Lo sabía desde hace semanas: el porteo estaba llegando a su fin. El pequeño me montaba un número cada vez que lo metía en la Manduca y se pasaba todo el camino tironeando y estirándose para ver la calle, los coches, las luces navideñas... Así que un nuevo artilugio (¡otro más!) ha entrado en nuestras vidas: el patinete que se engancha a la silla de paseo. Obviamente para uso del mayor, no del pequeño, que va tan feliz en su carrito viéndolo todo. El porteo (del que ya hablé aquí y aquí) tiene muchos beneficios, pero mi hijo pequeño me ha dejado claro que ese sistema ya no es para él (por lo menos de forma habitual, que eso no quita que de vez en cuando vuelva a la mochila si es necesario).
Volviendo al tema del patinete, debo confesar que sentía cierto miedo sobre cómo se lo iba a tomar el mayor. Temía un recrudecimiento de los celos, que han disminuido considerablemente estas navidades. Ya os conté antes de las fiestas el año tan difícil que había tenido el mayor con la llegada del nuevo hermanito y el terrible final de trimestre que nos estaba dando, con rabietas y lloreras por no ir al colegio (podéis leerlo aquí). El tiempo que han pasado juntos estas navidades parece que ha fortalecido los lazos entre los dos hermanos y el mayor se muestra muy cariñoso con el bebé. El hecho de que el pequeño empiece a interactuar más y empiecen a jugar juntos también ha ayudado a revertir la situación.
Pese a todo, yo temía que quitarle la silla de paseo iba a ser traumático. Bueno, pues tengo que reconocer que los padres a veces nos preocupamos en exceso y pensamos que muchas cosas son más graves de lo que finalmente resultan. Porque mi hijo mayor está feliz con su patinete: lo va mirando todo mientas habla conmigo, tiene mayor libertad para subir y bajar.... Vamos, que le encanta. Si lo llego a saber, lo compro antes, porque para mí ha supuesto una liberación. El bebé estaba tan incómodo en la mochila que se había hecho imposible trasladarse así más que lo imprescindible. Ahora los dos van más contentos y yo más tranquila.
(Las raras veces que salgo sin los niños siento una extraña sensación, mezcla de libertad y cómo que me falta algo. Se me hace raro caminar sin carrito o sin portabebés, como si esos artilugios formaran ya parte de mí).