Revista Cultura y Ocio
Profano las uñas:
Su sueño de élitros sembrados,
Su pálida costumbre.
Un ojo me invade con cantos de ventanas
Y el cuerpo me habita como un huésped
Que perdió su golpe de cincel entre las olas.
La noche, montón de puñaladas en la persiana
Ambiciona el color del gato.
Zozobran mis dientes ante el olor de la sirena.
Mi cuerpo sospecha la inundación pero no hay azahares
Sólo baldes donde gotea la melancolía de Dios.
Un lodo penetra a tumbos como si agonizara;
Todas las noches irrumpe con sus quebrantos
Y los espejos se destrozan ante su rostro saqueado.
No hay muros que resistan el atraco del desvelo;
En esas oscuras velas que arden entregadas a la tempestad
Como mástiles suicidas
No me queda escondite donde pueda resguardar mis margaritas.
Miro el vientre gris del cielo
buscando el orificio por donde se escapa el trueno:
algo de tu astilla resplandece
cayendo de golpe sobre esta alma ahorcada a la intemperie.
Mi cuerpo, columna deformada, libera de los nudos
Un sombra que se desmaya inerte entre mis brazos.
La desvalijada caracola, compasiva,
Se desploma sobre el tanatorio de las uñas extirpadas.