En primer lugar debemos saber que la dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que cursa en brotes, caracterizada por picor intenso y piel seca (xerosis cutánea). Se trata de una enfermedad muy predominante, llegando a afectar hasta el 10% de la población pediátrica y que ha mostrado un aumento mundial durante los últimos 30 años.
El origen de la enfermedad sigue considerándose desconocido, pero se sabe que la principal alteración afecta a la barrera cutánea junto al sistema inmunológico, y además es dependiente de algunos factores ambientales, como la exposición a determinados alérgenos, irritantes o alteraciones de la flora cutánea que puede desencadenar la enfermedad. De hecho, los pacientes con dermatits atópica suelen presentar alergia y los síntomas característicos a las alergias como pueden serpicores (urticaria), rinitis, conjuntivitis, asma bronquial…
Así pues, la dermatitis atópica no presenta una herencia mendeliana (basada en las leyes de Mendel) como ocurre con el color de los ojos o del cabello, pero si que existe una predisposición genética a padecerla. Esto significa que si el padre o la madre sufren dermatitis atópica es más probable que el hijo o hija también la presenten.