamos preparados es mejor que lo reconozcamos; así por lo menos seremos conscientes del penoso camino que nos espera una vez que decidamos emprender la marcha. 

Notas:

[1] Ver mi artículo España, Siria y el lapsus del ministro y la respuesta de Santiago Alba, Ética y política: breve comentario a un artículo de Héctor Gálvez.
[2] Esto de “llevar razón” (Recht behalten) y “tener razón” (Recht haben) es cosa de Schopenhauer, que tiene un interesante texto (publicado por Alianza como El arte de tener razón ) en el que el autor realiza un cuidado análisis de las múltiples estratagemas que uno puede emplear (y emplea) consciente o inconscientemente para dejar en mal lugar al contrario.
[3] Los enlaces a ambos textos están recogidos en mi artículo anterior.
[4] Irónicamente, el artículo de Margallo recoge, gracias al lapsus de su autor, también este primer “matiz”, cosa que no hace el autor de Seamos sirios.
[5] Véase, por ejemplo, ¡Sirios, estáis solos!, de Elías Khoury, que probablemente es un respetabilísimo señor pero la verdad es que últimamente se está luciendo. Además, y por si a alguien más le resulta extraña la tesis de que la permanencia de Assad le resulta útil a Israel, invito a leer un artículo publicado en The Independent (el mismo diario que está publicando los -por lo general- excelentes artículos de Robert Fisk) y firmado por Amos Yadlin, antiguo jefe de los servicios de inteligencia israelíes. El autor defiende que Estados Unidos tiene perfectamente la capacidad de realizar un bombardeo estratégico que elimine toda posibilidad de acción por parte de las fuerzas militares sirias reduciendo al mínimo los daños colaterales; eso, dice el autor, “acabaría con la carnicería” (la carnicería que el lector de prensa español sabe , siga el medio informativo que siga, que está teniendo lugar; la carnicería que, según todos los medios, podría finalizar inmediatamente “ si pudiéramos hacer algo ”). ¿Ven ustedes lo de la contigüidad de mi Macguffin?
[6] Lo cual no es exactamente cierto, porque dudo mucho que los lectores/autores hayan sido absolutamente inmunes a los artículos más sensacionalistas, los artículos que, partiendo de la identificación del gobierno sirio con la “familia Assad”, desprestigian a esta última hablando de las miserias privadas, convirtiendo después ese retrato familiar en un factor adicional que se debe tener en cuenta cuando se hace la crítica política.
[7] Y este es un desafío que no sólo afrontamos en este conflicto concreto, sino en todos y cada uno de los enfrentamientos ante los cuales tenemos que posicionarnos. ¿Somos capaces de plantear una crítica no moral a los Estados Unidos?, ¿de hacer una crítica no moral del capital?, ¿de dar un enfoque no moral a la dominación patriarcal?...
[8] Y al cuestionarla uno se expone, y en ese caso es tratado con benevolencia, a que le rebajen a la condición de pobre descarriado al que se le ha nublado el juicio por leer a juristas pro-nazis o por caer bajo el terrible influjo del estalinismo más atroz.
[9] Dos efectos colaterales de las revoluciones árabes, publicado en Le Monde Diplomatique y en Rebelión.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155741&titular=lo-pol%EDtico-lo-moral-y-un-macguffin-


