Revista Sociedad
Existe una canción que la tradición ha llevado a usar para despedir la fiesta pamplonica de San Fermin: ese "Pobre de mí" que todos, algunos con el brillo del pesar en los ojos, entonan en los últimos momentos de la que se ha dado en considerar como la mejor fiesta, de cuantas se celebran en la superficie de nuestra redundante piel de toro...
Al igual que nuestros amigos navarricos, en Jarandilla de la Vera despedimos también los festejos taurinos que, arropados por el manto del Santísimo Cristo de la Caridad, tienen lugar cada vez que septiembre cruza el meridiano de su quincena.
La diferencia -por el momento y salvable- es que en Jarandilla, un pueblo que ronda los 3.500 habitantes en el noreste de la provincia de Cáceres, aún no tenemos himno para una despedida... Hago constar, ante la posibilidad de que hubiese llegado el momento de decidirnos por alguno, mi inclinación por los que celebran la llegada del final del algarabío, los prefiero por delante de aquellos que lo lamentan...
Porque en fiestas como las que hemos vivido este 2.011, lo único que de verdad resulta lamentable son los 23.500 euros invertidos en la compra de un ganado que, a juzgar por su pésimo estado, debió de ser adquirido, ó más bien rescatado, a las puertas de un Matadero Municipal.
Independientemente de que los toros al Estilo de la Vera, y de otros muchos pueblos, sean de una crueldad injustificable; o de que estemos sumidos en una profunda crisis y que este año, más que otros años, existan poderosas razones para plantearnos la inconveniencia de tal desembolso: el adquirir animales enfermos, cojos y sin fuerzas en los cuartos, cuando no preñados -según el decir de muchos la primera vaquilla debía estarlo- supone un doble de crueldad desde el prisma que refractaría una mínima sensibilidad.
Sirvan a modo de invitación a la reflexión, respecto de la posibilidad de cubrir próximas convocatorias, toros como los que fotografié durante las fiestas de Navalcarnero (Madrid): más económicos, reutilizables, resistentes y duros como cartón-piedra, de salud garantizada, y que no supondrán ni sufrirán crueldad ninguna.
Sigo sin entender como es posible que el Cristo de la Caridad no hubiese emitido nunca ningún quejumbroso alarido de disconformidad, lamentándose de cuanto -en estos días- ocurre a su alrededor y con el pretexto de su advocación.