Revista Cine
El Premio (México-Francia-Polonia, 2011), de Paula Markovitch. Esta película ganó en Berlín 2011 (Mejor Fotografía y Mejor Diseño de Producción) y en Guadalajara 2011 (Mejor Película Mexicana) con un final. Luego, la cineasta debutante Markovitch cambió el final, la mandó a Morelia y nuevamente volvió a ganar (Mejor Largometraje Mexicano). Para que conste en actas: el segundo final es mejor que el primero. En todo caso, a dos años de sus triunfos en Berlín y Guadalajara, la opera prima de la exguionista de Carlos Carrera (Sin Remitente/1995) y Fernando Eimbcke (Temporada de Patos/2004, Lake Tahoe/2008) tiene finalmente su estreno comercial. Estamos en alguna lejana playa argentina, en tiempos de la dictadura militar. La joven madre Lucía (Laura Agorreca) llega con su precoz hijita de siete años Ceci (extraordinaria Paula Galinelli Hertzog) a una pequeña cabaña a la orilla del mar. Es evidente que Lucía se está ocultando: entierra algunos libros en la arena, le hace aprenderse de memoria cierto mantra a la chiquilla ("Mi papá hace cortinas y mi mamá es un ama de casa"), la manda a la escuela del pueblo y espera, pacientemente, recibir noticias del marido que, acaso, ya esté muerto. Pero esta no es la cinta de Laura, sino de la dificil Ceci, una poeta natural ("Las gaviotas gritan porque tienen miedo de caerse") que, cuando le dejan de tarea una composición sobre el ejército de Argentina, escribe lo que ha escuchado de los labios de su mamá. La cinta está dominada por las tomas largas, controladas, de Wojciech Staron, y por la complicada relación que tienen madre e hija en esa orilla del mundo.
Cuates de Australia (México, 2012), de Everardo González. El cuarto largometraje del documentalista González lo vi hace un año, cuando se presentó en Ambulante 2012. Escribí esta crítica.
Los Juegos del Destino (Silver Lining Playbook, EU, 2012), de David O. Russell. De vez en vez me topo con alguna película que todo mundo -o, bueno, mucha gente- dice que es una maravilla. Luego resulta que la veo y no le encuentro la maravilla por ningún lado. Es el caso de Los Juegos del Destino, una screwball comedy protagonizada por un violento bipolar (Bradley Cooper) y una joven viuda promiscua (Jennifer Lawrence). Esta cinta le ha gustado a mucha gente y está nominada a-no-sé-cuántos-oscars pero, en lo personal, me parece una pobrísima descendencia de Mejor Imposible (Brooks, 1997) que, en comparación con este filme de David O. Russell, parece Terrible Verdad (McCarey, 1937) o Ayuno de Amor (Hawks, 1940). Podría escribir largo y tendido sobre ella en unos días pero no vale la pena: de aquí a mediados de marzo tengo mucho mejor cine por ver y escribir: Ambulante, FICUNAM, Guadalajara...
El Vuelo (Flight, EU, 2012), de Robert Zemecki. Hace mucho años recuerdo haber leído en alguna Film Comment un profile sobre Denzel Washington en el que se afirmaba que el actor afroamericano era el heredero natural del talento y el carisma de Paul Newman. En efecto: sólo Newman o, en este caso, Denzel Washington podían haber interpretado tan justamente a un personaje como "Whip" Whitaker, un piloto aviador tan repelente como admirable. Esta cinta de Zemeckis presume una de las mejores secuencias de un accidente de aviación en la historia del cine, la presencia imbatible de Washington y un reparto secundario de primer nivel, pero está lastrada de una subtrama -la relación de "Whip" con una heroinómana encarnada por Kelly Reilly- que no va a ningún lado y que le suma minutos de más a un filme que se queda corto en la crónica de la caída/salvación de un lamentable alcohólico, mentiroso y autodestructivo. Washington sería un buen candidato al Oscar, si no fuera porque esa estatuilla la tiene apartada Daniel Day-Lewis.
Las Marimbas del Infierno (México-Guatemala-Francia, 2010), de Julio Hernández Cordón. Después de un largo y exitoso periplo festivalero (Mención Especial en el BAFICI 2011, Gran Premio del Jurado en Miami 2011) llega finalmente a las salas de la Cineteca Nacional el segundo -y el mejor hasta el momento- largometraje del cineasta guatemalteco Herández Cordón. Estamos ante una comedia realizada con actores no profesionales que, de alguna manera, se interpretan a sí mismo, sus sueños y sus fracasos.
Un marimbero de mediana edad, Don Alfonso Tunche, es extorsionado por la Mara Salvatrucha, así que para evitar que le quiten su preciada marimba que consiguió hace 20 años, abandona su casa y, arrastrando el instrumento musical por toda la ciudad, encuentra a dos fracasados como él: el chavo adicto al resistol "el Chiquilín" y el médico greñudo y heavy-metalero Roberto González Arévalo, exsatanista convertido ahora en devoto metalero-cristiano-evangélico. La película es la crónica de un fracaso anunciado e inevitable: la fusión del heavy-metal con la marimba. Hernández Cordón logra algo complicado: no se ríe de sus personajes; se ríe con ellos y, de paso, con nosotros. Y es evidente que les tiene mucho cariño. Probablemente porque están igual de orate que él: ¿a quién se le ocurre hacer un grupo metalero/marimbero en Guatema? O, si usted quiere, ¿a quien se le ocurre hacer cine en Guatemala?