Revista Libros

Saramago

Publicado el 13 julio 2010 por Ad

Morir es,
a fin de cuentas,
lo más normal y corriente que hay en la vida,
asunto de pura rutina.
 

Intermitencias de la muerte
J. Saramago
 

Saramago
 

Un día se apareció tal cual era en su  Ensayo para la Ceguera  y me quedé esperando su próximo libro con impaciencia de novia. 

Cuando llegaron Todos los nombres e Intermitencia de la muerte, el compromiso se hizo oficial y ya no hubo pretextos para nuestros encuentros. Los otros, los Evangelios, Conventos y Cercos llegaron después, aunque nacieran antes como Ricardo Reis. 

Nos identificábamos tanto que se fue consolidando la relación y lógicamente terminaría en matrimonio con La Caverna y El Viaje del elefante.  La luna de miel fue deliciosa en La Balsa de piedra

Todo fue por su culpa. 

Me asaltaba con mayúsculas para encabezar conversaciones, así, en medio de cualquier párrafo y yo acepté su propuesta novedosa, cansada de plecas y guiones…

Volvió la cabeza un poco y susurró a su vez al oído de la mujer del médico, Lo sabía, no sé si estoy segura de que lo sabía, pero lo sabía, Es un secreto, no puedes decir nada a nadie, No se preocupe, no lo haré, Tengo confianza en ti, Puede tenerla, preferiría morir a engañarla, Debes tratarme de tú, Eso no, no puedo.

Me recordaba a saltos aquel subjuntivo ocioso que nadie se molestaba en usar y lo hizo elegante en su letra sabia…

Batiendo cuanto fuese piedra o piedra pareciese… 

Me hablaba mirándome a los ojos, era testigo al narrar, pero me dio la mano y me subó al renglón, justo a su lado…

… y de repente desapareció de la vista. Hizo plof y se esfumó. Hay onomatopeyas providenciales. Imagínense que teníamos que describir el proceso de evaporación del sujeto con todos los pormenores. Serían necesarias, por menos, diez páginas. Plof

Me sorprendió con situaciones absurdas, matizadas con lo verosímil, mostraba su regusto por lo insólito, por esas posturas extremas y limítrofes que explotan el delirio humano… 

Entonces, la Península Ibérica se movió un poco más, un metro, dos metros, como probando fuerzas. Las cuerdas que servían de testigos, lanzadas de borde a borde, como hacen los bomberos en las paredes que presentan brechas y amenazan venirse abajo, se rompieron como simples cordeles, algunas más sólidas arrancaron de raíz los árboles y los postes a los que estaban atadas. 

Me llenó la cabeza de utopías y metáforas, pero nunca perdió el fino e ingenioso sentido del humor que tanto me cautiva… 

Y a Venecia, qué le podrá ocurrir, Mira, amigo, la más fácil de las cosas difíciles en el mundo sería salvar Venecia, bastaba cerrar la laguna, ligar las islas entre sí para que el mar no pueda entrar a sus anchas, si los italianos no fueran capaces de hacer el trabajo solos, que llamen a los holandeses, que es gente para poner a Venecia en seco en un decir amén… 

Me regaló la minuciosidd del detalle, que apuntaló con sinónimos para no perderme y me puso a copiar sentencias para que luego las usara a mi antojo… 

Se calla siempre cuando la voluntad es firme… 

Me sedujo.
Me conquistó.
Y yo supe corresponderle con mi fidelidad de lectora empedernida. 

A veces, tan distraída voy mientras lo espero, que no escucho bien a mi alrededor, como el nombre de no sé qué famoso escritor que menciona un periodista en la TV, creo que acaba de fallecer, dice. Parece que era bueno, porque todos llevan tristes hasta la memoria. 

Suerte que mi Saramago es eterno. 

Saramago



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