Dos novillos ahogados y una vaca desnucada son tres de los trofeos logrados estos días en las fiestas patronales de pueblos mediterráneos españoles, ejemplo de los muchos animales asesinados por masas que los torturan en nombre del Santo local.
Los “Bous a la mar” son seguramente las fiestas menos crueles, porque la inmediata superior en brutalidad es la de los “Bous embolats” catalanes y valencianos, animales con antorchas en los cuernos que los enloquecen, los llevan a matarse contra cualquier obstáculo, o quedan ciegos y lisiados.
Si sobreviven, aunque sea medio muertos, los llevan a otras fiestas hasta que expiran, finalmente.
El “Toro de San Juan”, en Coria, al que le lanzan dardos que cubren todo su cuerpo y que liquidan luego de un tiro; los toros enmaromados, atados por maromas y arrastrados por los mozos del pueblo – desaparecido el servicio militar no hay palabra más deleznable para definir a los jóvenes que la de mozos --, que dejan al animal mutilado.
La cúspide de la brutalidad santo-patronal está en septiembre, en el “Toro de la Vega”, de Tordesillas, al que una turba sanguinaria persigue y acorrala con lanzas para matarlo como a las fieras en la Edad del Hierro: aquí puede discutirse la teoría de la evolución, porque podría resultar falsa.
Becerradas con toritos de pocos meses, lidiados brutalmente por esos mozos de pueblos, solteros y casados, enseñando sadismo a sus hijos ante el animalillo agonizante como un perro descalabrado.
Hay un encierro ejemplar que se celebra en Ares, La/A Coruña, donde la gente viste igual que en los sanfermines para correr delante de unos toros, vehículos estrafalarios como contenedores de basura, tripulados por civilizados jóvenes del pueblo –no por mozos bestiales--, que embisten como en Pamplona.
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SALAS