Llega el 25 de julio, fiesta de Santiago, el Patrón de España, que atrae por el Camino desde el siglo IX a millones de cristianos a su supuesta tumba.
Ese día los independentistas gallegos, con 16 de los 75 escaños autonómicos, queman ritualmente banderas españolas para reclamar una nación previa a la de la leyenda e historia que crearon España.
Galicia está en una esquina de la península Ibérica alejada de las corrientes comerciales nacidas cuando el Mediterráneo era el centro del mundo.
Su pasado, y hasta presente, se conocen sobre todo por la figura del Apóstol y el grito de “Santiago y cierra España”, nacido durante la Reconquista en la batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212.
Un directivo de la Marca España escribió en Twitter “Catalanes de mierda. No se merecen nada” porque este fin de semana en Barcelona numerosos espectadores silbaron el himno español durante la apertura de los Mundiales de Natación.
Lo han destituido. Pero posiblemente ningún campeonato internacional que no esté comprometido volverá a celebrarse allí: el Estado se encargará de buscar donde aplaudan esa música cuartelera, pero poco belicosa porque no tiene ni letra patriotera.
Si bien los nacionalistas catalanes creen que podrían vivir mejor sin España porque así no tendrían que repartir su riqueza con otras regiones, como Galicia, el nacionalismo gallego arrastraría su Comunidad al paupérrimo tiempo preindustrial.
Porque Galicia le aportó a España en 2011, últimos datos, 5.691,9 millones de euros en todo tipo de impuestos y tributos, pero recibió para vivir 8.479, es decir 2.788 millones más.
Resumen: casi un tercio de todo el gasto público gallego se debe a la solidaridad catalana, balear y, muy por encima, madrileña.
Como para abandonar España, quemar banderas y saturar Galicia de enfermedad, analfabetismo y mendicidad.
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