Etica, política y Barrio Sésamo(Santiago Alba Rico)
Agradezco a Héctor Gálvez su cortés respuesta, que permite valorar aún mejor sus posiciones. Por mi parte, no tengo nada que añadir a las mías. Pero como me preocupa que lectores menos inteligentes o menos honestos que Gálvez tuerzan por incomprensión o malevolencia una idea que yo estimé transparente, descomprimiré la frase en la que él cree haberme “pillado”, como se dice en lenguaje coloquial. Me refiero a ésa que acaba con “el enemigo del pueblo” y que incluye la expresión “criterios arbitrarios y/o ontológicos”, lamentablemente olvidada en su interpretación. La reformularé en pocas palabras: sin un criterio ético, el enemigo sólo puede definirse en términos ontológicos, como en el caso de “raza”, categoría que excluye por tanto todo derecho, negociación o persuasión; o puede definirse también de manera totalmente arbitraria, a partir de un ejercicio de poder puro, como ocurre a veces con el concepto “pueblo”, en cuyo nombre se han justificado toda clase de crímenes contra él, adquiriendo por eso -crimen tras crimen- una consistencia ontológica y teológica muy semejante a la de “raza”. Pensemos, por ejemplo, en el telegrama (1) de 1939 en el que Stalin autoriza la tortura en las cárceles soviéticas, pero sólo “contra los enemigos del pueblo” (que él previamente ha definido como tales)*. Da un poco de vergüenza recordar algo tan elemental, la verdad, pero frente a la “retórica de la complejidad” conviene volver a veces ingenuamente, con cartera y goma de borrar, a Barrio Sésamo: la dictadura siria es, por supuesto, enemiga del pueblo, pero no porque el pueblo caprichoso, en el concurso anual de “miss enemigo”, la haya escogido para cumplir ese papel sino porque es -precisamente- una dictadura. Me gustaría creer que, si hay mucho que discutir en torno a los conceptos de “dictadura” y de “pueblo”, Gálvez y yo estamos de acuerdo al menos, con el conjunto de la izquierda, en esta afirmación ingenua y casi colegial: la de que, allí donde las hay, las dictaduras son enemigas de los pueblos. Y que los pueblos tienen el derecho, y casi el imperativo, de combatirlas.

Notas:

1.        * Telegrama


Cifrado del Comité Central del PC a los Secretarios de las instancias partidistas zonales, regionales y al CC del Partido Nacional

A los Delegados del Ministerio del Interior en esas instancias.

El CC del PC conoció que los secretarios partidistas de diversas instancias, al comprobar a los trabajadores del Ministerio del Interior, los inculpan de utilizar presiones físicas contra los arrestados. El CC del PC aclara que el uso de la fuerza física en la práctica del Ministerio del Interior fue aceptado desde 1937 con el consentimiento del CC del PC. En aquella ocasión se señaló que la fuerza física en la práctica del Ministerio del Interior se permite, por excepción, y únicamente contra los enemigos declarados del pueblo, los que, si se utilizaran métodos humanos de interrogatorio, descaradamente se negarían a hacer declaraciones, durante meses no ofrecerían datos y se esforzarían por frenar la voluntad de los interrogadores, actitud con la que prolongarían la lucha contra el poder soviético incluso desde la cárcel. La experiencia muestra que estos métodos han dado resultados, al acelerar significativamente el desenmascaramiento de los enemigos del pueblo. Ciertamente, en la práctica posterior, el método de presiones físicas fue envilecido por canallas como Zakovsky, Litbiny, Uspensky y otros (Funcionarios del Ministerio del Interior. N. del. T.), porque lo convirtieron de excepción en regla y comenzaron a utilizarlo contra las personas honestas casualmente arrestadas, por lo que ellos recibieron la sanción merecida. Pero esto no invalida el método en lo absoluto, por cuanto él se utiliza correctamente en la práctica. Es conocido que los investigadores burgueses utilizan las presiones físicas contra los representantes del proletariado socialista, además en las formas más diversas. Uno se pregunta por qué los investigadores socialistas deben ser más humanos en relación con los monstruosos agentes de la burguesía, con los enemigos jurados de la clase trabajadora y los koljozianos. El CC del PC considera que el método de la presión física debe obligatoriamente utilizarse en el futuro, como excepción, contra los enemigos declarados e indoblegables del pueblo, como un método correcto y útil. El CC del PC exige de los secretarios partidistas de las instancias zonales, regionales y nacionales que, al comprobar a los trabajadores del Ministerio del Interior se guíen por las presentes indicaciones.

Secretario del CC del PC, I. Stalin. [1]

Fuente: http://www.memo.ru/history/y1937/hronika1936_1939/10.html


Fuente (artículo): http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155835



Volver a la Portada de Logo Paperblog