Revista Diario
Llevo unos días sin escribir por aquí lo cual significa que ando en plan reflexiva, rumiando para mis adentros. Y es que diciembre es un mes de reflexión, o al menos así lo entiendo yo. Ya hace un tiempo que no hago balances, que no me planteo propósitos o metas de cara al año que está a punto de empezar. Pero es inevitable echar la vista atrás y hacer un recorrido por los meses que ya se fueron. Quien no hace un breve análisis.
No sé si será casualidad pero los años pares se me dan peor, tonterías mías seguro, pero este 2014 ha sido duro de llevar en muchos aspectos, trabajo, salud, familia, han tenido sus cosillas. Ha sido una escalada en toda regla, un año cansado con poquísimas vacaciones y muchos altibajos. Pero, como siempre, hemos llegado a la cima, que no es otra que el final del año. Ojalá todo fuera tan sencillo como tirar un calendario y coger el siguiente, borrón y cuenta nueva.
Una buena amiga dice que cuando se cierra una puerta siempre se abre una ventana. Este año me ha tocado cerrar unas poquitas puertas, por fortuna alguna ventana hemos abierto, pero no tantas como yo hubiera querido. A pesar de todo, hemos tenido buen humor y hemos capeado nuestros temporales con una sonrisa y planes de futuro.
Y aunque no me planteo propósitos siempre intento fijarme en qué cosas me han hecho más feliz y qué otras me han causado tristeza, infelicidad o desasosiego. Mi único propósito es, de un tiempo a esta parte, dejar en el camino aquello que me provoca malestar y quedarme con la felicidad. Puede sonar muy simplón pero ya os digo que no es nada fácil. Hacer esto implica tomar decisiones muy drásticas que suelen traer siempre consecuencias. Pero creedme si os digo que es mejor ser coherente y asumir algunas cosas.
Y entre reflexión y pensamiento se asoma la Navidad, con todo lo que ello implica. Llevo unos días leyendo por ahí y encuentro sentimientos encontrados, compromisos familiares no deseados, reuniones prescindibles, malestar, falta de ilusión. Esto pasa mucho cuando nos vamos haciendo mayores, o mejor dicho cuando nos empeñamos en perder nuestra libertad. Parece que según vamos asumiendo responsabilidades nos vamos poniendo grilletes. ¿Qué hacemos mal? Seguramente dejar que otros vivan nuestra vida, dejar que los demás tomen nuestras decisiones, dejarnos llevar para evitar enfrentar problemas, y así un largo etcétera. ¿Te está sucediendo esto?
Nadie dice que sea sencillo, pero yo creo que nos debemos fidelidad a nosotros mismos. ¿Navidades en familia?, ¿eso es lo que te apetece de verdad? en tal caso ¡adelante! Organiza en tu casa la celebración, a tu estilo, a tu gusto, reúne a las personas con quienes quieres compartir esos días. Da a esos encuentros la alegría y la ilusión que te gustaría. ¿Te apetecería más una escapada con tus hijos? Es una opción tan válida como cualquier otra, no te quedes con las ganas (si tu economía lo permite), ¡vive tu sueño! Quizá te gustaría una cena en pijama tranquilita rodeado sólo de tu pareja y tus hijos (si los tienes), pues mira es una propuesta a considerar. Unas películas divertidas, una cena informal y todos juntos en el sofá con la mantita, ¡seguro que lo pasáis genial!
Lo que quiero decir es que la resignación no debe acompañar a la Navidad, porque es lo que mata la ilusión, lo que nos quita la libertad y ahuyenta la magia.
La Navidad no está para discutir año tras año con tu cuñada, o para soportar al primo que aprovecha para tirarte la indirecta de turno. No son días para poner buena cara mientras maldices al que tienes sentado enfrente porque no le soportas. ¡Qué estrés! Y hablo por experiencia propia.
Este año nosotros acabaremos el año reuniendo a la familia que quiere estar a nuestro lado en nuestra casa, organizando cenas y comidas muy sencillas con el único fin de disfrutar de la compañía y el buen humor, de los niños jugando y sacando todos los juguetes que se vayan encontrando.
Hay personas que no nos acompañarán porque así lo hemos elegido y aunque ha sido una decisión complicada, lo hemos hecho siguiendo esa coherencia de la que os hablaba al principio. La obligación y la resignación han quedado desterradas, no tienen cabida en este final de año.
Y aunque me empeño en desterrar también propósitos, tengo algunos planes y quiero hacer algunos pequeños cambios próximamente. Cositas pequeñas, del día a día, que espero me ayuden a seguir sintiéndome mejor.
Seguro que más de uno piensa que soy algo egoísta, puede ser. Sinceramente pienso que pensamos muy poco en nosotros mismos, nos cuidamos poco en líneas generales. Y me he dado cuenta que si quiero querer a los demás, me tengo que querer yo mucho, pero mucho, mucho.
Es tu turno, cuéntame, ¿cuánto te quieres tú? ¿Estás dispuesto a ser coherente, a quererte un poquito más y a sonreír por ello?