Por fin, terminó el latazo de las teles públicas, ahora en manos del PP, invadiendo la casa de todos los españoles con tanta procesión y películas sobre temas bíblicos. Ya sé que han sido miles de individuos los movilizados en procesiones en toda España ocupando la calle y amplios espacios públicos que son de todos, lo cual explica bastante lo que pasa en este país en los procesos políticos, porque esa losa existe, no se puede pasar de largo obviándola, y es trasversal, las personas cofrades, penitentes, religiosas, mironas… son electores y militantes de todo el espectro político, –de todo- no solo azules.
Ahora
bien, podemos interpretar esta realidad procesional utilizando los mismos
argumentos que los voceros azules usan cuando se trata de huelgas generales, o
marea blanca, o verde… las personas que estaban fuera de esas procesiones, en
sus casas, o de vacaciones playeras o urbanas, y se movían por las calles o por
el campo o montaña, eran muchas más. Los que no asistimos a las procesiones éramos
mayoría, apartados, tapados, empujados a las esquinas de las pantallas para que
no se nos viera. No se trata de un consuelo, sino de constatar la realidad.
Lo
cual no empequeñece la masiva asistencia a actos semanasanteros, ni tanto
llanto ante las imágenes de madera policromada o ante las lluvias que impedían
salir a los capuchones y mantillas, no empequeñece la realidad de tanto penitente arrepentido.
Es lo bueno que tienen muchas religiones, aquellos que hacen el mal a sus
semejantes y extienden el infierno, aquí entre los suyos, como luego se
arrepienten, tienen todo resuelto. Mañana volverán a defraudar, a corromper, a traficar,
a cometer bajezas morales…
A
los un poco mayores, estas fechas nos recuerdan el franquismo, todo inundado de
beatería y emociones religiosas. Con palo y desprecio a los que no hicieran
como ellos. ¡Qué peligro! Las personas que creen estar en posesión de la Verdad,
amparados por su Dios, se creen superiores y desprecian al resto, son capaces
de cometer tremendas atrocidades, como prueba la historia.
A veces estos
individuos no están muy lejos, es cuestión de grados, pero es cargante la
aparente superioridad moral con la que se mueven, es ofensiva para los no
creyentes que respetamos sus ilusiones, pero queremos reciprocidad con nuestros
principios éticos y valores, al fin y al cabo, ampliamente respetuosos con el
resto de seres humanos. Y nos muestra los peligros de la religión y la fe en la
relación social.