Revista Cine
La Chica del Dragón Tatuado (The Girl with the Dragon Tattoo, EU-Suecia-Alemania-GB, 2011), de David Fincher. El remake hollywoodense de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres (Oplev, 2009) tiene a su favor el estilo de un David Fincher en su elemento y, en contra, que el asunto está muy leído -en el bestseller de Larsson- y muy visto -en la propia cinta sueca. Sin embargo, hay que subrayar el buen trabajo de Daniel Craig -una interpretación sobria: sabe que él no es la estrella de la cinta- y de la jovencita Rooney Mara, que hace suya una versión más ligera de la Lisbeth Salander de Noomi Rapace. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.
El Examen (Exam, GB, 2009), de Stuart Hazeldine. La opera prima de Hazeldine -nominado en los BAFTA 2010 como el debut británico del año- es un thriller más o menos convencional -en un futuro cercano, ocho individuos hacen una última prueba final para decidir quién se queda con el jugoso puesto de asistente de un magnate farmaceútico- que presume, eso sí, una realización impecable. La cámara de Tim Wooster -encerrada en las cuatro paredes en donde se lleva a cabo el examen del título- maneja el encuadre con elegencia y el eficaz reparto de ilustres desconocidos lleva a buen puerto todo el asunto. Hazeldine, leo en Sight and Sound (enero de 2010), ha sido contratado en más de una ocasión como script-doctor por los estudios hollywoodenses. Dicho de otra manera: no tarda en dar el salto y dirigir algún proyecto importante. Por lo que ha mostrado en esta cinta, tiene con qué.
Cuatro Estaciones (Le Quattro Volte, Italia-Alemania-Suiza, 2010), de Michelangelo Frammartino. El segundo largometraje de Frammartino (opera prima no vista por mí Il Dono/2003) apareció en varias listas de lo mejor del 2001 -en la del veterano cinecrítico Jonathan Rosenbaum, en la de nuestro propio decano Jorge Ayala Blanco y en la prestigiada de la revista Sight and Sound- y con toda razón. Aunque a primera vista se trata de otra muestra más del tan en boga slow-cinema, no hay aquí snobismo de ninguna especie sino genuina e inexplicable magia cinematográfica. ¿Cómo fue realizada la ya celebérrima toma de casi nueve minutos sin corte en la que participan una procesión religiosa, una camioneta estacionada, un niño atrasado, un perro enfadoso y un hato de cabras? No lo sé ni lo quiero saber pero, en lo personal, fue el momento fílmico más asombroso del 2011, como lo apunté en mis fotogramas personales. La cinta, escrita -¿o soñada?- por el propio Frammartino, se ubica en un pequeño pueblo de Calabria. Sin voz en off de ninguna especie, sin identificación de los seres humanos que vemos en pantalla -y menos, claro, de los animales-, seguimos, más que el ciclo de la vida (¿o de la transformación de energía?) a lo largo de todo un año. Así, somos testigos de cómo se hace el carbón vegetal que vemos humear en un inicio, cómo nace una pequeña cabra y cómo muere el anciano dueño de ese hato, cómo se corta un descomunal abeto para cierta fiesta del pueblo y cómo termina ese arbolote convertido en carbón vegetal en un horno hechizo (scarazzo le llaman en Calabria), pues en este universo impasible nada se crea ni se destruye, sólo se transforma... ¿incluyendo el alma?