Hoy el post no tiene nada que ver con Paisajismo y si con La Paisajista, un poco de mi historia… Espero que os guste.
Cuando hace 5 años, saqué un billete de solo venida a España, lo saqué sin pensar mucho en el tema y con nada más que un mes de antelación.
Sin pensar mucho porque no quería recapacitar todo lo que iba a dejar para tras, y solo un mes antes porque ya llevaba jugueteando con la idea de venir para aquí otros largos 5 años…
Se pasó casi el mes entero y parecía que no me daba cuenta de que es lo que iba a hacer. Era como si el hecho de no tener un plan y solamente saber que quería trazar nuevos caminos en mi vida, me bastasen.
Pero cuando faltaban tres días para mi viaje, tres días para que abandonara todo lo que conocía y tenía por seguro, tres días para que dejara la seguridad de mi casa, el amor de mi familia, el abrazo de mis amigos, la compañía de mi perro, mi trabajo que tanto me enamoraba, me di cuenta.
Cerraba las maletas y el Resaca (mi perro y eterno compañero) estaba allí como siempre pendiente, mirándome con expectativa, esperando que le dijera una vez más que íbamos de paseo, lo llevaba a todas partes y siempre que me veía coger las maletas sabia que sería alguna nueva aventura y se animaba todo. Y le tuve que decir que no. Que esta vez no vendría junto, que no podía ser.
Uff que duro fue… Ver como bajaba el rabo y se tumbaba en el suelo al lado de las maletas. En este exacto momento me di cuenta que es lo que iba a hacer. El precio que tendría que pagar por luchar por mis sueños. Dejar todo para tras, TODO.
Los paseos con mi perro, los viajes de fin de semana a la playa, las cañitas con los amigos del barrio. Las largas charlas sobre la vida con mi padre, las peleas con mis hermanas pequeñas, los consejos de mi hermana mayor. Las pillerías de mis sobrinos, y las risas con mi primo. Las dulces historias de mi abuela. Las amigas a la vuelta de la esquina, al alcance de las manos en cualquier momento de crisis. Los domingos de “feijoada” o de barbacoas, la caipirinha, la samba.
Mis adorados jardines.
Dios que duro. Se me cayó en cielo encima. Me di cuenta de que estaba a punto de cruzar una línea totalmente desconocida, de empezar de cero en un país a 10.000km de toda mi vida, con una cultura totalmente distinta, con un idioma que no hablaba ni solo una palabra, y totalmente sola. Sin poder contar con nadie más que mi valor.
Me derrumbé. Así como mi perro que no quería comer, ni salir y se escondía bajo mi cama. Estuve llorando tres días. En ningún momento me arrepentí de la decisión que tomaba, ni siquiera lo repensé. Iba a venir, eso era un hecho. Pero lloraba por anticipar las “saudades” que sabía que iba a sentir. Por anticipar los momentos de soledad, añoro y nostalgia.
Hasta hoy hay canciones que cuando las oigo me llevan directamente a aquellos tres días, canciones que eran populares en la radio en 2007 y se me vuelca el corazón.
Que duro es perseguir a nuestros sueños. Cuanto trabajo, cuanto sudor, cuantas lagrimas y corazones rotos por el camino.
Pero hoy miro para tras y veo como ha valido la pena emprender esa aventura.
Me orgullo de los resultados de mi determinación y cabezonería.
Pero siempre estará el hecho que me falta una parte del corazón. Lo dejé allí. Con los míos y en mi amada tierra de verde exuberante y cascadas gigantescas.
No sé porque hoy he despertado con estos pensamientos. Será porque hay días en que no tenerlos más cerca son más duros que otros.
Porque veo fotos, mis hermanas pequeñas se graduando, mis sobrinos creciendo y empezando a tener novias, mi primo con su bebe tan preciosa, momentos que me los voy perdiendo… O cuando me pasa algo malo y maldigo la distancia de las tan buenas amigas.
En fin…
El precio es altísimo, pero todo merece la pena cuando el alma no es pequeña…
… y por lo menos el Resaca ya lo tengo aquí conmigo otra vez.
Monique Briones