Con tal de aprovechar los últimos coletazos indolentes de este verano austral tan inusualmente largo que estamos teniendo nos hemos ido de parranda por la cuenca del río Scott, o lo que es lo mismo, hemos hecho el Scott Creek Track. Así que, después de esta frase tan quijotesca, empezamos la crónica como es debido.
Nos levantamos tarde y con una pereza dantesca, miramos por la ventana y había unos nubarrones feos como robarle un caramelo a un niño justo encima de las montañas a las que queríamos ir (robar es feo en general, ya sea encima de una montaña o en otro lado, las nubes eran de tormenta, ellas eran las feas). Pensamos en tomarnos el día libre de diversión y ejercicio y dedicarnos en cuerpo y alma a no dar palo al agua como buenos hippies viajeros (lo de viajeros lo tenemos un poco aplazado, pero volveremos al camino).
Los que nos conozcáis sabréis que yo era el que pensaba todo esto mientras que por la cabeza de Marina circulaban otras historias hiperactivistas completamente opuestas… “Vamos a subir a esa montaña y si tenemos tiempo a esa otra también que no es tan alta, luego vamos a comer en ese valle que es muy pintoresco, vamos a volver al coche en la mitad de tiempo del que nos ha costado subir y sin rompernos ningún hueso, vamos a volver a casa, recoger la colada que lleva tendida ya casi un día, regar el huerto y hacer sopa de calabacín que tengo el caldo de pollo de la cena del otro día descongelándose y luego voy a hacer los deberes del curso de pobreza global que estoy haciendo por internet”. Y esto lo piensa mientras se lava los dientes, prepara gachas de avena para desayunar, se ducha y prepara la mochila para la excursión. No necesariamente en este orden. Mientras tanto yo he conseguido, con suerte, decidir si quiero ocho tostadas o hago un exceso y me como diez. Misteriosamente el primero en lograr estar listo para partir soy yo. ¡Victoria!
El apartadero donde se deja el coche para empezar el camino está a tres canciones de Estopa de Glenorchy. Allí dejamos el coche e inmediatamente se nos para un todoterreno detrás del que se bajan dos perros y dos fornidos muchachotes con escopetas para elefantes. Empezamos a caminar siguiendo el curso del río y los cazadores nos siguen. Nosotros sabemos que el camino no es por ahí porque no hemos visto ningún triángulo naranja del DOC, pero seguimos a ver si los cazadores nos avisan de que vamos mal. No lo hacen así que nos damos la vuelta y volvemos a la casilla de salida. Ahí pudimos ver un poste naranja de los que te alegras de ver cuando estás a punto de aceptar, con el orgullo herido, que estás perdido.
La categoría del camino es “tramping track” que básicamente quiere decir que te vas a pasar la excursión buscando triangulitos naranjas. Nosotros hicimos un máster el día del Earnslaw Burn y ya estamos acostumbrados así que nos fuimos montaña arriba con confianza.
El primer tramo, de un par de kilómetros, es a través de unos terrenos privados de hierba alta y pendiente aguda donde hay tres postes naranjas más o menos equiespaciados por los que hay que pasar si no quieres despeñarte, como en un videojuego de plataformas. Es un terreno idóneo para que los velocirraptores se escondan y acechen a excursionistas incautos. Afortunadamente se extinguieron hace millones de años.
Una vez salvada la “hierba alta, plantas pegajosas, arbustos con pinchos y barro negro” el camino se adentra en lo que se conoce como “beech forest” o el hayedo típico de la zona. Aquí es donde empieza la angustiosa búsqueda de los triángulos. Nuestro sistema es infalible: en el momento que pensamos que estamos a punto de perdernos uno de los dos vuelve al último triángulo que hemos visto mientras que el otro busca el siguiente en una dirección que sospechamos es la correcta. Si no lo encuentra en cinco minutos vuelve y el que estaba esperando en el triángulo sale a buscar en otra dirección.
De momento nos ha funcionado siempre. Otro truco es buscar los triángulos de vuelta, lo que nos permite tener el centro de control de tráfico un poco más adelante en la mayoría de los casos. En caso de que pensemos que las señales están demasiado espaciadas apilamos piedras a modo de hito o hacemos una marca en la corteza de un árbol con la navaja de pescar en El Pueblo.
En fin que de triángulo en triángulo llegamos hasta la Scott Basin, que literalmente se traduce como la cuenca del río Scott, lo cual no tiene mucho sentido porque todo el camino sigue el curso de río luego llevamos todo el rato en su cuenca. Hasta donde se llega es hasta el cuenco que forman tres montañas en el que se juntan todos los pequeños riachuelos y arroyos que forman el río Scott.
Allí decidimos dar el viaje de ida por finalizado y tomarnos unas patatitas que llevábamos en la mochila. En caso de tener energías y una tienda de campaña se puede seguir haciendo “route”, que es como aquí denominan a los caminos no señalizados en absoluto, subiendo a una de las montañas y bajando hasta el Kay Creek, desde donde se puede llegar al valle Caples donde hay un sendero que lleva hasta la estación ganadera de Greenstone. Se deben tardar unos tres días en hacer esto y se necesita la confianza suficiente para hacer esta parte de ruta que nosotros, de momento, no tenemos.
Descansamos un rato a la orilla del río y nos volvimos para atrás. Más o menos a la media hora de empezar a volver nos encontramos con los cazadores, que tenían pinta de no saber jugar a los triangulitos. No les dijimos nada porque los perros parecían estar pasándoselo en grande.
En el camino de vuelta nos hemos caído un par de veces cada uno sin mayores consecuencias que llenarnos de barro pútrido. La excursión ha merecido la pena y nos ha servido para coger fuerzas para la próxima, que si todo va bien será de un par de días de duración enlazando los valles Greenstone y Caples. Enrique & Marina