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Ayer 11 de marzo de 2018 acudí a los predios de la asamblea nacional con el objetivo de sumarme a las voces que claman un alto a la corrupción. Al llegar me sorprendí de que el lugar estaba desierto con excepción de una bella mujer que vestida de negro alentaba a los que habían decidido contra toda lógica abandonar el letargo de sus camas en un domingo tan temprano, algo inaudito para el panameño común que parece que está preso en la prisión de la apatía perpetua.
Pero eso no me desalentó e intente también animar a mis dos jóvenes acompañantes que semejante ocurrencia no sería en vano. Esperamos pacientemente mientras llegaron algunos tímidos protestantes más, tal vez con el mismo pensamiento, que la manifestación sería un fracaso.