Revista Infancia

Satisfacciones y derrotas

Por Pediatrahumanista
Al hijo de una amiga le han pedido en el instituto que hable con un pediatra para conocer las satisfacciones y derrotas de esta carrera. Y mi amiga no sé le ha ocurrido otra cosa que preguntame a mí. Así que he pensado que es una buena escusa para volver a escribir.
A mis cuarenta y tantos, tengo algo de perspectiva sobre mi profesión como médico. Si empecé la residencia con 24 y espero trabajar hasta los 65 estoy cerca de la mitad de mi trayectoria profesional. No sé si esto es como una montaña, en la que a mitad de camino empieza el descenso. Sí sé que en esta profesión se atraviesan distintas fases, que incluyen satisfacciones y derrotas. Tal vez no en esta profesión, sino en todas. T
Cuando consigues entrar en la universidad a estudiar Medicina eres el hombre más feliz del mundo. Todavía recuerdo aquel día del examen de selectividad: cuántos nervios. Recuerdo que al terminar los exámenes entré en una iglesia (a cada uno le da por donde le da) y leí en letras grandes: "venid a mí los que estéis cansados y agobiados, y yo os aliviaré". Y pensé: estas palabras fueron dichas hace casi dos mil años por el momento que me yo atravesaba entonces. Así que supongo que sufrí. Pero como suele ocurrir en la vida el esfuerzo tiene recompensa. Mi media en aquél entonces fue de 7.1, lo que me permitió entrar en la Universidad Complutense. Eso me decepcionó. Yo quería ir a la Autónoma, porque ahí es donde van los listos y los mejores. Para entrar en la autónoma pedían un 7.3 (igual me baila alguna cifra). En vez de aceptar que tal vez yo no estaba entre los listos y los mejores hice un recurso al rector, con la ayuda de mi padre. Y cuando ya llevaba un mes de curso me contestaron diciendo que me habían aceptado. Pero para ese momento yo ya tenía algunos amigos y no me apetecía cambiar. Así que rechacé la oferta. Ese rechazo condicionó para siempre mi vida. Porque en la Complutense conocí a la que ahora es mi mujer. Tal vez en la Autónoma podría haber conocido a otra, pero imposible que mejor.
Perdón, que me voy por las ramas.
El primer año de Medicina fue duro. No había quien tomara apuntes. Y yo no estaba acostumbrado a tomar apuntes. Empezaron los primeros parciales. El primero el de bioquímica. Pasados unos días hablé con mi amigo Javi por teléfono. Me dijo que ya habían salido las notas, y había sacado un 2,3. Yo, como ante las malas noticias, entre en esa primera fase, la de negación. Era imposible. Yo siempre había sacado en todo sobresaliente. Era imposible asociar mi nombre a un 2,3. Seguro que se había equivocado de línea al mirar. Así que fui a verlo en persona, y cuál fue mi sorpresa cuando leí: Gonzalo Ares Mateos.................................2,3.
Bueno. No pasa nada. Siempre tuve espíritu de superación. Entonces después del suspenso de Bioquímica llegó el de Anatomía, después el de Biología, y solo aprobé dos asignaturas: Bioestadística y Biofísica. Es fácil sacar la conclusión: las asignaturas que aprobé son las que menos tenían que ver con la Medicina. Recuerdo a mi padre preocupado. Yo entonces estaba liado en varias actividades como monitor y hacía salidas con chavales los fines de semana. Pero no me había desmadrado. Estudiaba mucho más que en toda mi vida, pero con los peores resultados que jamás había obtenido.
Reconozco que me desanimé y pensé que aquéllo no era lo mío. Y fíjate que me gustaba la Medicina.
Con ayuda de mi familia y amigos no tiré la toalla. Al final aprobé todo el curso en junio, menos Biología, que también me quedó en septiembre.
Retomé la ilusión en tercero, ya que era el año en el que empezaban las prácticas con pacientes. En primero eran otro tipo de prácticas. Las clásicas con cadáveres, que tienen mucho morbo pero que no me apasionaban tanto.
En las prácticas había de todo. Pero fundamentalmente indiferencia y poco caso. Muchas veces acababa en la urgencia, porque es donde mejor me acogían algunos residentes, de los que aprendí, fundamentalmente una actitud.
Porque mi impresión es que medicina, lo que es medicina, aprendí muy poco durante la carrera. Quiero pensar que puse pilares importantes para el conocimiento posterior...
Por fin llegó el gran día y tras aprobar sexto me licencié en Medicina. El papeleo para el título, la colegiación, y a estudiar el MIR.
