Veo con estupor la trascendencia que está teniendo el hecho de que el Jefe del Estado se haya ido a cazar elefantes a África.Como ciudadano de a pie este viaje, aunque de carácter privado, me parece desacertado ypoco ejemplar dada la situación por la que atraviesa nuestro país. Pero dicho esto, creo que debe imperar la mesura y la responsabilidad por parte de todos.
Es cierto que las máximas instancias, como la mujer del César, no deben ser solo honradas sino además parecerlo. En este sentido, si estamos pasando por una “economía de guerra” todos deberíamos estar “al pie del cañón”, y más aquellos llamados a desempeñar altas responsabilidades. Por ello, el “patinazo” en la selva ha sido doble.Sin embargo, aunque la máxima institución del Estado no pase por sus horas más altas, no podemos permitirnos el lujo de ponerla en cuestión precisamente por los mismos motivos que se la censura: en momentos tan graves lo que menos necesitamos es una crisis institucional de este calibre.
En una nación cada vez menos unida, no solo por los nacionalismos sino también por la polarización política, la monarquía sigue teniendo plena vigencia. Seguimos necesitando una Institución que nos aporte esa unidad y cohesión que el resto del aparato del estado no nos garantiza. La labor de arbitrio, mesura e imparcialidad política, supone, todavía hoy, un contrapunto necesario en España. Hechos graves, y no muy lejanos, la han puesto a prueba con resultados altamente beneficiosos para todos. Luego, ¿para qué ponerla en cuestión precisamente ahora?
Igual que se requiere mesura en las declaraciones, también se impone una explicación decidida y convincente que termine con este espinoso asunto. Un argumento definitivo, que calme los ánimos, y que haga innecesario seguir argumentando en el mismo sentido. O lo que es lo mismo, la Ultima ratio regis en contexto moderno. Y ésta sabemos que solo se puede invocar desde un “púlpito”.
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