Débora Ángela Ríos salió de su casa poco antes de las 4 de la mañana. Era su rutina. Se calzaba el mono de YPF, se ponía algún abrigo por arriba, y salía, caminando, a esa hora de oscuridad y peligro, para ir a la estación de servicio donde trabajaba como playera. Hasta hoy, cuando la muerte, violenta y sin argumentos, la encontró antes de llegar.
Débora tenía 36 años, y fue encontrada tendida sobre la vereda, ensangrentada, golpeada en el rostro y la cabeza. Cerca de su mano encontraron un rociador de gas pimienta, el “arma” con la que había intentado defenderse. A los pocos metros, una botella manchada con su sangre: el arma del femicidio.
El cuerpo de Débora quedó allí hasta que llegó la policía. Eran las 4,30 de este lunes, en el cruce de Malabia y Avenida San Fernando, en Moreno, provincia de Buenos Aires. Lugar bravo, peligroso. Allí el delito prevalece y parece que nadie puede encontrarle solución.
En ese mismo lugar fue atacada. Allí mismo esgrimió su rociador de gas pimienta. Quien la atacó (nada se sabía, todavía, sobre su identidad, su sexo, nada) tenía una botella de cerveza. Con ella la golpeó, con saña salvaje. Y la mató.
Débora fue identificada en el lugar por su hermano. Él le contó a la policía, que vivía con ella en una de las casas del barrio Aras San Juan, ubicado a pocos metros. Y que ella salía todos los días a las 4 de la madrugada, rumbo a su trabajo como playera de una estación de servicio.
El crimen no sabe de conveniencias, ni de estratos sociales, ni siempre se hace con una lógica, por una razón presuntamente valedera. Pero siempre es injusto, siempre./Mejor Informado
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