Vivieron estos monjes en uno de los monasterios de la península jónica, en el siglo VIII. Eran los tiempos duros de las peleas iconoclastas. Desde tiempos del papa San Gregorio II (2 y 13 de febrero), el emperador León el Isáurico retenía el imperio oriental y se había empeñado en la herejía iconoclasta, que tomaba por idolatría el culto a las imágenes del Señor y de los santos. A tanto llegó su furor que llegó a perseguir a prelados y vírgenes, a quemar su preciosa biblioteca, reteniendo dentro a seguidores de la fe católica. Biblioteca que, además, estaba llena de iconos y libros antiguos.
El papa San Gregorio III (28 de noviembre) se opuso tenazmente a esta herejía, aumentando la importancia de los iconos y mandando pintar bellas pinturas y frescos en las iglesias romanas. Instituyó la Fiesta del Divino Salvador, la Madre de Dios y Todos los Santos, construyendo además una hermosa capilla en la Basílica de San Pedro, donde juntó todos los iconos que sobrevivieron en Oriente, y a los que les rendía culto diariamente. También dispuso que se celebrase la misa sobre los sepulcros de los mártires el día de sus natalicios, como se hacía en tiempos de San Gregorio Magno (12 de marzo y 3 de septiembre, elección papal) y había sido abolido posteriormente. Además convocó un Concilio en el que se determinó la excomunión contra todos los iconoclastas.
En 741 subió al trono imperial el hijo de León III, Constantino V (llamado "Coprónimo" porque la tradición dice que se defecó cuando le bautizaron). Este nuevo emperador fue tan iconoclasta como su padre. Para obtener apoyo a su herejía, convocó a un Concilio para el cual se aseguró que solo asistieran obispos y abades enemigos de los iconos. Opuesto a esta política estuvo el abad San Esteban (28 de noviembre), que terminó mártir. Y, claro, nuestros monjes.
Según Theostericto, que sobrevivió a la persecución iconoclasta, el miércoles de Semana Santa de 750, mientras se celebraban los Oficios, unos soldados entraron a la iglesia monástica por orden del emperador y encadenaron a los monjes, les sacaron a las afueras y les mutilaron, cortándoles las orejas y las narices. Además, les empaparon las barbas de alquitrán y les prendieron fuego. Posteriormente quemaron la iglesia y el monasterio. Los monjes fueron llevados casi a rastras hasta los confines de Éfeso, para que sirvieran de escarmiento a los católicos que seguían venerando los iconos. Una vez en esta ciudad, fueron metidos en unos antiguos baños de vapor y asfixiados allí.
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A 12 de enero además se recuerda a:
Santos Tigrio y Eutropio,
mártires