Ella es un monstruo (Colossal, EU-Canadá-España-Corea del Sur, 2016), de Nacho Vigalondo. Esta extravagante cruce entre un woman's film tradicional -una mujer tratando de salir de un ciclo existencial tóxico- y una kaiju-movie -con todo y monstruo enorme suelto destruyendo media Seúl- cuenta con la atractiva presencia de Anne Hathaway en el papel protagónico y una serie de vueltas de tuercas que cumple bastante bien tanto con el melodrama como con el cine de monstruos gigantescos. Mi crítica en la sección Primera Fila del periódico Reforma del viernes pasado. (** 1/2)
La tortuga roja (La tortue rouge, Francia-Bélgica-Japón, 2016), de Michael Dudok de Wit. El primer largometraje animado del ganador del Oscar 2001 (por su corto animado Father and Daughter/2000) Dudok de Wit es producida por la reverenciada casa Ghibli, la misma del retirado Hayao Miyazaki.Un náufrago llega a una pequeña y paradísiaca isla (modelada a partir de las Islas Seychelles, aparentemente) de la que intenta escapar en tres ocasiones, fabricando una balsa de bambú, solo para ver que en cada uno de esos intentos, la balsa es destruida por una enorme tortuga roja que parece no querer que el hombre salga de ese lugar. Al final de cuentas, el hombre se queda en la isla y hace pareja con una misteriosa mujer pelirroja que aparece en la playa, con la que termina procreando un hijo. En efecto, el hombre ha alcanzado el paraíso en la tierra (o en la isla, pues), pero nada es para siempre, pues el ciclo de la vida tendrá que cumplirse tarde o temprano.La animación tradicional a mano de Dudok de Wit presume un fascinante manejo de los colores -gris, verde, amarillo, rojo, turquesa- con el que trata de transmitir la inasible belleza natural en la que sobrevive nuestro protagonista, primero solo y luego con su encantadora y primigenia familia nuclear.El carácter alegórico del relato -me recordó el clásico La isla desnuda (Shindo, 1960), solo que en versión luminosa, en más de un sentido- está subrayado por el hecho de que no hay diálogo alguno en todo el filme, aunque la historia está acompañada por música ad hoc -una partitura a veces demasiado invasiva de Laurent Perez del Mar- y un fascinante diseño sonoro, responsabilidad de Bruno Seznec. (** 1/2)Un hombre gruñón (En man som heter Ove, Suecia, 2015), de Hannes Holm. Una sentimental dramedy que cuenta con una sólida actuación protagónica de Rolf Lasgard como el hombre gruñón del título en español, el Ove del título original en sueco.El tal Ove, de 59 años de edad, decide quitarse la vida a raíz de ver morir de cáncer a su adorada y sufrida esposa y después de ser despedido de su trabajo ferrocarrilero, después de 43 años de chamba, por los malvados burócratas "de camisas blancas" que nunca faltan en este tipo de situaciones. Sin embargo, sus intenciones suicidas son interrumpidas por los nuevos vecinos, quienes acaban de llegar a molestar a tan serio y concienzudo suicida.Como otro anciano gruñón similar -el Clint Eastwood de la muy superior Gran Torino (Eastwood, 2008)-, el tal Ove demostrará que viejo que ladra (y grita "idiota" a la menor provocación) no muerde y más aún cuando entabla una reticente relación afectiva con la vecina embarazada de origen iraní Parvaneh (Bahar Pars) a la que incluso le enseñará a manejar y de quien terminará resultando una suerte de refunfuñante figura paterna y abuelo no oficial de las dos hijitas de la joven mujer. Todo el asunto es bastante convencional, sin duda alguna, pero también es lo suficientemente agradable para terminar viéndola hasta el previsible final. La cinta estuvo nominada al Oscar 2017 a Mejor Película en Idioma Extranjero. (* 1/2)Revista Cine
El hombre que vio demasiado (México, 2015), de Trisha Ziff. El Mejor Largometraje Documental en el Ariel 2016 presume una puesta en imágenes muy elegante -cámara de Felipe Pérez Burchard, edición de Pedro G. García- y un personaje central, el fotógrafo de nota roja Enrique Metinides, francamente inolvidable.Metinides inició desde niño tomando fotografías de accidentes como si fuera un hobby cualquiera -pero, ¿quién tiene un hobby así?- y se convirtió en uno de los fotógrafos (¿o en El Fotógrafo?) de nota roja más importantes de México, trabajando medio siglo en La Prensa. La historia es fascinante, Metinides es oportunamente memorioso (acaso de más, como uno lo intuye), extremadamente articulado, y su presencia misma es muy simpática: la de una suerte de gnomo siempre dispuesto a dibujar una sonrisa cómplice en su rostro. Y, por supuesto, al final de cuenta están sus fotos, grotescas y bellas a la vez. Es muy difícil verlas, pero cuando uno posa la mirada sobre ellas, es más difícil dejar de mirarlas. (** 1/2)