Saltamos de un libro al otro sin transición, sin reflexión, sin pausa. Hay prisa, unida al entusiasmo y al no perder el momento de silencio para pasar las páginas. Nos decimos que luego paramos un momento para repasar lo subrayado, a vuelapluma, para analizar ese trocito de hígado que se ha llevado o esa lágrima robada. Pero no hay parón. Como pasan los días arrastrados por la rutina hasta el mar, pasamos de un texto al otro sin demorar minutos.Leemos de la mano de Claire Legendre su inventario de miedos y elaboramos el nuestro. Mentalmente, mientras llenamos de lápiz sus páginas como si asintiéramos con la cabeza. Seguimos a su “Me da miedo que nadie me acaricie nunca más el pelo.” Me da miedo borrar el teléfono de los que ya no están, aunque vea que en la foto de perfil el número ya es de otra persona. Me da miedo que suene el teléfono a deshoras, por si la tragedia, como siempre, es la que responde al flotar soñoliento. Me da miedo perder la forma de las manos, la fuerza de las manos, la historia de las manos. Sin ellas la herencia de las mías parecería partida por unas manos inútiles, inhábiles, inertes. Me da miedo que me griten cuando no tienen razón y cuando sí. Mi abuelo paterno se quedó medio sordo y ya de niña aprendí que solo se grita por cariño y para que te entiendan. Me da miedo que no me pienses, que no me quieras, que no me añores, que no me necesites. Me da miedo que nadie me lea, ni me corrija, ni esté tras esta pantalla. Me dan miedo los que se van porque no vuelven, por mucho que les guarde la silla de las ausencias, como dice Alejandro Palomas. No se puede servir eternamente la mesa para los que no están. Hay un final definitivo, como escribió Valeria Luiselli: “El final de las cosas, el verdadero final, no es jamás una nítida vuelta de tuerca, nunca una puerta cerrada de pronto, sino más bien algo parecido a un cambio atmosférico, nubes que se espesan poco a poco, no con un golpe seco sino con un lamento.” El lamento, siempre aparece el lamento del cielo junto al miedo de Legendre.
Ibón de los Baños - Panticosa, febrero 2020.
Sin transición leemos a Leila Guerriero;
el polo opuesto, el optimismo, la consigna contra el miedo. “Fue un día tan bueno. Un día como un trozo de tela bien planchado.” Cómo podemos encontrar la parte buena y aislarnos del miedo, levantar la barriga del suelo, respirar el aire de ahí arriba. Un día como un plato a rebosar de nata con azúcar y alguna fresa. Un día como un geranio a punto de estallar, con esa sensación de orgullo y de admiración. Un día pintado de azul y con un sol que la cargue a una de pecas. Un día como una sonrisa de complicidad, que relaje los músculos, que destense los dientes, que libere endorfinas. Un día como la nieve sin pisar. Blanca, sin atacar, pura, sin huella ninguna. Un día como una ducha a más de 40 grados. Ese agua que cura, que sana, que calma y se lleva lo que está a punto de somatizar por el desagüe. Un día al que definas como cuando le dices a alguien que estar con él es como comer chocolates a puñados. ¿Hay frase más bonita de Guerriero? ¿Pueden decirte algo mejor?Del miedo al optimismo en unas pocas páginas, con escasas semanas de diferencia. Leer sin pausa, pero asimilando lo leído. Leer sin freno, pero acumulando y aprendiendo. Protegiéndonos del rumor del día a día, cuidando la coraza y leyendo los miedos de los demás y estudiando los buenos días de los demás. Porque nada es una cueva tan abrupta, ni nada es tan dulce como el chocolate. Porque “si se pudiese mirar al mundo sin protección alguna, valiente y honradamente, se nos partiría el corazón.”
Sabia Olga Tokarczuk en mis primeras páginas leídas. Se nos partiría el corazón si lo miráramos sin las páginas de por medio.Ibón de los Baños - Panticosa, febrero 2020.