Revista Sociedad

Santos, ministros y cuchillas

Publicado el 28 enero 2014 por Salva Colecha @salcofa

Me parece que, ahora que ya no salen en los informativos no nos acordamos de aquellos artefactos con nombre sonoro, musical, elegante y refinado como los auditorios de ópera rococó, con sus arañas de cristal pomposo incluido. Las concertinas con su nombre nos recuerdan a esos conciertos fastuosos llenos lujo y cultura, a veces un tanto “esnob”  (que los paria veíamos por la tele esa que nos han quitado)1390755161_083364_1390755918_noticia_normal seguramente en un edificio de Calatrava que ahora, al igual que el resto de la política valenciana y nacional en general, se cae a trocitos. Edificios que hemos pagado a precio de pirámides de Egipto bañadas en oro pero que duran lo mismo que un castillo de arena en Costa da Morte. A mí, eso de las concertinas me sonaban a todo eso hasta que descubrí que su intención es mutilar cuerpos y almas de las personas, más allá incluso de las agresiones sociales que andamos padeciendo pero que ya empiezan a pasarles factura.

Son cuchillas afiladas, como las de afeitar, de doble filo que aguardan, muy traicioneras ellas, metidas en las verjas infames que separan separan Melilla de Marruecos. Esperan cortar carne de personas que huyen de la desesperación, malherir, matar si se lo permiten. Son una sinfonía de dolor y de salvajismo para con el prójimo, muy común en nuestra autodestructiva raza, no se si humana. Irónico si vienen de un gobierno archiconfesional y pio como este, que parece empeñado en regresar a la época de los tercios viejos y la defensa de la “fe verdadera”.

¿De verdad creen que la concertinas, defendidas por varios ministros e incluso, por el dubitativo Presidente del Concilio, digo, del Gobierno (con tanto santo suelto en el Consejo de Ministros ya

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andaba confundido) sirven para algo? Dicen que harán replantearse eso de saltar la valla a muchos de los inmigrantes. Personalmente creo que no, que ese obstáculo no hace más que incrementar el dolor, alimentar el juego sádico al que se somete aquel que no tiene nada que perder, aquél que huye de la guerra, del hambre de la sed y la miseria, aquel que huye de una muerte certera. Para esas personas ser mutilado por las cuchillas es un mal menor, sus cortes son, a menudo, menos atroces que los que les da el hambre y la guerra en sus casas, de las que han salido huyendo. Las concertinas les cortarán sus carnes esta noche, pero no sus sueños por alcanzar una vida mejor.

No olvidemos que esto no es más que un añadido a unas altísimas vallas dobles que ya hay en Melilla, un plus a un inhumano sistema de “repatriación” a menudo nocturno y clandestino que se practica a espaldas de todos desde hace décadas y que puede acabar con el “repatriado” abandonado, con la única posibilidad de volver para intentarlo de nuevo. Cuando salten, en grupo o en fila india lo harán agarrándose a esas cuchillas que derramarán su sangre, entonces veremos con

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nuestros ojos que su sangre también es roja, como la nuestra. Entonces, a lo mejor, comprendemos que estamos negando nuestras comodidades, recortadas a golpe de hacha implacable, alimentación, salud, educación.., a personas que son como nosotros. Los estamos asesinado, colocando esas cuchillas, no evitando que se coloquen, olvidándolas, o mirando a otro lado, por la suertecilla que supone haber nacido en un lugar u otro. Creemos que miseria no es algo que pueda sobrevenir sin previo aviso pero todos los días desayunamos con verdaderos dramas de gente que lo pierde todo, generalmente a golpe de banco. Igual dentro de unos días, años, décadas o siglos, somos nosotros, nuestros hijos o nuestros nietos los que tengan que saltar una valla colocada, quizás, en los Pirineos. Entonces entenderemos el trato que hemos dado a nuestros semejantes.

Espero que lo entiendan también ministros como Bañez, con su Virgen del Rocío como solución a la crisis, o como Fernández Díaz, advocado a Santa Teresa. Ya que tan píos aparentan, amparándose a los santos de turno. Espero que asuman, sobre todo el segundo (por cuestiones de cartera), que esa fe que tan vistosamente manifiesta (nada en contra, siempre que no perjudique a nadie, que conste) le obliga a amar al prójimo como a sí mismo, a socorrerlo, no a torturarlo y atormentarlo con cuchillas ya sean físicas o sociales a base de recortes, leyes, decretazos o camiones botijo para amedrentarnos


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