Este 11 de agosto se marca el punto de inicio del calendario electoral nacional que pondrá un nuevo presidente en la Casa Rosada el 10 de diciembre próximo.
Este domingo no será uno más en la rutina de los argentinos. Cada uno de ellos tendrá que asistir a votar en la primera ronda de las elecciones presidenciales de este año. Las PASO (primarias abiertas simultaneas obligatorias), una suerte de interna partidaria abierta que sirve de test de cara las elecciones generales del próximo 27 de octubre, pondrá primera marcha a la carrera presidencial del 2019.
Las PASO son un invento relativamente novedoso en la Argentina ya que datan del año 2009, poniéndose en práctica por primera vez en el año 2011. En las mismas se definen dos cuestiones centrales: las internas que cada partido tenga en disputa (en las que pueden participar inclusive los no afiliados); y cuáles partidos estarán habilitados a presentarse a las elecciones nacionales, debiendo obtener en las PASO al menos 1,5 % de los votos válidamente emitidos en el distrito.
La idea o el argumento con la que fue creada esta herramienta electoral dista mucho de resultar exitoso en la práctica, ya que ninguno de los partidos con chances reales de ganar ponen en juego en esta ocasión internas partidarias para determinar los candidatos a competir en octubre. Los nombres que integran las listas ya fueron decididos puertas adentro y lo único que harán los electores este domingo será rubricar esas candidaturas para permitirles participar en las elecciones generales.
En términos políticos el ensayo electoral de este día no será más que un gran sondeo que marcará una clara tendencia de cara a octubre. Se prevé, por otra parte, que esto fomente el voto estratégico de los votantes, pudiendo reelaborar su voto de aquí a las generales en función del resultado de las PASO.
En ese contexto, el 2019 presenta para los argentinos una disyuntiva entre pasado y presente, con poco futuro en discusión. Por un lado la candidatura Fernandez-Fernandez, que lleva a la ex presidente Cristina Fernandez de Kirchner como precandidata a vicepresidente, secundando a su delfín Alberto Fernandez, un ex kirchnerista arrepentido. Alberto participó del gobierno de Nestor Kirchner para luego distanciarse con fuertes críticas y cuestionamientos, entre otras cosas, a los casos de corrupción de los gobiernos de Cristina. De un año a esta parte, ante la crítica coyuntura económica del gobierno de Macri, Alberto Fernandez se acercó al espacio de la ex presidente, poseedora de un caudal electoral estable de por lo menos el 30% del padrón nacional. Esta actitud sería luego imitada por la tercera fuerza en la contienda del 2015, el Frente Renovador de Sergio Massa, otro ex kirchnerista arrepentido.
Del otro lado, encontramos al actual presidente Mauricio Macri buscando su reelección en un contexto económico paupérrimo: recesión, inflación, tasas de interés siderales, deuda con el FMI, ajuste, aumento de los índices de pobreza y desempleo. El espanto que la realidad genera solo se ve morigerado por el temor que el regreso al pasado genera en muchos argentinos. Parece ser esa la disyuntiva argentina: un presente malo vs. un pasado peor.
Este escenario de polaridad se terminó de determinar con algunas jugadas de ajedrez de los últimos meses. A saber: Cristina decide relegar su candidatura a presidente eligiendo en su lugar a Alberto Fernandez, buscando así integrar a un sector del peronismo más moderado y conservador, del cual es el mayor exponente Serio Massa. Macri responde a la jugada obteniendo la candidatura a vicepresidente del senador Miguel Angel Pichetto, otro peronista conservador, otrora aliado de Massa, y anteriormente jefe de la bancada kirchnerista del Senado de la Nación. Sí, así de enmarañado. Estas dos jugadas significaron el jaque mate del centro del espectro político: quedó allí en soledad el economista Roberto Lavagna, un candidato que arrancó la carrera generando una buena expectativa y termina la campaña diluido por los extremos luchando por alcanzar hoy un 10% de los votos.
Existen candidaturas menores, a la izquierda y a la derecha del espectro, que se presume que serán corroídas hacia los dos polos fuertes de la contienda. Esto pone en relieve la posibilidad de tener una definición de la elección en octubre, sin necesidad de recurrir a un ballotage en noviembre: si alguno de los candidatos lograra en la elección general alcanzar el 45% de los votos se convertirá en el nuevo presidente electo de los argentinos, independientemente de la distancia que le lleve al segundo.
Las encuestas predicen un triunfo de la fórmula Fernandez-Fernandez, pero por un margen relativamente estrecho. Esto sería una buena noticia para el gobierno que viene corriendo en esta campaña desde atrás, descontando puntos. Si la distancia entre los dos candidatos no es mayor a 6 puntos, las posibilidades de revertir el resultado por parte del oficialismo en octubre o en noviembre serían bastante concretas.
El misterio sobre el futuro argentino empieza a develarse hoy.