El Expreso del Miedo (Snowpiercer, Corea del Sur-República Checa-EU-Francia, 2013), de Joon-ho Bong. Con dos años de retraso -pero más vale tarde que nunca- ha llegado a la cartelera comercial del país una de las mejores cintas que vi el año pasado. Mi crítica, en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado. Misión Rescate (The Martian, EU, 2015), de Ridley Scott. Una inocua -más que inicua- robinsonada con el astronauta Matt Damon abandonado en Marte. Un palomazo de lujo, como argumenté por acá.Carrière, 250 Metros (México, 2011), de Juan Carlos Rulfo. Vista en Guadalajara 2012 -el año del mariachazo gringo- esta fue la mejor cinta nacional que vi en aquel festival. Estamos ante un espléndido filme que se mueve entre el ensayo sobre la creación literaria/cinematográfica, la auto-biopic fílmica y el diario de viajes. Rulfo sigue al guionista de Buñuel, al entrañable amigo de Milos Forman, al compañero de trabajos teatrales de Peter Brooks por su ciudad natal, sus lugares claves (México, la India, Nueva York, París) y su memoria. Un estreno que llego con tres años de retraso. Qué remedio.La Tribu (Plemya, Ucrania-Holanda, 2014), de Miroslav Slaboshpitsky. Una de las mejores cintas en lo que va de este año. Escribí de ella largo y tendido por acáNo Se Recargue en las Puertas (Stand Clear of the Closing Doors, EU, 2013), de Sam Fleischner. Queens, Nueva York. El adolescente autista Ricky (Jesús Sánchez Vélez, auténtico Asperger) se pierde en el metro al seguir a un tipo de chamarra con un bordado en forma de dragón, por lo que su madre indocumentada Mariana (Andrea Suárez Paz), su hermana mayor Carla (Azul Zorilla) y su padre solo presente por teléfono Ricardo (Tenoch Huerta) lo buscan desesperadamente durante varios días.Un melodrama con una historia elemental a más no poder que se beneficia por el estilo semidocumental en el que está realizada la cinta, interesada tanto en el desconcierto perpetuo en el que (sobre)vive el extraviado Ricky como en la enorme, ruidosa e inabarcable ciudad, con todo y sus habitantes, a quienes no les podría interesar menos ver a un muchachito perdido y deambulando por el metro.
La Imagen Ausente (L'image manquante, Francia-Cambodia, 2013), de Rithy Panh. La semana de los estrenos atrasados. La Imagen Ausente, ganadora en Una Cierta Mirada en Cannes 2013 y nominada al Oscar 2014 a Mejor Película en Idioma Extranjero ha llegado finalmente al circuito cultural defeño -y probablemente ahí se quedará, aunque la película puede revisarse, con toda seguridad, en formato casero y en la red.
Estamos ante una apuesta radical por parte del cineasta camboyano Panh, quien vivió en carne propia las locuras totalitarias del "gran líder" Pol Pot, pues a los 13 años de edad fue enviado, con toda su familia -mamá, papá, hermanas y hermanos-, a trabajar a los arrozales cuando el Khmer Rouge tomó Phnom Penh, a inicios de 1975.No es, para nada, la primera vez que Panh toca el tema -antes dirigió otro multipremiado y notable documental, S-21, la Máquina Roja de Matar (2003), que trata más o menos el mismo asunto-, pero en esta cinta el tono documental toma un sentido diferente, ética y estéticamente hablando.
Panh no tiene imágenes qué mostrar del genocidio en Camboya -más de millón y medio de fallecidos, entre muertos de hambre, enfermedades o por ejecuciones sumarias- y si las tuviera, confiesa voz en off de por medio a través del narrador, acaso no las mostraría. Así pues, tomando una decisión similar en el aspecto ético pero muy distinto en el terreno estético al de Claude Lanzmann con su obra maestra Shoah (1985), he aquí que Panh toma un camino oblicuo: no mostrar las atrocidades, sino hablar de ellas y representarlas indirectamente, no a través de la animación (como se había hecho un año antes en la también extraordinaria Campo 14 - Zona de Control Total/Wiese/2012), sino mediante cientos de pequeñas figuras de arcilla, colocadas en innumerables dioramas que reproducen, minuciosamente, la vida idílica familiar antes de la llegada del Khmer Rouge, el infierno en los campos de trabajo, la muerte con la que Panh se encontraba un día y otro también, las fosas que se cavaban y tapaban cotidianamente.
Una y otra vez la cámara de Prum Mésa encuadra las manos del artista Sarith Mang, quien fue el encargado de crear los expresivos muñecos de arcilla; así, en una jugada doble de distanciamiento casi brechtiano, los recuerdos trágicos de Panh son representados por esos muñequitos que, se nos recuerda, siguen siendo nada más que eso, unos objetos pequeños, simples y concretos, con los cuales el cineasta, al final de cuentas, trata de cumplir una obligación. Ya que él está vivo, tiene que recordar todo lo que vio. Es su carga; es su privilegio. Es su maldición.