Rita Barbera… ha muerto. Lo ha hecho hace escasas horas; cuarenta y un años y tres días después de que anunciaran la muerte de Franco en aquel famoso teletipo, que tantos y tantos siguen rememorando aún.
La senadora y exalcaldesa de Valencia declaró el lunes por primera vez frente al Tribunal Supremo en relación a la Operación Taula —aquella que la obligó a salir por la puerta de atrás del PP, y a integrarse en el Grupo Mixto—. No era la primera vez. Estuvo por ahí rondando en el Nóos, por obligación, y le salió caro el apoyo a Francisco Camps, principal imputado en el caso de los trajes.
¿Financiación ilegal en el PP valenciano? ¿Una caja b? Se trataba de cuestiones donde la presunción de inocencia ya tiene poco sentido en un país cansado de desfalcos y desmanes por parte de la clase política. Para los medios y los ciudadanos, Rita Barberá era culpable, y es muy probable que lo fuera; para la justicia, sin embargo, las cosas se mantuvieron hasta el final (hasta su final, por lo menos) un paso detrás del otro; como tiene que ser.
Los documentos y testimonios recabados desde el inicio de la llamada Operación Taula, en enero pasado, señalaban a la exregidora, pero su blindaje como aforada, dado su actual cargo de senadora, le permitió posponer varios meses la imputación.
No obstante, parece ser que la noticia no es el punto y final a sus veranos de caloret, sino un pretexto más para enfrentar y crear polémica en el Congreso. La inesperada muerte de Rita, a quien ya varias fuentes afirmaban que el estrés le había pasado factura, ha sido razón suficiente para que la presidenta de la cámara, Ana Pastor, decidiese dedicar un minuto de silencio en su memoria.
Minutos antes, los diputados de Unidos Podemos han abandonado la sala, afirmando (a posteriori) que sentían la pérdida en lo personal, pero que no podían ofrecer un gesto oficial de respeto a quien, según ellos, no ha sido más que una política corrupta: «Un homenaje oficial es sinónimo de honra por su trayectoria», decía Garzón. Otros no estaban de acuerdo.
En 1973, Rita Barberá fue elegida Musa del Humor de Valencia. En serio.La polémica ya estaba servida en la prensa y las redes. De la muerte de una persona al circo de lo mediático, de lo políticamente correcto… Pero para sorpresa de muchos, lo políticamente correcto solo ha resultado ser una minoría de ciudadanos que se sienten disgustados con la actuación de Iglesias, Errejón y compañía, y una aprobación generalizada frente al statu quo, a esa ilusión de normalidad que nos quieren vender, y que la mayoría de nosotros directamente empezamos a repudiar.
«Homenajes para la anciana de Reus que murió por tener que alumbrarse con velas», decían muchos; «¿nadie se acuerda de cuando la respetable se burló de los homenajes a las víctimas del metro de Valencia?», preguntaban otros; comentarios en solidaridad a los millones de personas expulsadas de su hogar por los bancos que siguen cargando con el peso de una hipoteca; por los miles y miles de jóvenes desplazados que escapan de los porcentajes de paro juvenil…
En cambio, para muchos, la trayectoria de la que fue primera dama valenciana durante veinticuatro años y cofundadora de Alianza Popular, y de lo que vendría después, no merece honores, al menos, oficiales; de los otros, nadie con dos dedos de frente se los negará.
El respeto por la muerte de una persona es algo que todo el mundo merece, pero la admiración, la gratitud, las despedidas sentidas, hay que ganárselas. Que se planteen pues todos aquellos y aquellas que se han mantenido en silencio en el hemiciclo qué era Barbera para ellos, qué había hecho Rita por ellos y por su país, y cuánta hipocresía falta por erradicar todavía en la vida pública y política de España.
Mariano Rajoy declaraba hace unos minutos: «Rita ha dado la vida por el PP», mientras muchos se preguntaban para sí: ¿pero no la habían repudiado y expulsado del partido? Tampoco falta quien, en esas palabras, ve conspiraciones que, por supuesto, resultan imposibles en un estado democrático de derecho como es España, y que no son más que coincidencias, como ya ocurrió en la trama Gurtel…
Pero parafraseando las palabras de alguna que otra mente despierta: mucho debate, mucha crítica, pero pocos «descanse en paz». Pues, que así sea, que Rita descanse en paz, y que el resto de implicados lloren lágrimas de cocodrilo, suspiren aliviados en sus casas y dejen de apretar el ojete.
Quien de verdad la apreciaba, estará ocupado lejos de los focos y las cámaras, viviendo la cara más dura de la alta política, esa que se tiene que pasar a solas, sin apoyos ni coaliciones. Como le ocurrió a Barbera al final de su vida.