SÃO TOMÉ, COLOR, CALOR Y LUCHA POR LA VIDA
Tras atravesar -procediendo de Lisboa- los desiertos de Marruecos y Mauritania, después de una escala en Malí, llegamos a la Isla de São Tomé. Los tremendos terrenos resecos, erosionados como paisajes lunares o marcianos, dan paso al verdor de la costa guineana y a la explosión vegetal de la pequeña isla ocupada y poblada bajo dirección portuguesa a partir del siglo XVI, e independiente desde 1975.
El color de São Tomé es de un verde brillante que apabulla. Que te llena de luz esperanzada. Los palmerales, cocoteros, cafetales, bananeras, árboles-pan... junto a los gigantescos árboles madereros y el sotobosque gigantesco de plantas trepadoras, lo cubren todo, abriéndose entre ellos caminos transitados siempre por grupos de personas, o personas solitarias, que van y vienen. Los niños a la escuela, o de la escuela, haciendo diez, veinte kilómetros diarios de ida y vuelta desde sus "roças", donde viven en humildes casas de madera y chapa, a veces sobre pilotes, para salvar los barrizales de las frecuentes lluvias; los mayores al trabajo o transportando humildes mercancías que venden en los pueblos o las ciudades-pueblos, que nunca llegan -ni la capital- a la categoría de ciudad.
Entre las multitudes de niños, de jóvenes, de esta población total de unos 200.000 habitantes para 1.000 kilómetros cuadrados, con una intensa explosión demográfica y escasez de ancianos, llama la atención su alegría de vivir, su explosión de calor, su coraje al enfrentarse con una vida dura, con recursos escasos, carestía en la cesta de la compra (que depende en gran parte de la importación), infraestructura vial, de colectores y recolectores deficientes, viviendas humildísimas, frágiles y vulnerables al calor, a la humedad, a la lluvia y los vientos...
La lucha por la vida es una constante en esta tierra de encantadoras playas, de paisajes de ensueño, de grandes recursos naturales en su suelo que precisan de un reparto equitativo, de abundante pesca que rebosa luego en los mercados bulliciosos abiertos desde que amanece (5'5 h. de la mañana) hasta bien entrada la noche (20'00 h.).
Y siempre, ese afán por cuidarse, por reafirmar su presencia que la naturaleza dotó de indudable belleza. Humildemente cultivada, pero llena de dignidad y de elegancia; parece un milagro que en medio de múltiples carencias levanten su figura como dioses dotados de la Gracia siempre con mayúsculas.
Apenas si hay monumentalidad arquitectónica en la Isla. Podríamos destacar el Forte abaluartado de S. Sebastião, levantado por los portugueses en 1575, y actualmente transformado en un discreto museo de la historia de São Tomé, con todas sus luchas, sufrimientos y atropellos cometidos en la explotación de los recursos económicos, así como un repaso enorgullecido a su independencia y construcción democrática de los últimos decenios.
Isla tranquila; personas amables, acogedoras; tiempo lento para pasar la vida y comprender con qué poco es suficiente para encarar el futuro con una luz constante de alegría, de esperanza y bondad.