En la penumbra (Aus dem Nichts, Alemania-Francia, 2017), de Fatih Akin. La actriz alemana internacionalizada Diane Kruger -ganadora del premio a Mejor Actriz en Cannes 2017- interpreta a una mujer cuyo marido, de origen turco, y su hijito de seis años, mueren en un atentado terrorista ejecutado por una joven pareja matrimonial neonazi.Los criminales son detenidos y durante la extensa segunda parte del filme -casi una hora- vemos el juicio de los supremacistas en un estilo visual cercano a cualquier telefilme gringo de juzgado. En la última parte, la más interesante, Kruger se transforma de mujer doliente a mujer de acción. Esto salva, hasta cierto punto, a la película de la ignominia total, pero debo decir que En la penumbra me gustó mucho cuando se llamó El vengador anónimo (Winner, 1974). Es cierto que Kruger está más guapa que Charles Bronson, lo acepto, pero a Bronson le creo más este tipo de papeles. (*)
La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, EU, 2017), de Woody Allen. La cinta anual alleniana es una luminosa puesta en imágenes de una oscurísima historia en donde hay un triángulo amoroso tóxico en el centro argumental (galán intelectual, histérica mujer madura e hijastra joven e ingenua, ¿les recuerda algo?) mientras que, en la periferia, hay una fascinante subtrama sobre un compulsivo chamaco piromaniaco. La película debería haber sido nominada a varios premios, pero en este clima de linchamiento en contra de él, imposible. Mi crítica en la sección Primera Fila del Reforma del viernes pasado. (***)
La forma del agua (The Shape of Water, EU-Canadá, 2017), de Guillermo del Toro. ¿La mejor película de Guillermo del Toro? No lo creo, pero sí es probable que sea la que le haga ganar el Oscar 2018 al tapatio. Mi crítica, in extenso, por acá. (***)Abril y el mundo extraordinario (Avril et le monde truqué, Francia-Bélgica-Canadám, 2015), de Christian Desmares y Frank Ekinci. Sobre una novela gráfica del prestigiado autor francés Jacques Tardi, he aquí una entretenida y atractiva cinta animada de ciencia ficción especulativa -para ser específicos, del subgénero "steampunk"- en el que el mundo en el que vivimos nunca se desarrolló, pues un día antes de la guerra franco-prusiana de 1870, Napoleón III y su general Bazaine murieron en una explosión, por lo que esa guerra nunca inició. Sin embargo, a partir de ese momento, todos los científicos que cambiarían la faz de la tierra (Edison, Fermi, Einstein y demás) empezarían a desaparecer misteriosamente. La Abril del título, una audaz jovencita científica, su enamorado ladronzuelo Julius y un labioso gato parlanchín llamado Darwin se encargarán de resolver el misterio y, de pasada, de regresar al mundo a su vía correcta, pues en este pasado alternativo de los años 40 del siglo pasado no hay aviones ni electricidad y se ha adelantado la destrucción masiva de los bosques.Los debutantes Desmares y Ekinci -el primero fue coordinador de animados en la superior Persépolis (Paronnaud y Satrapi, 2007) logran varias secuencias de acción de clara influencia spielbergiana -de hecho, a veces me parecía estar viendo algún tipo de homenaje a las aventuras de Indiana Jones- y el reparto vocal original (Marion Cotillard, Jean Rochefort, Olivier Gourmet) es de primer nivel. (**)
Beach Rats: Ratas de playa (Beach Rats, EU, 2017), de Eliza Hittman. El segundo largometraje de la cineasta indie gringa Hittman (opera prima It Felt Like Love/2013, no vista por mí), ganadora a la Mejor Dirección en Sundance 2017, es un sólido melodrama de crecimiento y maduración juvenil beneficiado por una táctil y lírica fotografia en 16 mm. de Hélène Louvart y el impresionante debut en la pantalla grande del joven actor londinense Harris Dickinson.
Frankie (Dickinson) es un muchacho neoyorkino viviendo en Brooklyn con su madre (Kate Hodge), su hermanita menor y su padre agonizante de cáncer. Mientras espera lo que tiene que pasar -la muerte de su papá-, Frankie mata el tiempo pasando el rato en Coney Island con sus amigos sin oficio ni beneficio, noviando torpemente con la guapa jovencita Simone (Madeline Weinstein) y ligando homosexuales en algún sitio web, con quienes pasa alguna noche (en la playa, en un motel) y comparte alcohol y drogas.
Frankie no sabe lo que quiere o, acaso, sabe perfectamente lo que quiere pero no termina por aceptarlo. Pasa las noches con gays de mayor edad -en gran medida para no toparse con alguien que conozca a sus amigos- pero no desea renunciar a sus camaradas; no parece molestarle la compañía de Simone, pero es obvio que no disfruta el sexo con ella; no se ve a sí mismo como gay pero como uno de los tipos le recuerda, no tiene problema en tener encuentros sexuales con hombres.
Este cúmulo de contradicciones es perfectamente encarnado por Dickinson, quien es capaz de interpretar lo mismo el deseo que el dolor, lo mismo la capacidad de seducción que la vergüenza, lo mismo la más conmovedora fragilidad que la confusión. Una pena que el trabajo de este jovencito haya pasado desapercibido en esta temporada de premios. (**)