Revista Cine
Curvas de la Vida (Trouble with the Curve, EU, 2012), de Robert Lorenz. Clint Eastwood es Gus, el último dinosaurio entre los buscadores de talentos del equipo de beisbol de los Bravos de Atlanta. Gus es enviado a Carolina del Norte a juzgar el potencial de un supuesto "nuevo Albert Pujols" pero, por desgracia, el viejo está empezando a perder la vista. Su ruda y guapísima hija fanática del beis (Amy Adams) lo acompañará en el viaje.
Estamos ante un melodrama geriátrico-romántico-beisbolero que está hecho a la medida de Eastwood, pero la historia brinda también el espacio suficiente para que Amy Adams y Justin Timberlake negocien una convencional pero agradable historia de amor. De alguna manera, la posición del dinosaurio que encarna Eastwood es una respuesta a la filosofía de administración beisbolera retratada en El Juego de la Fortuna (Miller, 2011) -que, por cierto, es mejor película.
Magic Mike (Ídem, EU, 2102), de Steven Soderbergh. El chorrogésimo largometraje del que ya mero -casi casi- se retira Steven Soderbegh es la crónica de los arduos trabajos y labores del "Magic Mike" del título (Channing Tatum, muy en su papel), un stripper treintón estrella de Tampa que quiere dejar de quitarse los calzones delante de decenas de ululantes damitas para empezar a hacer negocios de verdad. El problema es que lo mejor que sabe hacer es lo otro: quitarse los chones y bailar. No es lo mejor de Soderbergh, pero creo que volveré a esta cinta en los próximos días porque el director de La Gran Estafa (2001) (casi) siempre tiene algo que decir, sea en la forma, sea en el fondo. El Santos vs. la Tetona Mendoza (México, 2012), de Alejandro Lozano. La esperada adaptación de la tira cómica de Jis y Trino tiene sus momentos divertidos pero hacia la mitad se agota irremediablemente. Acaso el proyecto de llevar estos personajes al cine tenía que terminar en fracaso. Mis razones y mi crítica, en el Primera Fila del viernes pasado del Reforma. Ruby, la Chica de Mis Sueños (Ruby Sparks, EU, 2012), de Jonathan Dayton y Valerie Faris. Una madre dominante flota sobre Nueva York avergonzando a su edípico retoño... Un romántico personaje de cine sale de la pantalla para declararle su amor puro a una pobretona y abusada ama de casa... Un actor despierta un buen día y descubre que está literalmente fuera de foco... La genialidad de Woody Allen es que estas premisas fantásticas le sirven para desarrollar una serie de divertidas, crueles y lúcidas reflexiones sobre las enfermizas relaciones madre/hijo, sobre la falsa -pero encantadora- salida que nos ofrece la cinefilia más feroz, sobre la necesidad que tenemos los seres humanos para adaptarnos a cualquier nuevo problema que tenemos. Cada una de estas ideas dio pie a notables filmes allenianos, unos más logrados que otros, pero todos coherentes y consistentes hasta el final. Ruby..., escrita por Zoe Kazan -sí, sí: nieta de Elia- y dirigida por la pareja formada por Jonathan Datyon y Valerie Faris (el sitcom en pantalla grande Pequeña Miss Sunshine/2006), es una película que podría haber salido del cajón de ideas de Woody Allen, pero dirigida sin el humor ni la malicia del veterano cineasta neoyorkino. ¿Quieren ver algo peor que una película fallida de Allen? He aquí una copia fallida de alguna cinta fallida de Allen. Paul Dano interpreta a Calvin Weir-Fields, "un joven genio" que a los 19 años escribió la gran novela generacional de su tiempo. Ha pasado una década desde entonces y Weir-Fields no ha publicado nada trascendente, visita de manera cotidiana a su analista el Dr. Rosenthal (bienvenido Elliott Gould) para abrazar su peluche favorito y vive en su espaciosa casa completamente solo, a no ser por la compañía de su perro faldero Scotty -que lo avergüenza porque orina como perrita- y las visitas ocasionales de su claridoso hermano Harry (Chris Messina). Como ejercicio literario/psicoanalítico para curarlo de su depresión y su terminal bloqueo creativo, Rosenthal le deja a Calvin una tarea: escribir sobre una misteriosa mujer con la que ha soñado. Calvin hace sus deberes y -en el mejor estilo alleniano de siempre: sin que medie explicación lógica alguna- de repente aparece en su casa la muchacha de su novela, la Ruby Spark del título original (la guionista Kazan, novia en la vida real de Dano), quien viste medias estrafalarias de color, tiene una pasada vida amorosa complicada, es neurótica pero encantadora, tiene ambiciones artísticas -no canta: pinta- y no se llama Annie Hall porque, bueno, se llama, ya lo anoté, Ruby Sparks. Por supuesto, como la atractiva Ruby ha salido de la imaginación de un hipócrita narcisista -no soporta que le digan genio, pero en realidad anhela que lo llamen así-, el tal Calvin pronto se dará cuenta que basta escribir en su anacrónica máquina de escribir (¿otro guiño alleniano?) para que la muchacha haga lo que él quiera.
La metáfora es interesante, lo acepto, pero está ejecutada sin humor, sin coraje, sin fuerza. Y, además, se repite una y otra vez sin necesidad: la escena en la que Calvin se encuentra con su guapa ex (la sexy vampira de True Blood Deborah Ann Woll) era más que suficiente para entender que el tipo no puede amar a nadie más porque solo se ama a sí mismo. Y luego viene lo peor: ese nauseabundo final feliz en el que queda claro que la guionista Kazan y los realizadores Dayton y Faris no tienen el suficiente valor de llevar a sus últimas consecuencias el retrato de ese monstruo que es el tal Calvin. Deberían volver a ver Los Enredos de Harry (Allen, 1997) para saber lo que es tener güevos.