No es posible acabar con la violencia y el poder en sí mismos, tan solo cabe apropiarse de ellos y, neutralizando al resto de fuerzas y poderes, ponerlos al servicio de un determinado principio de legitimidad. Por así decirlo, no existe una legítima legitimidad sin poder, aunque sí puede existir durante siglos un poder poderoso sin legitimidad, he ahí el verdadero drama de la política. Los déspotas, los tiranos, los opresores, pueden conducirse a través del mero poder, porque pueden imponer el terror, gobernar a través del miedo, y proyectar principios de legitimidad adecuados a su causa (religiosos, tribales, identitarios, etc.) que apuntalen el ejercicio de su poder despótico. Sin embargo, no es posible para los justos, para los honrados, ser verdaderamente legítimos si no conquistan el poder.
Pablo Iglesias en Ganar o morir: lecciones políticas en Juego de tronos, 2014.
Como macropesimista, coincido en que "no es posible acabar con la violencia y el poder en sí mismos", pero voy más lejos en mi pesimismo al creer que tampoco es posible "ponerlos al servicio" del bien toda vez que lo malo conduce a lo malo, y al considerar que quienes lo intenten apelando al argumento del mal menor, como el filósofo marxista Santiago Alba Rico, no harán sino perpetuarlos y añadir más dolor y confusión al mundo, es decir, más entropía social. La solución, si es que es posible en algún grado, no pasa por hacer más, por engrasar mejor el trinquete del progreso, sino, como en La isla de Aldous Huxley, por hacer menos, por poner palos en la ciega rueda de la historia. Como diría el poeta Nicanor Parra o un taoísta, "urge no hacer nada", o más bien, urge deshacer, retroceder, repensar, dudar. Naturalmente, siempre habrá «optimistas», reformistas, politólogos, salvadores, predicadores -¡aún peores que yo!-, bienhechores de la humanidad, representantes de la voz popular y revolucionarios acompañados ad infinitum de complicados, apresurados e innovadores programas políticos, de modo que quienes decidamos oponernos a sus cantos de sirena estaremos siempre a la zaga, haciendo sin hacer, sin votar, sin delegar, sin pedir, sin coartar, sin odiar, sin ambicionar. Conformistas nos llamarán, quizá, pero ¿es posible ser más radical?
El concepto de interrupción resume la pointe política benjaminiana. Su contenido poco tiene que ver con lo que la izquierda ha entendido por revolución: «Marx dice que las revoluciones son la locomotiva de la historia universal, pero quizá las cosas sean de otro modo, quizá sean las revoluciones el freno de mano de la humanidad que viaja en ese tren». La revolución no tiene, pues, tanto que ver con acelerar la marcha cuando con detenerla.
Reyes Mate en Filosofía de la historia, 1993.
Sobre su relación intelectual con Schmitt, Maquiavelo y la serie Juego de tronos (confieso haberla visto y disfrutado, je...), pincha aquí, aquí y aquí respectivamente. Mi opinión respecto a esos autores va en la misma línea que la ya expresada hace unos meses en el post "José Ortega y Gasset, filósofo de la dominación", si bien una defensa más general y elaborada de mi postura actual puede encontrarse parcialmente en el libro Cambiar el mundo sin tomar el poder de John Holloway.