Santos Edesio y Anfiano
con San Tito el Taumaturgo.
Así ambos hermanos, separados por la distancia, ambos estaban unidos por su fe cristiana y su compromiso con los pobres o los perseguidos. Anfiano, animado a predicar a Cristo, se fue donde Urbano el gobernador, y llegó en el preciso momento en que este sacrificaba a los dioses; le sostuvo el brazo, y sin soltarlo, le habló de lo vano del culto a dioses inicuos, mientras se lo negaba al verdadero Dios. Los asistentes al sacrificio se arrojaron sobre él, le molieron a golpes y el gobernador le mandó a la cárcel. Al día siguiente fue presentado al gobernador, que le obligó a sacrificar. Como Anfiano se negó, entonces Urbano le hizo rasgar los costados, descubriéndole los huesos y las entrañas. Le apalearon tanto que le hincharon la cabeza y le desfiguraron el rostro de tal modo que, según Eusebio, le dejaron irreconocible. Como tan dolorosos tormentos no mellaban su constancia, le encendieron al rededor de los pies mechas encendidas, que le consumieron la carne, viéndose los huesos. Así le enviaron a la cárcel, para sacarle al otro día y al tribunal. Este, al constatar que no había nada que hacer, mandó que le arrojaran al mar. Eusebio dice “parecerá increíble lo que voy a referir; mas ello sucedió: todos los de Cesarea fueron testigos del milagro; así no es justo callarlo. Luego pues que el santo cuerpo fue sumergido en el agua, se movió la más horrorosa tempestad en el mar y en el aire, y hasta la tierra y la ciudad de Cesárea se estremecieron”.
En cuanto a Edesio, su amor por la justicia también le llevó a reprender públicamente al gobernador de Alejandría, el cual castigaba sin piedad a hombres, paganos o cristianos, abusaba de las mujeres, vírgenes o casadas. Eusebio nos cuenta que por confesar a Cristo, fue flagelado y atormentado junto a un joven llamado Urbano. Como no podían hacerle apostatar, fue metido en un saco de piel de buey, junto a con un perro y un áspid, y arrojado al mar, como lo había sido Anfiano. Ambos padecieron en 305, imperando Maximiano.
Fuente:
-“Tratado de la Iglesia de Jesucristo o Historia eclesiástica”. Volumen 3. Dn. FÉLIX AMAT DE PALAU Y PONT. Madrid, 1806.