Cuando el río suena agua lleva, dice el refrán. Y va a ser que es cierto.
A Arizaga, el gerente de derechas que el Alcalde se empeñó en colocar al frente de Tussam, se le desprenden los amigos como las hojas a los árboles en otoño.
Ya no son sólo esos insensatos millonarios de los trabajadores quienes se quejan de sus métodos de cacique del medioevo.
Tampoco esos insensibles revolucionarios de pacotilla de los sindicatos, o este que escribe --Arizaga asegura a los periodistas que le preguntan que lo mío es una cruzada personal-- son los únicos que se quejan de su falta de talante y sus métodos dictatoriales.
Al coro de voces de las quejas se le han sumado ahora las de algunos integrantes del Comité directivo de la empresa, que le han ido con el cuento al vicepresidente de Tussam, Juan Ramón Troncoso, de que Arizaga no vale para lo que en el mundo moderno se conoce como relaciones interpersonales.
O lo que es lo mismo, que cuanto hemos venido denunciando durante estos años quienes no hemos tenido miedo a hablar, a pesar de la segura represalia, y a contar lo que veíamos negativo porque entendíamos que era lo mejor que podíamos hacer, teníamos más razón que un santo.
También es verdad que podían haberlo hecho mucho antes y de paso evitar algún que otro disgusto, pero ya se sabe que el miedo es libre y que uno lo invita a almozar cuando quiere.
Lo que sí deseo es que nunca lleguen a oídos del ínclito Arizaga los nombres de los quejicas. Porque sabiendo cómo se las gasta el personaje, no me extrañaría nada que en recompensa los enviara a dirigir las entrañas financieras y técnicas de un archipiélago Gulag en mitad de la estepa siberiana.