Decía Fichte que hay dos tipos de filosofías, las que empiezan por el objeto y las que parten del sujeto. Si parto del objeto imagino un mundo millones de años anterior a mí, en que astros, galaxias y átomos ciegos siguen leyes naturales también ciegas. Cuando trato de explicar mi subjetividad y libertad no puedo hacerlo, porque si he emergido de objetos determinados debo ser como ellos. En cambio, si parto del sujeto veo que soy una actividad pensante y libre que solo encuentra una resistencia a la que denomino materia o No-Yo. No hay manera racional de optar por un punto de vista u otro. La elección dependerá del tipo de persona que soy. Si soy pasivo y echo las culpas de mis limitaciones a mis determinaciones físicas y ambientales, escogeré el materialismo. Pero si soy activo, con deseos de cambiar el mundo, me haré idealista. A pesar del desprecio que sentía por Hegel, Schopenhauer medió dialécticamente entre ambas posiciones. Aceptó que el materialismo era la posición de las ciencias naturales, las cuales empiezan por objetos encadenados por leyes y culminan con un sujeto que los observa. Explican todo menos la libertad y objetividad del propio científico. Pero no por eso aceptó el idealismo de Fichte sino que analizó la relación entre sujeto y objeto. Para él, subjetividad y objetividad son dos caras de una misma moneda. El cuerpo no causa al yo ni es una resistencia que encuentra el yo al actuar. Un acto físico, digamos una transmisión nerviosa, y la sensación experimentada son la misma cosa percibida de dos maneras. Con este punto de partida, Schopenhauer no aisló al yo del mundo ni separó al mundo del yo. La separación no es más que el velo de maya que cubre una unidad más profunda: la voluntad. Una voluntad que tiende a perpetuarse en cada especie y utiliza al individuo para hacerlo.
Me dice el estudioso de la biología, el amigo Luis Bermúdez, sobre el cáncer: “El gran problema con los humanos es el Mismatch con el ambiente, nuestro genoma fue moldeado por las presiones selectivas del pasado y no ‘nos prepararon’ para el futuro (hoy). Mucho de eso se explica porque el cáncer no afecta el éxito reproductivo de un individuo a excepción del cáncer infantil. El cáncer es una consecuencia de nuestra esperanza de vida tan alta, pero no es solo por vivir más, es que años después de que pasó la etapa reproductiva, no contamos con los mismos mecanismos de defensa, porque no se generaron en el pasado presiones que moldearan el genoma a resistir los daños del ambiente a la edad a la que llegamos ahora, mucho menos a enfrentar los daños genómicos causados por la exposición a todos los agentes carcinogénicos de hoy. Mucho va por el lado de reparación de ADN, nuestro ADN no es bueno reparándose cuando somos viejos, es buenísimo en etapas reproductivas, porque un error en la producción de espermatozoides u óvulos, es letal. Ya luego, envejecemos y el ADN acumula muchos daños. Para que aparezca un cáncer, muchas veces tienen que pasar 5, 10 o hasta 20 años”. Schopenhauer quizá diría: “La ciencia me da la razón; una vez cumplida la labor de perpetuar la especie, cuando pasa la etapa reproductiva, la naturaleza me desecha como desecha a las células que pueden dañar al organismo mediante la apoptosis. Debo dar espacio a otros”. Su pesimismo no tenía límites, pero fue admirado por otro gran pesimista, Jorge Luis Borges, para quien el filósofo alemán “acaso descifró el universo”.