Sirio y Orión sobre los cortes de una cantera abandonada
Hace unos pocos días hablaba en este blog de Saturno, el planeta gigante que parecía seguirme por las noches. Pero entre los astros y constelaciones que podemos ver durante el invierno en el hemisferio norte, la protagonista indiscutible es Orión, que destaca en la noche por su gran tamaño y por su forma característica.
Si nos fijamos un poco, sin necesidad de prismáticos, podremos ver que la estrella que se encuentra en la parte superior izquierda de esta constelación es distinta que las otras, sobre todo porque su color es más anaranjado mientras que las otras estrellas principales son blancas. Esta estrella diferente es Betelgeuse y su color especial se debe a que se trata de una supergigante roja, que se encuentra en las últimas fases de su vida, poco antes de transformarse en una supernova y desaparecer. Aun falta un millón de años para que eso ocurra (aunque en tiempo astronómico sean unos pocos minutos), pero recientemente, los astrónomos han comprobado que en los últimos 15 años, Betegeuse ha menguado significativamente de tamaño sin saber exactamente el motivo.
El jueves pasado había estado despejado durante todo el día por lo que aproveché para acercarme al oscurecer a una cantera abandonada a ver si conseguía cazar a Orión. Había estado allí hacía unos días y había imaginado el sitio por el que aparecería. Y efectivamente allí apareció, escoltado por Sirio, la estrella mas brillante que podemos ver desde la Tierra.
Mientras montaba el trípode y ajustaba los parámetros de la cámara oí un ruido familiar, un tui tui que hacía ya unos cuantos meses que no escuchaba y que no había sentido hacía una semana cuando estuve en ese mismo sitio. No había duda de que se trataba de un sapo partero, el primero que oía este año. Para los que no los conozcáis, los sapos parteros son unos anfibios muy especiales, ya que los machos transportan y cuidan los huevos que pone la hembra hasta que hacen eclosión.
Macho de partero recogiendo la puesta de la hembra
No es nada fácil encontrar a una pareja en el momento de la puesta, de hecho, en mas de 15 años pateando el monte de noche sólo los encontré una vez. Después de la puesta, la pareja se separará y el macho llevará enredado entre sus patas traseras el cordón de huevos hasta que cuando los renacuajos estén a punto de eclosionar se acerque al agua para liberarlos.
Pues esa noche los pequeños parteros, quizás animados por las suaves temperaturas, salieron de su amodorramiento invernal y empezaron a cantar para atraer a las hembras. Primero fue uno, luego le siguió otro y otro mas, y al cabo de una hora la cantera se había convertido en una orquesta donde varios cientos de machos competían entre sí para ver quien tenía el canto mas potente. Para los que no hayáis escuchado un coro de parteros os animo a que afinéis el oído y os déis un paseo por el monte en una noche de primavera, no os defraudará. Si encendéis los altavoces podéis escuchar uno de estos cantos en este enlace.
Poco mas se le puede pedir a una noche de febrero.