Los países industrializados occidentales dependen de su posición hegemónica para asegurarse a escala planetaria el acceso a los mercados, recursos minerales, empresas estatales, tierras fértiles y fuerza de trabajo barata. De ahí que en su modelo de dominación las estrategias de intereses de los negocios del capital jueguen un papel central.
Pero para que ese modelo de dominación funcione, hay que pagar un precio. Los puestos de trabajo se marchan a países con salarios más bajos. Lo vimos ya en la campaña electoral estadounidense, esos asuntos jugaron un papel importante, pero no sólo para Trump. El candidato Bernie Sanders, nada sospechoso de ser de derechas, también criticó las estrategias de libre comercio de los EEUU y sus consecuencias para los trabajadores norteamericanos.
Si tuviera lugar otra nueva crisis económica mundial, lo cierto es que la que la UE no estaría precisamente bien preparada, sería China quien por su solvencia económica comprase los sectores estratégicos, al igual que ha hecho con parte de ellos durante la reciente recesión. El ejemplo lo podemos ver en Portugal, donde se han quedado con los bancos estatales o con puertos. Hay que reconocer que China tiene una enorme habilidad para hacerse con sectores debilitados, tanto de la macro como de la microeconomía. Por eso, si a Europa le va mal, lo lógico es que terminen comprando aquello que les interesa.
Pronto será China, por su PIB, la mayor potencia económica del mundo. Ahora mismo, en algunos grandes países en vías de desarrollo, los estratos medios han experimentado un auge sin precedentes, mientras la situación de los trabajadores de las capas medias en los países industriales hasta ahora dirigentes está empeorando. La crisis financiera está dejando a muchas personas de clase media en la calle, por el contrario, en China, un simple trabajador podría convertirse en millonario.
EEUU se está replegando para dar un salto mayor. Ahora está recogiendo capital, está quedándose con todas las empresas que puede y quiere ser el líder de la robotización para volver a mandar por completo. Quizás la opción con China pase por el enfrentamiento militar, pero eso no le interesa por el momento, primero debe reconstruirse como potencia. En este nuevo reparto u orden, está claro que la UE sería la gran perdedora, Rusia tampoco quedaría muy bien parada, salvo que se uniera con Europa, claro.
Para una mentalidad cuadrada y empresarial como la de Trump, los tratados multilaterales de libre comercio a largo plazo tienen una desventaja, y es que los EEUU no pueden hacer valer plenamente su poder económico y geoestratégico en cada momento y en cada país concreto, ya que eso les deja atados por acuerdos generales.
Lo que se intuye es que el dinero se va a encarecer dentro de un contexto de ralentización de la economía y con unos niveles crecientes de endeudamiento global. Lo peor es que esto no vendrá solo desde las familias, sino también desde los Estados y las empresas. Es probable por tanto que suba el precio de los hidrocarburos, cosa que a los europeos nos afectaría especialmente, pues importamos casi toda nuestra energía. Además Europa concentra el 50% del gasto en servicios sociales del mundo, aunque sólo somos una pequeña parte de la población, lo que nos haría tener problemas muy graves. Así que o nos reinventamos económica y estructuralmente o vamos a ser los grandes perdedores de este nuevo orden mundial.
Un nuevo orden de la política mundial no sólo desequilibraría la balanza del poder a favor de los países ya en el umbral del desarrollo. También los países del Sur dispondrían de mejores oportunidades para hacer que pesaran más sus inquietudes que la libertad del comercio y de los inversores. Pero hasta ahora no parece que la UE haya reconocido los signos de este nuevo tiempo. Los europeos seguimos aferrados a la idea de que sólo los países industriales occidentales pueden definir las reglas de la globalización. En una mezcla de cabezonería y delirio de grandeza, nos empeñamos en seguir así. “La UE es una superpotencia”, declaró Frederica Mogherini pocos días después de las elecciones en EEUU. Y el ministro luxemburgués de exteriores, Jean Asselborn, la secundó: “Somos una superpotencia”. Pues nada, adelante, a seguir mirando para otro lado mientras todo sucede rápidamente a nuestro alrededor.