Mientras la Argentina que trabaja se levanta todas las mañanas para llevarse el pan a la boca, un sector de los intelectuales de este país -el más ruidoso- se despierta un poco más tarde para reiterar, cada día, que el kirchnerismo es el ganador de la "batalla cultural". Una pelea corta, por cierto, de tres ‘rounds', porque habría comenzado después de la derrota de la Resolución 125 -la que establecía la escala móvil de las retenciones para la soja- y de la derrota del oficialismo en las elecciones de junio de 2009. Los arqueólogos que estudian esta batalla datan el remonte oficial a las fiestas del Bicentenario -e incluso algunos no vacilan en darle un toque necrófilo al atribuírsela a la muerte de Néstor Kirchner. El asesinato de nuestro compañero Mariano Ferreyra (ocurrido una semana antes por parte de una patota de la burocracia que acompañó a la Presidenta en un acto de la CGT en River) se manifiesta en esta "batalla cultural" en la saña que han puesto estos intelectuales en responsabilizar al Partido Obrero por el crimen cometido por la patota oficial. En esta batalla, los kirchneristas se escudan, antes que nada, en la sanción de la ley de medios (por sobre todo, en ‘fútbol para todos') o el matrimonio igualitario, aunque algunos se animan a añadirle la estatización de las AFJP y el ‘desendeudamiento' -o sea, el pago de la deuda externa con la plata de la misma Anses y del Banco Central. Pero lo que realmente celebran son las encuestas que anuncian la reelección. Festejar el ingreso de los pulpos telefónicos en los medios audiovisuales o la estatización de los contenidos culturales solamente se les puede ocurrir a los intelectuales que cobran dineros públicos para ‘pensar'. El matrimonio igualitario -ya consagrado en numerosos países e incluso apoyado por el ultraconservador The Wall Street Journal- es usado como lastre para seguir cajoneando el derecho al aborto y para justificar la inacción en el tráfico de mujeres y de niños, la prostitución y la proliferación del juego de manos del K Cristóbal López. De todos modos, es cierto que las encuestas dicen que la Presidenta salió del hoyo electoral de su marido y está anotada ahora para ganar en primera vuelta -por lo que sus intelectuales podrían, entonces, seguir cobrando cuatro años más.
La ‘batalla cultural" -o la llamada "lucha por la hegemonía cultural"- es un argumento perfecto para justificar los menesteres del intelectualismo de Estado. Pero es, por sobre todo, un subterfugio para sustituir la lucha real que se libra en la sociedad, la lucha de clases, por la lucha del lenguaje; es decir, el palabrerío. Los intelectuales presentan batalla en el campo del lenguaje para no hablar de los compromisos reales, para nada verbales, del gobierno con las mineras, las petroleras, los banqueros y los acreedores externos, o con el mantenimiento del trabajo precario y las jubilaciones de miseria. Pero los K no pueden hacer esto sin proceder a su propia desnaturalización del lenguaje, con el resultado de que los funcionarios del Estado, a 30 mil pesos mensuales, han ganado la categoría de ‘militantes'. La lucha de ideas políticas, sin embargo, no tiene un fin en sí mismo, sino que es el laboratorio que procesa y orienta la lucha de clases. Para ganar una batalla cultural primero hay que transformar las relaciones sociales -el resto es macaneo. Bajo ropajes diferentes, las ideas dominantes son siempre, en última instancia, las ideas de la clase dominante. Para que esto deje de ocurrir es necesario derrocar a la clase dominante y transformar las condiciones sociales que han hecho posible su dominio. La ‘ideología' K es una ideología de la clase dominante.
El ‘affaire' Schoklender ha venido a poner un fin al cacareo de la ‘batalla cultural', porque este ‘affaire' es la manifestación por excelencia de la ‘cultura' del kirchnerismo, es decir: de su realidad. La Asociación de las Madres fue convertida en una ONG, una Fundación: una figura típica de la política de desmantelamiento (privatización) de la protección social por parte del Estado. Fue ‘recreada', bajo la batuta del Estado, para realizar negocios patrocinados por el gobierno. Es la etapa final y la consecuencia natural de su cooptación política, o sea de su borocotización. El kirchnerismo es precisamente un aparato de borocotización de organizaciones sociales, piqueteras, sindicales, culturales -todas las cuales tienen una parte en los negociados del Estado. Las patotas que ejercen la represión tercerizada contra las organizaciones que luchan salen de las filas de las organizaciones estatizadas por esta política y de las burocracias cooptadas. El propio Schoklender actuaba como un matón, acompañado por su propia patota, y explotaba a trabajadores ‘en negro' y precarios, tal como lo hacía Pedraza en el ferrocarril. ¿O hay alguna diferencia entre los contratos de las obras sociales con los proveedores manejados por su propia burocracia y sus familias, y los que ataban los planes de vivienda de Madres con las empresas de Schoklender?
El kirchnerismo no logrará separar a Hebe de Bonafini de Schoklender, ni logrará separarse de Schoklender mismo, porque esos negociados no hubieran sido posibles sin la participación de Planeamiento y de De Vido, así como de los institutos de viviendas provinciales e incluso del macrismo. ¡Macri encubridor de Madres! -esto pone fin al ‘discurso' K.
Ante los ojos del país entero aparece la construcción ‘cultural' definitiva del kirchnerismo: la desnaturalización, nada menos, de las Madres de Plaza de Mayo. Se acabó el cuento de la ‘batalla cultural' y de las ‘batallas ganadas' que nunca se dieron. Schoklender es el producto ‘cultural' K por antonomasia y así había sido reivindicado hasta ahora por el kirchnerismo. La estatización de las organizaciones populares es el punto de partida de la degeneración de la ONG Madres, y esta estatización es la única ‘ideología' y la única ‘cultura' del kirchnerismo. El ‘lenguaje' K ha quedado reducido a lo que es: palabrerío.
Jorge Altamira