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Se desataron todos los infiernos (2011), de max hastings. la guerra que había que ganar.
Publicado el 03 agosto 2012 por Miguelmalaga¿Hay algo nuevo que decir acerca de la Segunda Guerra Mundial? En términos estrictamente históricos es un acontecimiento que sucedió antes de ayer, por lo que es ahora cuando podemos empezar a tener una visión mucho más objetiva de estos hechos. La guerra de 1939-45 es un acontecimiento tan complejo que hay historiadores que ni siquiera se ponen de acuerdo acerca de su fecha de comienzo, incluyendo nuestra Guerra Civil y la invasión de Manchuria como acontecimientos originarios.
Pero a Hastings no le interesan tanto los acontecimientos como sus protagonistas. Y "Se desataron todos los infiernos" abunda en sus testimonios para contarnos una historia de la guerra alternativa, aquella de los que vivían día a día las más feroces batallas expuestos a las más extremas condiciones climáticas en un auténtico infierno de miedo, sangre, amputaciones y olor a carne quemada. Porque, y esta es una de las principales conclusiones que saca el lector, la experiencia del combate es algo indefinible, algo que sólo puede experimentarse, porque todo lo que se narre acerca de ella se quedará corto.
También intenta Hastings ofrecer una visión conjunta del conflicto. Alemania, desatando contra sí fuerzas muy superiores, sólo podía perder la guerra. Pero hubo momentos en los que pudo utilizar los acontecimientos en beneficio propio y no lo hizo. Respecto a la batalla de Inglaterra, elabora una teoría que a mis ojos, es muy original: después de la derrota de Francia, los alemanes nunca debieron lanzar ni un solo avión contra las islas británicas, pues lo único que consiguieron con ello es estimular la combatividad de los ingleses a través del odio profesado a los nazis al ver como bombardeaban sus ciudades. Si los alemanes no hubieran hecho nada, seguramente Churchill, estimulado por las peticiones de sus ciudadanos, se hubiera visto obligado a pedir la paz, ya que una guerra solo puede ganarse si se tiene la oportunidad de combatir. El siguiente error, evidentemente, fue despertar al coloso ruso e intentar ganar una guerra en dos frentes, confiando en dominar a los soviéticos en pocos meses, sin contar con la capacidad de sacrificio (dirigidos por un hombre tan cruel como él mismo) de los soldados del ejército rojo.
Respecto a los soldados norteamericanos, a los que se dedican muchas páginas, la mayoría de ellos no eran profesionales, eran trabajadores de otros ámbitos que habían sido reclutados para la guerra. Si algún soldado provenía de ambientes cultos o refinados, pronto se veía arrastrado a un mundo en el que no había lugar para tales lujos, sólo para la supervivencia diaria a costa de las vidas de otros:
"No se formulaba ni una sola frase que no estuviera salpicada de improperios obscenos: los putos oficiales les hacían cavar hoyos de mierda antes de darles la mierda de raciones o de hacer la puta guardia. Incluso los reclutas de educación más cuidada acababan adquiriendo este tipo de discurso, habitual entre los militares de todo el mundo, si bien en los comedores de los oficiales se aspiraba a un trato más elegante y refinado. Los hombres cultos sufrían el traslado a un mundo en el que no había lugar para el arte, la música y la literatura."
Más bien lo contrario, la guerra entró bien pronto en una espiral de barbarie cada vez más cruel, olvidando los usos caballerosos que podían haberse dado en sus comienzos. Las campañas de bombardeos sistemáticos contra las ciudades alemanas son un buen ejemplo de ello. Durante muchos años no se habló del tema, pero en los últimos tiempos han visto la luz libros que hablan del terrible peaje de sufrimiento pagado por los civiles alemanes. En el torbellino ciego de odio de los últimos años del conflicto poco parecía importar la destrucción de cientos de miles de edificios, muchos de ellos pertenecientes a un patrimonio artístico irremplazable, por no hablar de los millones de mujeres, niños y ancianos inocentes abrasados por el fuego. La orgía de destrucción culminó con un último acto especialmente cruel: las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, un arma tan cruel que siguió cobrándose muertes muchos años después de ser lanzada.
La prosa de Hastings es amena y elegante. Sabe elegir bien los temas (muchas veces habla sobre campañas poco conocidas de la guerra, como la de Finlandia) y sus capítulos se leen con gran interés, algo imprescindible en un volumen tan grueso. Del resto de su producción ensayística me llama la atención especialmente el volumen titulado "La guerra de Churchill". El primer ministro británico es uno de los protagonistas de la guerra y Hastings es especialista en su figura. Sin duda será un libro memorable.