El MIR es una oposición que consiste en estudiar 8 horas al día durante un año. No parece así de primeras muy apasionante, pero no lo recuerdo con terror. Iba a una academia, mantenía el contacto con los amigos. Tuve muy buenos profesores en la academia (mucho mejores que los que había conocido, como regla general, durante la carrera). Llegó otro de los días clave: el examen MIR. Recuerdo que fue a primera hora de la tarde, una muy mala hora para los que somos "siestodependientes".
Después del examen la puntuación, después el número en el que había quedado (1011). No soy muy bueno para recordar fechas, pero este número no se me olvidará en la vida.
Y otro gran día: el de la elección de plaza.
Hoy he coincidido con Adrián, un estudiante de medicina al que di clase hace tres años. Venía radiante porque había conseguido elegir su sueño: empezar Urología en el Gregorio Marañón.
El día de la elección pasé más nervios que en el examen MIR: ¿Y si no me da con mi puesto? ¿Y si no puedo ser pediatra...?
Pero llegó mi turno, y pude. Una vez más era el hombre más feliz del mundo. Otro sueño cumplido.
Comenzaron los apasionantes años de la residencia donde empiezas a aprender verdaderamente medicina. Aprendes mucho, estudias mucho. A medida que aprendes empiezas a crecerte. Crees que sabes algo, incluso bastante. Es un momento algo peligroso para el médico, porque está como en la adolescencia de la medicina, se cree infalible e inmortal. Entonces llegan algunos errores, algunos diagnósticos equivocados, algún enfrentamiento con algún padre, algún adjunto que te reprocha un error, que a ti nunca te pareció tan grande. Y con la residencia llegan las guardias, y con las guardias el cansancio, Parece difícil recuperarse, y cuando ya levantas la cabeza llega otra guardia, y otra...
La especialidad de pediatría dura cuatro años, y el último lo dediqué a especializarme en  neonatología, porque descubrí que ahí estaba mi pasión.
Esta vez no hay que superar ningún examen. Terminan los cuatro años y, salvo que hayas hecho alguna pifia muy grande, consigues el título de "Médico Especialista en Pediatría y Áreas Específicas". Es otra gran satisfacción.
Y entonces te lanzas al escalofriante mundo laboral, donde ya estás más solo y pesa más la responsabilidad.
En este blog se puede leer algo del periplo. Está cargado de satisfacciones y derrotas. Quizá predominen las últimas por mi espíritu de "pesimista contrariado" y por la tendencia en el ser humano de ver más fácilmente lo malo.
Quizá mi amiga no me había pedido que le contara todo este rollo, Quizá quería algo más resumido. Pienso que soy capaz... Como si fuera una entrevista...
Gonzalo, ¿cuáles han sido tus derrotas?
- Mis derrotas han sido no saber comprender muchas veces a las madres, juzgarlas equivocadamente, haber hablado mal de un compañero, decir a una madre que no se preocupe y más tarde conocer que su hijo tiene una enfermedad importante, intentar reanimar a un niño y no conseguirlo... Otras derrotas las he logrado después, al tener cierta responsabilidad sobre los demás (sin pretenderlo soy jefe asociado de mi servicio en el momento actual). Y esas derrotas también duelen: no haber conseguido motivar a un compañero, no haberle escuchado como se merece, no luchar más por mi gente...
- ¿Y tus satisfacciones?
Mi satisfacción es saber que cada día ayudo a muchos padres y niños, en general en cosas de poca importancia, porque el médico, muchas veces, es un mero espectador del trascurso de la enfermedad, ya que la naturaleza se encarga de remediar, a menudo, lo que se ha vuelto por un tiempo patológico. Otra satisfacción es dar clase a mis alumnos y pensar que algo pueden aprender de ti. Y con mis compañeros saber que en algún momento tus palabras o ejemplo le ayudaron, que fuiste capaz de sacar una sonrisa a aquél que estaba desanimado, o que sencillamente fuiste al trabajo con alegría e ilusión ya después de unos años.
- ¿Y ha sido más la satisfacción o la derrota?
Mucho más la satisfacción. Lejos del burnout que presentan algunos médicos voy todos los días al trabajo con la aspiración de dar lo mejor de mí. Unos días con mayor ilusión que otros, pero todos con un poso global de alegría. Es la alegría consecuencia  de saber que, a pesar de tus limitaciones, estás dedicando tu vida a ayudar a los demás.


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