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Se cumplen 110 años del nacimiento de Irène Némirovsky

Publicado el 24 febrero 2013 por Rusta @RustaDevoradora
Se cumplen 110 años del nacimiento de Irène Némirovsky Hoy, 24 de febrero, se cumplen 110 años del nacimiento de Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), una escritora a la que he leído con fruición durante los últimos años y que me parece una apuesta segura para los amantes de la buena literatura. Tengo que puntualizar que en realidad nació el 11 de febrero correspondiente al calendario juliano que se utilizaba en su tierra natal, y la fecha equivalente en el calendario gregoriano es el 24 de febrero. Curiosidades aparte, Némirovsky demuestra por qué las recuperaciones de libros de ayer enriquecen tanto nuestro mercado. La autora publicó numerosas novelas en vida, pero después cayó en el olvido y no fue hasta el descubrimiento de Suite francesa (2004), su obra más ambiciosa, que se le dio el reconocimiento que merecía con la entrega del Prix Renaudot a título póstumo y la publicación de sus libros en muchos países. Con esta entrada no pretendo escribir un artículo repleto de datos biográficos (para eso ya está la Wikipedia), sino rendirle mi pequeño homenaje con un texto personal en el que explico los motivos por los que su obra me fascina tanto. Recuerdo que la primera vez que oí hablar de Irène Némirovsky fue (para variar) en boca de otros lectores que recomendaban sus libros y elogiaban las virtudes de la prosa de esta novelista. Entonces yo era una lectora con menos bagaje que ahora, a menudo me conformaba con el simple entretenimiento y no era consciente de que me estaban hablando de una gran escritora, de las que dejan huella, de las que saben utilizar con maestría las palabras. Tal vez por eso, por no saber elegir mis lecturas tan bien como ahora, tardé demasiado en descubrirla y empecé El ardor de la sangre como si fuera una obra cualquiera; lo único que rondaba en mi cabeza era que estaba escrita por aquella autora que tuvo una muerte tan trágica y que unos años atrás había sido redescubierta con una novela inacabada. En aquel momento ni siquiera intuía lo que podía llegar a significar ese nombre para mí; solo esperaba una buena lectura que probablemente caería en el olvido con el tiempo, como sucede con tantos otros libros que inundan las estanterías. Pero no fue así, y nadie sabe cuánto me alegro de ello. Cuando leí El ardor de la sangre descubrí a una escritora elegante que en unas páginas es capaz de plasmar la pasión y la hipocresía del mundo rural de principios del siglo XX. Su forma de escribir me cautivó, aunque no fue hasta más tarde, con mi acercamiento a Los perros y los lobos, que me sentí realmente fascinada por la habilidad de Némirovsky. En esta última novela encontré su visión de la diferencia de clases y, de nuevo, personajes que actúan con ímpetu y ardor. Además, a pesar de su corta extensión, todos los libros de la autora hacen un retrato magnífico del contexto histórico y social de los ambientes que conoció (desde su niñez en Ucrania a los albores de la Segunda Guerra Mundial en París), son creaciones ricas en matices que están muy por encima del libro medio que se publica hoy en día. Por eso, Los perros y los lobos me encantó, no con el gancho fácil y el sentimiento inmediato que provocan algunas novelas, sino con la calma que solo tienen los grandes, con la sensación de que a medida que pasaba el tiempo cada vez recordaba mejor algunos pasajes de la obra y era consciente de aspectos que en la primera lectura se me pasaron por alto. Todavía me sigue ocurriendo hoy en día, de ahí que Némirovsky me fascine de este modo: no importa tanto el placer rápido y fugaz, sino el poso que deja con el paso del tiempo, algo mucho más difícil de conseguir. Después de esas dos primeras lecturas y con el convencimiento (ahora sí) de estar ante una gran escritora, leí El vino de la soledad y Jezabel, que me permitieron descubrir un tema importante en la vida de la autora que también se trata en El baile: la infancia difícil junto a una madre narcicista. El vino de la soledad, que me parece la mejor novela de Némirovsky de las cuatro que he leído (aunque no la más recomendable para leerla por primera vez, porque también es la más dura), recorre los escenarios de su niñez y su juventud con una trama en la que a ratos me costó avanzar, pero que ahora recuerdo por el buen sabor de boca que me dejó ese desenlace cargado de esperanza, tan parecido, a su manera, al de Los perros y los lobos. Jezabel, por su parte, me pareció una novela más cosmopolita por los ambientes en los que se mueve la protagonista y con ella descubrí otra faceta de Némirovsky: la narración de un juicio, una escena trepidante en la que, como siempre, plasma con sutileza y acierto las emociones de todos los presentes. Némirovsky es sinónimo de elegancia, de concisión, de fuerza, de pasión, de hijas que se llevan mal con sus madres y de finales agridulces, pero también de todos los temas particulares que trata con brillantez en cada uno de sus libros. Me encanta su forma de escribir y de ver el mundo, y no dejo de asombrarme por cómo la literatura tiene esa cualidad de atemporal que hace que los lectores de un tiempo y un lugar tan diferentes a los que conoció la autora podamos fascinarnos con sus obras tanto o más que con las que hablan de asuntos cercanos o de ambientes clásicos más populares; es la magia de la literatura, de la buena literatura. Sé que ahora debería correr a leer El baile y Suite francesa, los libros de Némirovsky más leídos en España por haber sido los primeros en publicarse después del redescubrimiento. Seguro que son unas joyas (de hecho, los tengo en la estantería para leerlos este año), pero quiero reivindicar que sus novelas menos conocidas también lo son y merecen que los lectores se interesen por ellas. Quiero seguir leyendo a la autora como lo hago siempre con los escritores que me fascinan: despacio, dejando pasar unos meses entre libro y libro para experimentar más sensaciones cuando los empiece y no arriesgarme a caer en la monotonía. Con esta entrada no pretendo contagiar mi entusiasmo e intentar crear más lectores de Némirovsky (o sí), porque aunque su calidad es indudable sé que en mis palabras hay un añadido, el sentimiento especial de alguien a quien esta autora le embelesa, le identifica como lector y le traspasa. Sin embargo, las reseñas de sus obras que he publicado suelen recibir pocas visitas, de modo que deduzco que no interesa mucho a los lectores. Tengo claro que sus novelas no son para las masas, pero, sea como sea, una escritora como Irène Némirovsky no merece ser olvidada, y para no olvidarla hay que leerla, poco o mucho, pero leerla.

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